Demasiado Dámaso
El paso del Delta dejó a mucha gente llorando, en su día y momento... y todavía hoy, sobre todo a los chinijos que a lo peor se quedan sin campamento de verano en La Santa -por poner un ejemplo de candente actualidad-, gracias a la habitual diligencia política que caracteriza a nuestras autoridades insulares, como es fama. No pidamos peras al olmo ni duraznos a la rama de batatera, que no hay para más.
En hablando del maldito Delta y sus mil y un estropicios, el artista grancanario José Dámaso (Pepe para los amigos y demás personas piadosas), después de las lágrimas derramadas por la profunda pena que le provocó la rotura del pétreo Dedo de Dios en su Agaete natal, derramó otras lágrimas de contento y desbordada alegría apenas unos días después del paso de aquella inopinada tormenta tropical en Teguise, allá cuando asistió, asistido a su vez por muchos políticos locales (dicho sea lo de locales en el sentido de lugareños, no me sean malpensados), a la inauguración oficial de una cosa suya de él, como dijo el redundante.
¿Y qué cosa era la cosa inaugurada? A mí que me registren, que yo tampoco lo he podido descifrar hasta el día de hoy, y miren que he pasado “cienes” de veces, como diría un concejal de cultura, por el lugar del crimen (de los hechos, quise decir). Pongamos que hablo, para entendernos e ir resumiendo, de una obra metálica con la que ya se llevan hechos casi tantos chistes en la vieja Villa como los que provocó en Tenerife -un suponer- la caída del mencionado Dedo de Dios, que son fácilmente imaginables y que, por escatológicos, no reproduciremos.
De lo que no me cabe duda alguna de que de, después de tamaño esfuerzo artístico e imaginativo, a Dámaso le debe estar doliendo todavía la cabeza... mientras a otros nos duelen los ojos cada vez que miramos su creación. Hay que tener mucho arte, a fe mía, para hacer algo así y, encima, cobrar por ello.
Como es triste fama, cuando ya te haces un nombre y un hombre en ese mundillo artístico, lo que importa es tu firma, más que tu obra, si la hubiera o hubiese. Los políticos se hacen la foto al lado de la firma, y los periodistas hablan más de la firma que de la forma de la faramalla, o farramalla, por decirlo en canario.
¿Tomaduras de pelo artísticas, dijo usted? Mil y una a lo largo de la historia. Nada nuevo bajo el sol, vive Dios. Tenemos un ejemplo anal (anual, quise decir) con la presunta feria artística que se celebra a principios de año en Madrid, llamada ARCO y rebautizada por algunos descreídos incurables como el que les escribe como “ARCOnada”, que también son ganas del mal meter. Con todo y pese a todo, ARCO tiene algo positivo con respecto a la otra fiesta (feria, quise decir) de FITUR: congrega a menos políticos y caraduras isleños por metro cuadrado en la capital de España que la orgía turística del derroche del dinero público, sí, pero también tiene su parte de gran farsa cultural y mercantil. Y ello a pesar de lo mucho y bueno que se podría hacer si se tuviera un concepto menos mercantilista y papanata de la pintura y la arquitectura, para mi gusto.
Supongo que ese mal ya es casi inevitable a estas alturas de la feria de las vanidades, pues siempre habrá papanatas dispuestos a aplaudir las “monadas artísticas” para dárselas de entendidos en la nada elevada al cubo (de la basura, en este caso). Es muy humano dárselas de enterado, por mucho que el olor a descarada farsa cultural sea de los que tiran de espaldas. (de-leon@ya.com).