Bandera can-aria

MIGUEL ÁNGEL DE LEÓN

En los últimos años Lanzarote ha sido la única isla, de entre todas las canarias, que le ha prestado cierta atención política y mediática (claro, hay tantos medios...) a lo del cumpleaños de la bandera cubillista. En el resto de las islas y en la mayor parte de sus respectivos medios de comunicación, ni flores, pues lo que no es serio no se merece ni dos líneas. Pero es que esta pobre islita rica sin gobierno conocido es un caso aparte, en hasta los consejeros delegados de principales empresas públicas se olvidan de estar a lo que hay que estar (velar por los intereses económicos de los administrados, que somos todos) y se dedican a hacer articulitos sobre insignias y demás estandartes, como si estuviéramos aún en los tiempos de Panchito Franco, allá cuando nos metían la bandera rojigualda hasta en la sopa (los extremos, los extremistas y los extremeños se acaban tocando siempre, como es triste fama).

Precisamente en este mismo mes de octubre que está ya en sus estertores, la ilegítima y extraoficial bandera cubillista está de cumpleaños. Casualmente, la furtiva banderita tiene justo mi misma edad (tampoco hay que entrar en mayores detalles, para no pecar de indiscretos con la enseña, que es femenina y no es de buena educación recalcar todos sus abriles). Total, que la bandera "can-aria" es de mi quinta, y yo con estos pelos, aunque dudo que esa coincidencia temporal me lleve a declararme rendido admirador suyo, por más que digan y añadan el sermón los tirios y los troyanos de la trapitofilia con evidente complejo de inferioridad, de los que se diría que no son nadie o que se siente menos si no tienen un una bandera a la que adorar, para marcar y remarcar con ella el territorio, como hacen los animalitos con sus meadas, si ustedes se fijan bien en los documentales televisivos que sólo vemos cuatro gatos.

A las adoradores de estas enseñas les chifla meterse a cada paso en pazguatas polémicas banderiles. Pero afirmar alegremente, como hacen muchos con una frivolidad digna de mejor causa, que el pueblo canario está mayoritariamente decantado hacia el uso de una bandera u otra no deja de ser una impresión absolutamente subjetiva, aunque hay razones que explican fácilmente por qué sucede que los más fanáticos meten sus banderas incluso en las bodas, bautizos, entierros o "ron-merías" marianas. Soy canario de pura cepa -si es que tal cosa existe-, y lo soy por todas las ramas de mi humilde árbol genealógico, pero dudo de esa presunta realidad que tan torpemente dibujan los que deducen frívolamente que la concreta bandera que tiene mayor aceptación ciudadana es la que se sacó de la manga Antonio Cubillo sin ningún rigor histórico o heráldico, y bastante parecida -por no decir copiada- de la de Secundino Delgado. Cubillo es el supuesto líder que lidera, él solito y nadie más, una "fuerza política" condenada desde siempre al extraparlamentarismo, en tanto que el pueblo canario (sí, el canario, no el de Villaconejos de Abajo) no le dio nunca ningún respaldo electoral. Por lo tanto, menos lobos, Caperucita.

La guerra de las banderas (la española, la canaria o la de Muñique) no es mi guerra. Y tampoco es la guerra de la inmensa mayoría de los canarios, que tenemos asuntos muchísimos más importantes de los que ocuparnos a diario como para perder el tiempo en bizantinas y estériles discusiones que no conducen a nada. A nada bueno, quiero decir. (de-leon@ya.com).