A mandar, que son dos días

Después del paripé, del toreo y del regodeo que Coalición Canaria (CC para los amigos y demás personas piadosas) escenificó con los psoecialistas que comanda Juan Fernando López Aguilar, con los medios de comunicación como testigos y toda la población archipielágica como destinataria de la farsa, ahora ya se ha hecho público lo que todos sabíamos de antemano, pues de antemano estaba acordado y amarrado, desde cuando a don Ángel Acebes se le calentó la boca y dijo lo que dijo antes incluso del inicio de la campaña electoral: el pacto entre la misma CC y el PP perdedor/ganador de las elecciones. Ya ha empezado el reparto de cargos y otras estampitas: CC ocupará la Presidencia, encarnada en Paulino Rivero, el mismo, el mismito, que había renunciado incluso a ser candidato a ese cargo segundos antes de empezar la carrera por la poltrona, y el PP agarrará la Vicepresidencia y tiro porque me toca, para empezar e ir haciendo boca. O sea, la voluntad popular expresada en las urnas hecha carne. ¿No fumas, inglés? Ahí está, en efecto, fielmente reflejada como en un cristal -a lo peor algo sucio o empañado- la soberanía popular isleña. Píquemelo usted menudito, caballero, que lo quiero para la cachimba. Con el balie del Estatuto como gran excusa/trampa, porque el Estatuto era el falso objetivo cuando el único objetivo era la presidencia para el pequeño/gran hombre. Con estos renglones torcidos se ha escrito la cambadísima historia política en los últimos lustros en Canarias.

En el PSOE se consuelan sus integrantes diciéndose para sus adentros que no le arriendan las ganancias a pepones y nacionalistas, y que ya vendrá el tío Paco con las rebajas en forma de nuevo revolcón por el suelo del PP y de CC en las elecciones generales, sobre todo en Gran Canaria, en donde tanto unas siglas como otras empiezan a ser vistas, a ojos canariones, como marionetas de la ultrainsularista y ultrainsolidaria ATI, que es el demonio para todo grancanario de bien, como es triste fama.

¿Y para esto dice usted que votó Canarias por el cambio? ¿Qué cambio, cristiano, si van a seguir los mismos y el mismo pacto de derechas con el que se inició la anterior legislatura en el Parlamento autónomo o autómata de Canarias? Pues eso es lo que deciden los votantes con sus votos: nada. O cambiar un ratito a unos por otros, y luego a otros por unos, como ha pasado en Lanzarote, que vuelve el pacto PIL-PSOE de toda la vida de Dios.

Sabe el sufrido lector de esta tribuna impresa y digital de mi querencia abstencionista, que dejé reflejada aquí en los días previos al 27-M. Otros han esperado a ver los primeros movimientos orquestales en la oscuridad para apuntarse a la misma religión. Es el caso, por ejemplo, de Carlos Herrera, el locutor radiofónico al que nunca escucho y siempre leo, que titulaba su última columna en ABC de esta guisa: “Apúntenme a la abstención”. Y, como todos los abstencionistas que conozco, no hablaba gratuitamente ni a humo de pajas, como sí suelen hacer los fundamentalistas del voto. También Herrera ha caído ya en la cuenta de que “el ánimo de los votantes, de forma cíclica, sufre importantes embestidas tras cualquier proceso electoral. Estamos ante el mercadeo electoral sin límite. Ante ello, ¿cómo no va a desanimarse el votante? ¿Cómo no va a crecer la abstención? (...) Ante tal escenario, la mayoría de ciudadanos experimenta el inevitable cansancio escénico de aquellos que son invitados a la fiesta sin poder después saborear las viandas. Todo es una componenda de mediocres y una pequeña estafa de interpretadores de votos libres. Se pregunta el ciudadano: ¿Y quién le ha dicho a usted que interprete mi voto? Le responde el político: la ley que yo no quiero cambiar. Entretanto, la abstención crece. ¡No va a crecer!”.

Claro, claro, claro. Más claro que el agua clara. Aunque lo que seguimos sin entender algunos es que otros tengan que esperar hasta que sea llegada la hora del baile de pactos mareados (viñeta de Martín Morales: “Partido Tal: Busco Pacto. Ofrezco tres alcaldías por una concejalía de Urbanismo”) para caer en la cuenta de algo tan-tan-tan elemental que, a estas alturas del esperpento, sólo los que son arte y parte interesada en el reparto justifican, y sólo los que no quieren ver lo evidente persisten en mantener los ojos cerrados. Ya lo dice la máxima popular: ojos que no ven, corazón que no siente. Se siente. (de-leon@ya.com).