Guelmin reclama sus muertos al cumplirse un mes del naufragio de Lanzarote

Pequeños sueños ahogados en una patera

La tragedia de Teguise se produce en el año en que se cumple una década de la primera muerte en el mar de Canarias a consecuencia la inmigración clandestina

Treinta días y treinta noches y muchas horas de lloros, sufrimiento y lamentaciones. Padres, hermanos, tíos, hijos, primos o amigos que nunca volverán a reír con los suyos. Con sus héroes, sus héroes muertos, los que un día -hará mañana ya un mes- pusieron rumbo a la costa marroquí desde sus pequeñas y castigadas localidades natales para jugársela en una patera cargada de sueños y esperanzas; y de niños.

Este domingo se cumple un mes ya del naufragio de Costa Teguise; de la muerte, a sólo 20 metros de la costa, de 26 personas; una de ellas todavía sin recuperar, perdida en el frío océano. Pocos días después 18 de esas víctimas eran enterradas en Lanzarote. Ahora han recuperado ya su nombre y su apellido, pero permanecen sepultadas a poco más de cien kilómetros de sus casas bajo una triste lápida con un número de serie como epitafio.

La expedición de la muerte era de localidades del sur de Marruecos, como Assa o Guelmin, en las puertas del Sahara, donde las imágenes que llegan a través de la televisión o del ciberespacio de una España cercana, y una Canarias a tiro de piedra, hacen todavía más dura la existencia en una zona donde el paro hace estragos -los índices son del 80 por ciento de desempleo- y los salarios son raquíticos. Donde el viento y la arena azotan sin clemencia las vidas sin perspectiva de una población joven sin salida.

Eran sobre todo niños, la mayoría amigos, pero también se lanzaron al mar familias enteras, como la de la Salek Mbarka, un octogenario que reclama los cuerpos de su hija y cuatro nietos; o mujeres adultas como Rihda, que dejaron atrás a marido y cuatro hijas sin dar demasiadas explicaciones. También jóvenes rondando la treintena, como Bachir Radji, que se había cansado de esperar las promesas de su hermano, afincado en Lanzarote, para conseguir su visado y aterrizar en Canarias con sus papeles bajo el brazo.

De todos ellos, sólo siete de los cadáveres han sido repatriados gracias a la colaboración del Cabildo de Lanzarote, que se hizo cargo de los 2.550 euros de gastos que genera cada traslado. Fueron los primeros siete identificados por sus familiares, residentes en Bilbao, Tenerife y Lanzarote. Pero en Guelmin todos reclaman a sus muertos. Poco después del naufragio empezaron a llegar las fotos de sus hijos a la comisaría de la provincia, todos acudieron en masa y reconocieron a sus muertos. Ahora ruegan que alguien les ayude a darles sepultura en su casa, de la que partieron para cumplir sus sueños.

También acudieron en masa para denunciar. Para denunciar a unas mafias que, aunque muchos no lo reconozcan abiertamente, les engañaron. “Muchos padres estaban al corriente de la salida de sus hijos, puede parecer extraño que les envíen a la muerte, pero para ellos son una garantía de futuro y saben que en España no serán repatriados por su condición de menores”, cuenta a esta agencia Elkua, de la Asociación Sur para la Inmigración y el Desarrollo.

No es difícil engañar a quien se agarra a un clavo ardiendo para salir de la miseria. Las mafias, chicos jóvenes del mismo Guelmin según apuntan algunos familiares, tenían un blanco fácil y lo explotaron. Con su material en mano, convencieron primero a los chicos y luego a sus padres. Y lo hicieron con un CD que vendían a un euro con un reportaje de Televisión Española sobre los centros de acogida de menores en España y su protección jurídica en el país.

Vendían un viaje sencillo y una estancia tranquila y segura en Canarias hasta que los chicos cumplieran 18, momento en el que podrían empezar a buscar un trabajo para mandar divisas a su casa. Un viaje que les costó 900 euros y a 26 de los 32 ocupantes de la patera, la muerte.

HISTORIAS QUE SE REPITEN

La patera de la muerte, la que naufragó hará el domingo un mes en las costas de Lanzarote, salió una noche como cualquier otra de algún punto cercano a Tarfaya, en la orilla marroquí. Sus ocupantes, 32 personas, eran en su mayoría jóvenes de origen saharaui de Guelmin, Assa o Laksabi.

A su salida rumbo a Canarias, precedieron muchas otras. Primero desde Marruecos, pero más tarde también desde Mauritania o Senegal, e incluso desde Guinea Conakry o Gambia, desde la ruta subsahariana que se abría paso en 2005 y 2006 al mismo tiempo que se blindaban las costas del norte de África para frenar la salida de embarcaciones clandestinas.

A su muerte, la de las 26 víctimas de la patera de Lanzarote, también han precedido muchas otras. 'Inmigrantes' sin identificar, personas con historias detrás, que en miles de ocasiones se ahogan en el Atlántico sin quedar ni rastro de su aventura. El primer naufragio en Canarias, la primera bofetada en nuestras costas, queda lejos. Fue un 24 de julio de 1999. Nueve personas morían entonces en Morro Jable, frente a la playa de La Señora.

Pocos años antes, en 1994, un 28 de agosto, llegaban -esta vez con éxito- también a Fuerteventura los dos primeros viajeros clandestinos a bordo de una pequeña y precaria embarcación. Como las últimas víctimas de la patera de Lanzarote, salieron también de Tarfaya. Y como las últimas víctimas de la patera de Lanzarote, salían del Sahara.

Alcanzaron la isla enarbolando una bandera de la República Árabe Saharaui Democrática. Y no sólo tuvieron la suerte de llegar, si no también la de quedarse, en un momento en el que su clandestina llegada era una simple anécdota que no parecía preludiar las cientos de expediciones organizadas en los años posteriores y las dramáticas imágenes que han dejado muchas de ellas en la retina de unas islas condenadas a aceptar su proximidad con la costa africana.