Historias de ron, sol y dominó; abrir los ojos al pasear por Arrecife es bucear entre el pasado y el presente; es una lección de vida

El rincón en el que el tiempo se para

En la esquina en la que antiguamente se encontraba el Parador, hoy los jubilados de Arrecife se reúnen cada día para pasar buenos ratos; dicen que la Isla ha cambiado tanto que parece otra pero, aunque antes podían dormir con las puertas abiertas, confiesan que ahora se vive mejor y se pasa menos hambre

Fotos: Anabel Navarro

Recuerdos, batallitas, doradas y dominó. Aquí, en rincón en el que el tiempo se para, no hay espacio para las prisas, los ajetreos ni las malas caras. Y cada día un puñado de jubilados se sientan al cobijo del cielo de Arrecife para jugar unas cartas, tomar un vinito y hablar de todo un poco hasta el atardecer. De todo un poco con matices porque, si a alguien se le ocurre preguntarles acerca de su parecer en cuestiones consistoriales o políticas tan sólo se escuchará una frase casi en coro: “¿Por qué no te callas?”. Y luego mil risas.

Algunos fueron marineros, otros agricultores o ganaderos; constructores, mineros o tenderos. Vivieron en Haría, Teguise, Yaiza o Venezuela. Hoy a todos les une Arrecife y un montón de tiempo libre para pasar un buen rato en compañía de amigos. “Venimos a gastar el pedazo de sueldo que tenemos por ser pensionistas”, bromeaba Matías quien, por cierto, el miércoles arrasó en la partida de dominó. En esta esquina, uno de los pocos lugares de ocio en los que los mayores pueden disfrutar a su manera en la capital, hablan “de todo un poco pero de nada en particular”, volvió a ironizar Matías. Y es que, en el lugar en el que antiguamente se encontraba el Parador de Arrecife, hoy tan pronto se escuchan chistes, como recetas, como alguna discusión cuando finaliza una partida. Demasiados árbitros, demasiados puntos de vista. “Pero siempre con alegría y sin que vaya a más”, aclaran. Confiesan que evitan hablar de las mujeres aunque alguna vez despuntan los comentarios pícaros o los piropos suaves. “Pero no sobre las nuestras, que ya llevamos toda la vida diciéndoselo a ellas”, nos contó Leandro con su sonrisa a medio gas. Parece mentira que tan sólo les separen un par de metros de una de las zonas de más tráfico de la ciudad. Parece mentira cómo han conseguido que se disipe el tiempo, el ruido y el silencio.

Lanzarote, antes y después

Las calles asfaltadas, las puertas de las casas trancadas y el Gran Hotel de fondo. Toda la Isla ha cambiado en a penas un par de décadas. Ya lo decían los jubilados con los que Crónicas habló ayer, que coincidían en asegurar que “Arrecife no es lo que era”. José Juan, recordaba aquellos tiempos en los que se echaba la siesta con la puerta y la ventana abierta, cuando conocía a absolutamente todo el mundo con el que se cruzaba, cuando a penas se escuchaba la palabra robo o vandalismo. Y es que la ciudad era más “de andar por casa” cuando ellos eran jóvenes. No había cientos de turistas por las calles, ni tráfico que esquivar, ni prisas que soportar.

El reparto del presupuesto estatal y la subida o bajada del IRPF no importaba pero, eso sí, por aquellos entonces el hambre y el trabajo duro reinaban en estas tierras. “Un hambre y un trabajo de verdad”, nos contaba Juan José, “algo que la sociedad española actual no podría entender porque nunca lo ha vivido”, añadió.

Ramón es el rey de la baraja jugando al truco. Ayer interrumpió su partida para explicarnos que en este juego el As de espadas es el que puede con todo y que el pequeño rincón en el que juegan él y sus compañeros es su sitio favorito desde hace años. Él confesó que “yo antes no tenía nada y ahora tampoco, pero prefiero el Lanzarote de hoy porque no paso hambre de verdad y tengo tiempo y libertad”. Son otros tiempos sí, pero “aunque ahora vemos demasiado cemento y demasiado guiri y antes todo era más auténtico y familiar, hoy mi día es más tranquilo y más feliz”, expresó Ramón.

Cuéntame cómo te ha ido

Aunque ha perdido acento, Emilio Betancort dice que sus raíces son tan canarias como azul es el cielo de Haría, el pueblo que le vio nacer. Emilio se marchó a Venezuela con lo puesto cuando tenía 19 años. “Fue horriblemente triste, pero me obligó el hambre y el desconsuelo”, relató con tono de melancolía. “Venezuela es un país increíble”, nos dijo, “pero no pasó un solo día dentro de los 50 años que estuve allí en el que no echara de menos a Lanzarote”, añadió. Para él esta es su tierra y confesó que “aguanté allí hasta hace tres años, hasta que tuve la certeza que esto había cambiado, que podía volver con mi familia y porque el sistema de Chávez no me gusta, él sólo busca nacionalizar y persigue una sociedad imposible sin tener en cuenta al pueblo”. Hoy no se arrepiente de volver y aunque recuerda que se llevó toda una sorpresa al reencontrarse con la Isla tan cambiada, “ha sido lo mejor que he hecho porque no hay un sitio mejor en el mundo que este”.

Leandro también se queda con el Lanzarote de hoy. Hace 30 años pasaba más de 12 horas al día cargando piedra y sacando cantos de las montañas de Mina y Guatiza. “Llegaba a casa exhausto y tan sólo había unas pocas de papas para cenar y tristeza en las caras”, explicó. “Antes estábamos más tranquilos, pero no podíamos respirar con tanta miseria”, matizó.

¿Quién necesita un bar?

Se levanta por la mañana, compra el pan, vuelve a casa dando un paseo por la avenida y hojea la prensa local antes de comer. Ramón prefiere jugar por las tardes, después de fregar la loza. Dice que, a no ser que juegue su equipo, no pisa un bar. “Aquí estamos al aire libre, venimos paseando y nos entretenemos con el sol y la gente que va pasando”, nos contó.

Para alguien que venga de fuera este sitio es sorprendente, mágico. Y no es el único lugar en el que el tiempo parece pararse para bailar sin música en la Isla. En la mayoría de los pueblos lanzaroteños encontramos la emblemática figura del teleclub. Para tomar una copa, ver o jugar un partidito de fútbol, practicar bola o charlar con los amigos. Los teleclubes de Lanzarote son sin duda un ejemplo incomparable del que uno puede valerse para describir la filosofía y forma de vida en la Isla. Hombres, mujeres, niños, jóvenes y mayores. Extranjeros, peninsulares y conejeros. Cada uno tiene su sitio y hay sitio para todos. En algunos de estos teleclubes, como el de Punta Mujeres, impera la tradición de las mujeres en una sala, a sus labores, y los hombres en otra, a las suyas. Pero también aquí se apuntan a lo último y asisten a clases de yoga o decoración. En Guatiza ensayan bandas de música y, de vez en cuando, proyectan alguna película al aire libre. Y las puertas, como si de repente retrocediéramos en el tiempo, vuelven a estar siempre abiertas de par en par.