No habrá paz para los malvados
1.- Quizá por la tensión que genera la crisis, se ha puesto de moda otra vez el insulto en la televisión. Bueno, los tribunales dirán lo que tienen que decir, pero estas cosas pasan porque las televisiones, tanto locales como nacionales, se han armado con lo peor de la calle, con perros ladradores -y bastante poco mordedores- que gritan hasta la exasperación, insultan, calumnian, injurian y extorsionan. Bueno, ya digo que los tribunales, en los que siempre se confía -aunque luego uno se lleva sus desilusiones-, dirán lo que tengan que decir. Pero cómo se ha degradado la televisión local, llena de mercachifles y de idiotas, sin nada en la cabeza, intelectualmente hueros y analfabetos funcionales; que asustan. Naturalmente que hago las excepciones de rigor, muy honrosas. Hay un tipo de público, escaso, que sigue a estos desalmados y que luego propaga las especies con un entusiasmo digno de mejor causa. Yo no veo esos programas, ni tampoco permito que me los cuenten, aunque naturalmente tengo medios, a través de terceros, para averiguar lo que dicen, y luego actuar. Antes no actuaba, ahora sí. Están cogidos y no podrán escapar.
2.- Esta escuela es vieja en Canarias. Y se trata de una mezcla de falta de preparación intelectual y de ciertas sustancias. El periodismo no conoce fronteras y probablemente no debe saber de otras que las que impone el Código Penal y la Ley de Protección del Honor. Ambos son buenos instrumentos de castigo para quienes injurian y calumnian a los demás. Que no se confunda lo que digo con el legítimo derecho de un medio a criticar la actuación de los hombres y mujeres públicos en el desarrollo de sus funciones. No confundamos el culo con las témporas. Esto lo digo al comienzo del verano -para mí empieza en agosto- y a 21 días de mi gloriosa jubilación, de la que tendré que vivir. Pero anuncio que no habrá paz para los malvados.
3.- En fin, que será la última vez que hable de esto, que no se refiere exclusivamente a mí, sino también a otras personas. No se puede convertir a una televisión local en un libelo. La responsabilidad de sus propietarios, generalmente gente que no pertenece a los medios y que contratan jaurías para presionar a políticos y a otros empresarios, es tremenda. No sólo solidaria, sino terriblemente espuria. Y lo pagarán en los tribunales. Lo pagarán, pongan ustedes el cuño a lo que digo. Yo no me quiero poner como ejemplo de nada, ni ante nadie. Pero el periodismo y su función social son demasiado grandes para que cuatro mentecatos y analfabetos lo pisoteen. Se acabó la impunidad.
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