Menos política

Por Andrés Chaves

1.- La periodista tinerfeña residente en Argentina Ana de Juan , amiga mía desde hace más de dos décadas, me dice, por e-mail, que escriba menos de política y más de lo que me ocurre cada día, aunque no me ocurra nada. Añade, pues, su voz a las del coro de lectores que me pide con frecuencia exactamente lo mismo. Pero yo escribo poco de política; si acaso, como estamos en crisis, de política económica, que es el deporte nacional. Ahora todos nos hemos convertido en expertos en economía, que yo traduzco de una manera casera diciendo que somos especialistas en llegar a final de mes. Los periodistas también somos seres que opinamos de todo y no sabemos de casi nada; es decir, nos hemos convertido en osados juglares de lo que realmente desconocemos. Así que pocos pasan a la historia, si acaso Larra , Umbral , Azorín , González Ruano , Josep Pla y otros maestros de la pluma cuya modestia impide que hayan trascendido a las páginas de los libros de la historia del periodismo, si es que los hay.

2.- Ana de Juan sabe que yo odio la política, al menos la política chiquitita y malcriada que se estila en nuestro país. Así que trato poco de política en esta columna; si acaso, cuando se produce una actividad extraordinaria o un suceso curioso protagonizado por esos señores y señoras que se sientan en los sillones municipales, en las poltronas del Gobierno y en los escaños del Parlamento. Como sólo se ha producido un hecho noticiable -la pretendida volada de Cristina Tavío de que las murgas vociferen en la cámara legislativa-, pues yo hago mutis por el foro, deseándoles que canten bien y que no crean que son corales polifónicas sino hombres y mujeres con sentido del humor y capaces de arrancar sonrisas. En realidad, el Parlamento es una institución idónea para acoger a las murgas ya que a veces sus señorías componen una murga esperpéntica y desafinada, dicho sea con el debido respeto.

3.- Luego estoy convencido de que no debe ser la política el leit motiv de esta columna, sino acaso el desenfado y el humor, que bastante falta tenemos de ellos en este mundo lleno de desdichas. Cada día, cuando recogemos los periódicos del kiosco, nos disponemos a convertirnos en seres infelices, bien ojeando las esquelas e iniciando nuestra propia cuenta atrás, bien observando cómo se destrozan unos a otros en todos los campos de la vida y de la muerte. Así que lo mejor es llenar el Parlamento de murgas o esperar con ansia a que Antonio Castro te envíe esos dulces de La Palma elaborados con primor por monjas que siguen recetas antañonas. Ay.

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