Lourdes

Por Andrés Chaves

1.- El pasado jueves estuve en Lourdes. Bebí agua de la fuente de la Virgen, toqué la gruta de Bernardette , paseé por las calles del pueblo, llenas de negocios religiosos. Hice 420 kilómetros, ida y vuelta, desde San Sebastián, para visitar un santuario impresionante, al que acuden millones de personas cada año en busca de la curación. Más de 2.000 han sanado totalmente de sus dolencias y setenta curaciones milagrosas han sido reconocidas por la Iglesia Católica. No les miento: en Lourdes se respira algo distinto y en aquella cueva existe una extraña fuerza que te atrae, cuando pones la palma de la mano en la pared; el agua que resbala por la roca te ata a ella. La Virgen está arriba, presidiendo la cueva, con su manto azul y blanco. Se ve a mucha gente orando con tanta fe. Yo, que permanezco distanciado de la religión, sentí mucha paz. No era nostalgia de nada, sino paz. Sobre la nostalgia y la vida leí ayer una frase lúcida del actor Manuel Alexandre: "? yo no tengo nostalgia porque no he creído nunca en lo que he estado viviendo".

2. - Llevo encima tres vidas. Esta será la última. La vorágine en la que he estado metido siempre no me ha permitido evaluar los cariños, ni recoger las cosechas, ni analizar mis comportamientos. Ha pasado todo en un pis pas. Pero en Lourdes estaba la Virgen encima de la gruta y algo tenía aquella imagen, alguna serenidad inenarrable se desprendía de una oquedad llena de luz, que ni siquiera amplificaba el susurro imperceptible de los peregrinos que musitaban plegarias o pegaban fotografías a las paredes de la gruta para luego meterlas en un buzón de tantas causas posibles.

3.- Era la fe. Una fe que te invitaba a pasar revista a tu vida y a reafirmarte en que no has tenido nostalgia porque realmente no has creído hasta ahora, ni nunca jamás, en lo que has vivido durante los años que te han regalado para estar aquí. Tiene que haber algo detrás de esta estupidez de mundo atormentado por los poderes que él mismo ha creado. Luego sales de la gruta y ves los negocios de las vírgenes de barro que te rompen un poco el encanto de lo auténtico. Lourdes es un imán para quienes tenemos que aferrarnos a la idea de lo que llaman sobrenatural. Cuatrocientos y pico kilómetros dan para pensar lo que uno era a la ida y en lo que se ha convertido a la vuelta.

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