Los puentes

Lo mismo que creo que los lunes son los peores días de la semana -los zapateros nunca trabajaron los lunes, cuando existían-, los puentes, como el de esta semana, son benefactores y relajantes para los ciudadanos. Los lunes llegan certificados de Hacienda y todos los acreedores tienen prisa por cobrar y las compañías telefónicas por ofrecerte sus productos. Una vez sufrí una verdadera persecución de una de ellas, empeñada como estaba la señorita parlante en que yo le debía doscientas pesetas de una factura, tan antigua como la tumba del faraón. Nunca la pagué. Un día las llamadas cesaron; debe ser que la amable e insistente comunicante se dio por vencida, se jubiló o se murió. Nunca lo supe. Los puentes ya digo que son beneficiosos. La otra mañana, cuando me dirigía al supermercado, escuché a un individuo con pinta de vago hablar por el móvil con el que lo había contratado para una obra. Le dijo a la parte contratante que, como el jueves era fiesta, empezaría la obra, en vez del martes de esta semana, como estaba previsto, el lunes siguiente. Es decir que el buen prójimo evitaba trabajar el martes, el miércoles y el viernes, teniendo en cuenta que el jueves es fiesta, el sábado es sábado y el domingo, domingo. Pensé que a este país, además de sus políticos, se lo está comiendo el ocio. A lo mejor tienen razón los vagos, que no morirán de infarto, a no ser que su gandulería les haga comer mucho y hacer poco ejercicio. Nos molestamos cuando los alemanes publican estudios hablando de la vagancia española, pero es cierta. Existe una irredenta tendencia al dolce far niente, que es tan vieja como nuestra propia existencia como país. Está tan arraigada la manganzonería que no la puede cambiar ni la Unión Europea ni un inexistente sentido de la vergüenza.

Publicado en Diario de Avisos