La lucha
1.- Me contaba un empresario que la sensación de alivio que experimenta los fines de semana viene dada por la ausencia de llamadas de los acreedores. Y que se siente no poco liberado cuando logra pagar los sueldos, pero muy agobiado cuando llega el lunes y aparecen de nuevo en su móvil los mensajes bancarios o las llamadas perdidas de los proveedores. Perdidas, porque no las contesta. Lo peor de la crisis es el pesimismo que arrastra y que parece incurable mientras los mercados no se reactiven, fluya el dinero y, con él, las posibilidades de pagar a los bancos y a los que esperan sentados que les llegue la confirmación de que el pagaré (la letra ha pasado a la historia, por cara) se ha abonado en cuenta. Se trata de una cadena que no se rompe, porque es imposible que se rompa cuando uno vive en medio de unas condiciones tan precarias. Es decir, cuando uno vive peligrosamente. Si quien ha creado todo esto creía que el Mundial iba a ser una tabla de salvación para la política de su Gobierno, se ha equivocado, una vez más. El Mundial no le paga a los bancos.
2.- El verano puede traer una pausa en la agitación social, pero eso que siempre se llamó, sobre todo en la Transición, "otoño caliente" va a alcanzar en el próximo septiembre, a partir de la huelga/filfa de los sindicatos, una dimensión sideral, por no usar el término "planetario", que tan mala suerte nos ha traído. Todo el mundo sabe que se esperan medidas europeas contra España, porque España no va a aplicar con rapidez los decretos que el Parlamento ha convalidado o va a convalidar. El otro día se anticipaba en este periódico algo que ahora repiten cronistas y tertulianos de todo el país: lo importante de la reforma laboral es que no sea tan ambigua como para dejarla en manos de la interpretación de los jueces, lo cual sería el caos. Es decir, que la reforma debe contener normas claras y de aplicación categórica.
3.- Compartimos la desazón de tantos empresarios, perdidos en la crisis e incapaces de remontarla. Les hablaba aquí el domingo de la tomadura de pelo que significan los avales de Sogarte y, en artículos anteriores, de la pérdida de tiempo en la tramitación de los créditos ICO. Todo es mentira. Me produce tristeza que se juegue de esa forma con empresarios en apuros que siguen luchando para salvar a sus empleados y a sus empresas. Y que se les trate como ganado, sin incentivos claros, fáciles de alcanzar y adecuados a la situación. Ya nadie cree en la palabra de estos héroes, sino en los registros de impagados. ¿Y cómo van a pagar si no tienen dinero?
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