La escritura de todos los días

Por Andrés Chaves

1.- Algunas veces me he quedado sin empleo en esta vida; para mí quedarme sin empleo significa no tener la oportunidad de escribir todos los días. Pero ocurre que existe el tedio informativo; es decir, una dispersión de la actualidad que te hurta las noticias relevantes o de impacto. Y entonces has de dar marcha atrás a la memoria y recoger algo del pasado que pueda agradar a tus lectores. Esta sequedad suele venir en verano, una estación propensa a la siesta de la información, al nada que hacer. En este momento me encuentro instalado en el nada que hacer, porque la gente está harta de leer cosas de la crisis, de lo mal que se va a poner este país y de la financiación autonómica. La gente quiere reírse, que es la mejor medicina cuando los tiempos malos azotan al personal. Este año, por lo obvio, me quedo en la Isla, no voy a ninguna parte. La falta de perras me entretiene aquí, o sea que tendré que buscar en mi entorno las cosas para contar a ustedes, ociosos lectores.

2.- El otro día, en una crónica retrospectiva, leí algo sobre la ya lejana muerte del cura coadjutor que fue del Puerto de la Cruz, don Federiquillo Ríos. La gente lo llamaba don Federiquillo para distinguirlo de don Federico Ríos, canónigo, que era párroco titular de la Peña de Francia portuense. Cuando chicos, nos poníamos al lado de los confesionarios a escuchar los pecados de las viejas a las que oía en arrepentimiento don Federiquillo, a grito pelado. Las señoras, medio sordas, le contaban una obviedad al cura y éste chillaba como un poseso diciéndoles que aquéllo no era pecado y que se fueran ya, dándoles a toda prisa la absolución. Don Federiquillo murió joven. Era un tipo singular, un avanzado, un hombre del pueblo al que la gente tenía como un loquinario cuando realmente no era así. Sus sermones cautivaban, porque, sin ninguna pretensión literaria ni teológica, llegaban a los fieles. Me dio mucha pena su muerte. Cuando repetíamos la confesión, para tomarle el pelo, salía del mueble con la sotana arremangada y nos amenazaba con una patada en el culo, al grito de "¡jodidos niños!".

3.- He dado marcha atrás a la memoria para contarles una anécdota. A mi edad, que va camino de ser provecta, viene muy bien este ejercicio de la mente. Ahora me doy cuenta de que cuando murió don Federiquillo tenía menos edad que la mía y me entra un escalofrío. Para nosotros era una persona mayor. Cuánta gente se ha quedado en el camino que ha dejado huella en uno, a través de los tiempos. En aquellos años, el Puerto de la Cruz también estaba instalado en el nada que hacer. Para nosotros era suficiente el mentidero de San Telmo, en estos meses del verano, donde atendíamos a nuestros primeros ligues y le tomábamos el pulso diario a un pueblo donde no pasaba absolutamente nada. Y no como ahora, que hasta los pescadores se rebelan contra el poder municipal. Y el pescado (bueno, los peces), esperando.

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