Humor funerario
Por Andrés Chaves
1.- El otro día leí en un periódico -no recuerdo en cuál, aunque lo he intentado- que una escritora había recopilado los epitafios más curiosos y divertidos de los cementerios españoles. Es muy famoso el que dicen que se encuentra esculpido en la lápida de la tumba de Groucho Marx: "Perdonen que no me levante", pero mucha gente con sentido del humor se ha muerto y ha querido dejar constancia de su gracia en el último lugar en el que uno puede escribir, o mejor, ordenar que se escriba: en su propia lápida. Me contaba el periodista y publicista Mauricio Gómez-Leal, que en paz descanse, que un amigo suyo había montado una funeraria en Caracas y se le ocurrió ponerle un nombre francés, para sofisticar más el momento final: "La maison dernière", es decir, la última morada. Tuvo mucho éxito y el hombre se hizo millonario porque hasta el conductor del coche fúnebre hablaba el gabacho, lo que daba un indiscutible toque de elegancia al transporte y al enterramiento del finado. Las tarifas eran, desde luego, desorbitadas, hasta que le salieron imitadores y en todas las funerarias de Caracas se pusieron a hablar francés, tras lo cual se desvirtuó la cosa.
2.- Esta escritora, cuyo nombre tampoco recuerdo, ha recopilado los epitafios y uno me llamó mucho la atención. Es el que se lee en la tumba de un perravinícola que, en vida, parece que trasegaba no poco. Esculpieron en el mármol su nombre y, debajo, la siguiente leyenda: "Ya no bebe". Dentro de la desgracia y de la tristeza que producen los óbitos, la gente intenta buscar el lado gracioso de ciertos de ellos y existe alguna literatura sobre las leyendas fúnebres y sobre las esquelas. En torno a las esquelas, todavía se recuerda cuando falleció un conocido empresario y hombre de negocios de Santa Cruz, cuyo nombre omitiremos, dejando heredero universal a uno solo de sus sobrinos. Éste encargó una esquela que daba cuenta del fallecimiento; debajo, añadió la frase: "Sus desconsolados sobrinos" y, a continuación, los nombres de los desheredados.
3.- Famosa es también la anécdota (probablemente falsa) de otro rico chicharrero que murió y ordenó que cada uno de sus cuatro hijos depositara en el féretro diez millones de pesetas para su último viaje. Cuando llegó el cuarto a cumplir el encargo rellenó un cheque por cuarenta millones y cogió los treinta que sus hermanos habían depositado en efectivo.
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