Espías y eso
1.- Ahora, la moda es escuchar lo que dicen los demás. No lo digo sólo por lo aficionados que son los jueces españoles a ordenar escuchas policiales, sino también por el espionaje americano a líderes mundiales y, por lo que parece, no sólo americano, sino también entre países europeos. A Garzón le costó su carrera ordenar las escuchas de conversaciones entre abogados y clientes, ¡a quién se le ocurre! A una jueza canaria estuvo a punto de costarle un disgusto -el Supremo ha decidido que no fue delito- oír conversaciones en un vis a vis, durante la instrucción de un proceso. Y los gobiernos no se andan con chiquitas a la hora de interesarse por lo que dicen los miembros de los demás gobiernos. En un país tan indiscreto como España se han publicado conversaciones privadas, que no tienen nada que ver con el delito, entre imputados en distintas causas; y se filtran, como si nada, en vez de ser retiradas de los sumarios. Es una indecencia, una inmoralidad y una ilegalidad, pero ocurre sin que nadie le ponga coto. Lo que refuerza la verdad de aquella frase que hizo famoso a Pedro Pacheco , a la sazón alcalde de Jerez, quien dijo que la justicia era un cachondeo. Fue acusado de difamar a la justicia y absuelto por la propia justicia.
2.- A la vista de todo ello, lo mejor es no hablar por teléfono de negocios, ni con la querida y mucho menos si el parlanchín está felizmente casado, como suele suceder. Porque, a la mínima, si el otro está intervenido, el inocente cae como un pardillo y mañana puede aparecer en la prensa todo lo que ha dicho, aunque sólo sea un leve casquete furtivo. No habrá piedad para los telefoneantes.
3.- Este país cada vez me gusta menos, pero yo no tengo poder para arreglarlo. Sí recuerden que hoy es el día de San Andrés y que se abren las bodegas. Ya yo probé el nuevo vino francés joven de este año, el Beaujolais. Excelente. El domingo pasado me fui a Taborno, a darle al prive, con gran contento porque hacía frío y el caldito nuevo entraba en el cuerpo como una exhalación. Cada vez se parecen más nuestros vinos al Beaujolais. Lástima que no sepamos comercializarlos como hacen los franceses, que son unos maestros en la materia. Hay que aprender del gabacho lo que el gabacho puede enseñarlos que, en materia de vinos, no es poco, desde luego.
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