El oficio de escribidor
Estoy corrigiendo las pruebas de un nuevo libro, más bien librito, de 88 páginas; una historia que titulo Dos guerras y un destino. El libro será presentado en febrero y el tema va de la llegada de una familia alemana, los Morgenstern, a Tenerife. Se basa en la memoria de la nonagenaria Helga Morgenstern de Sotomayor y en su álbum fotográfico familiar. Su padre fue un policía del káiser y fotógrafo que enfermó de gas mostaza y acabó sus días en Canarias; y de la posterior evolución de la familia, por los azares de la vida. Pero, dejando a un lado el asunto, hablaré de lo difícil que ha sido para mí resumir una historia sencilla, pues porque el oficio de escribidor ha variado mucho con el tiempo. Antes las cazaba al vuelo, improvisaba; ahora me ha venido al cuerpo la minuciosidad y creo que lo que escribo no es correcto. Así que supone para mí un verdadero coñazo hilar las situaciones y darles contenido inteligible. Ustedes, que me ven por la calle con camisetas de colores y riéndome de todo, no saben que la procesión de la edad siempre discurre por el torrente sanguíneo, no en tantas ocasiones por las pocas arrugas -o ninguna- que llevo en la cara. Además, cada vez que miro el texto siempre aparece una errata nueva, lo cual refuerza mi teoría de que jamás uno debe corregirse a sí mismo. En fin, ya está listo y espero que para siempre. Y con este trabajo, breve y simple, refuerzo mi decisión de que ni un libro más -este lo he escrito gratis-, ni otras cosas que no sean un artículo breve o una entrevista, también de baracalofi. Tengo que descansar de mi descanso. Como decía mi padre, se acabó el carbón.
Publicado en el Diario de Avisos