El Cristo de pie
Por Andrés Chaves
1.- El domingo pasado fui a Tacoronte, a la Octava. Olía el pueblo a vino de sus mostos y tocaban las parrandas bajo un sol espléndido de otoño. Se ahogaban los cantos de los magos entre las frondas enredadas y secas que traen los barrancos; y las turroneras ofrecían las recetas antiguas de don Emilio Rosa . Colocaron las hermanas Galán sus reposteros en el patio frondoso de su casa: aquí un poquito de carne fiesta, allá una garbanzada, un volován, unas picardías gastronómicas. La espalda en sangre del Cristo de pie daba fe de su sufrimiento de siglos. La gente, alguna descalza, componía un cortejo respetuoso, mientras sonaban -muy bien- las bandas de Tacoronte y de Güímar. No vi a Maccanti , pero quise sentir sus días y sus noches de septiembre: "la cigarra que canta ya en los campos, / cuando el viento siroco deambula por Guerea, / alcanza en su canto a Marte, Amor". Sí vi a la multitud fervorosa caminar hacia y desde el Santuario, conducida por las rúbricas de Óscar en las paredes; graffitis hermosos, más de París que de Tacoronte.
2.- Tacoronte acaba su septiembre de terciopelo y plata, de folía calculada al paso de la imagen. Curas blancos la escoltan, suenan las bandas y lucen coloristas los timbirichis y los guachinches y los puestos del nada que vender y hasta pasea su mercancía chimba el africano que ciertamente desentona bajo las acacias y otras frondas mal cortadas del inicio del festín otoñal. Compra, amor, dos watusis que mañana luzcan en ninguna parte mientras el Cristo de pie de mirada extraviada se desangra allá arriba. Dan la vuelta a la esquina los costaleros cuando suena al aire otra folía desafinada que habla de los milagros del doliente.
3.- Las parras se inclinan para ver al paso; cae de rodillas una señora; trastabillea la niña en el escalón del santuario, pisado el biés de su enagua. Los espectadores se funden en un murmullo al sonar del himno nacional. Baila el Cristo su dolor de historia y de leyenda, entra en su santuario hasta el año que viene, en sus andas de plata cubiertas de pétalos de rosas. Es el Tacoronte profundo, pueblo de tantos hombres sencillos, como Domingo Martín Díaz , que remodeló la plaza de Santa Catalina e hizo patria con su fe. No estaba Arturo, es una pena: "las flores amarillas, / las descalzas flores de este jardín urbano, / a la sombra de cúpulas y nubes, / viven difícilmente, como yo". Y como yo, amigo, y como yo.
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