Cosa de enanos
Los enanos de la Virgen están a la greña. Es como si se pelearan los enanos de Blancanieves, que discutían mucho, pero nunca llegaban a mayores. Parece que no están siendo felices algunos aspirantes rechazados en el proceso de selección de los nuevos miembros de esa vistosa y espectacular cofradía lustral. Que nadie se ponga a entender la disputa porque es imposible. Parece que la municipalidad está unida, pero, claro, el puesto de enano es goloso, por lo limitado y por lo que significa formar parte de esa minoría misteriosa y numerada. Me encanta La Palma, me encantan sus fiestas, me encanta el Teatro Chico, el Circo de Marte y el barco de la Virgen. Todo es tan continuo, tan entrañable, tan serio y tan vistoso. Hasta los Indianos, aunque al foráneo malhumorado le pueda parecer absurdo acabar bañado en polvos de talco, los ojos rojos y picor en el cuerpo. No importa, todo es compensado por la tradición y hasta los canariones han copiado esa fiesta de blanco y a la Negra Tomasa, a la que los de la Gran Canaria quieren hacer más Negra y más Tomasa. Hay pocos que entiendan estas fiestas magníficas de La Palma, tan visitadas, tan celebradas y tan divertidas. Pero quien las entiende, las disfruta. Es fastidioso que los enanos, que eran en sí mismos un remanso de paz y de esfuerzo bailón y estético, vivan ahora días un tanto angustiosos, por las disputas. Yo reuniría a los bandos en el Circo de Marte y los podría de acuerdo a fuerza de hacerles escuchar esa polka, o lo que sea, que tanto se repite cuando bailan para la Virgen de las Nieves. Yo viviría en La Palma porque me parece una isla absolutamente de otro mundo. Mi amigo fallecido, Eduardo Acosta Méndez, me contó leyendas increíbles de la isla. Para otro día.
Publicado en Diario de Avisos