Capa de ozono portuense
Recuerdo que, en cierta ocasión, a don Camilo José (Cela) se le ocurrió escribir que los pedos de las vacas eran los que dañaban realmente la capa de ozono. No sé ni cómo ni dónde analizó don Camilo esas flatulencias vacunas, desconozco cualquiera de sus certezas; pero el otro día, paseando despreocupadamente por el Puerto de la Cruz, se me ocurrió algo, mirando a la pléyade de magos que pueblan los domingos la ciudad. Vienen los magos de los altos, de yantar en los guachinches, con el gaznante impregnado de ajo, pata de cochino, pimienta de la puta de la madre, bistec, carne cabra y escaldón. Y toda esa mezcla infame, eructada sin pudor, hace sin duda más daño al medio ambiente -y por ende al vecino- que los pedos de las vacas a los que se refería Cela. Ese mago desbarrigado y lento, que va echando el vaho por el paseo San Telmo, descarga sobre el ciudadano moderado un gas atroz que se huele a distancia y precede al rural a metros. Así que alerto de que el Puerto de la Cruz, sobre todo en domingo, se ve asaltado materialmente por ese elemento, cuya garganta es un infierno, que no se le ocurrió reflejar ni siquiera al Dante. Botticelli no llegó a tiempo de retratar al mago, no lo conoció; ni por supuesto el Dante tampoco supo de su existencia, porque se hubiera ahorrado el pasaje del Infierno en su obra cumbre. Le habría bastado con hacer una oda al vaho de dragón adquirido en un guachinche y ensolerado en su tortuoso estómago. El nivel del personal paseante está bajando, a todos los niveles. El nivel del extranjero y el nivel del nacional. Y ello, mezclado con la audacia de nuestra gastronomía, cualquier día de estos puede causar un estropicio.
Publicado en el Diario de Avisos