Aventuras de carreteras
1.- Me parece que ya les conté lo que me pasó en Venezuela, hace años, cuando una amiga y yo alquilamos un coche para ir a Lagunillas, que es un reducto petrolero del estado de Zulia. Yo quería ver cómo se extraía el petróleo y mi amiga había nacido allí, todo lo cual generaba en ambos una pasión geográfica casi gemela. Eran tiempos de asaltos en la carretera, por cierto entonces -no sé ahora- bastante solitaria. El dueño de la casa de alquiler, una empresa familiar, me preguntó que si yo sabía manejar un arma. No recuerdo si le dije que sí o que no, pero de todas formas me entregó una caja que contenía un primoroso revólver con una docena de cartuchos. Me dijo: "Si por casualidad tiene que parar a reparar un caucho, al bajarse del coche que se vea bien que va armado. Y si alguien trata de detenerlo haga disparos al aire". Gracias a Dios no tuvimos que pararnos, ni nadie intentó detenernos y mi amiga y yo fuimos y vinimos de Maracaibo a Ciudad Ojeda, la capital de la provincia, sin problema alguno. Incluso almorzamos allí y luego regresamos a Maracaibo, después de ver yo funcionar a los péndulos que sacan el petróleo, a orillas del lago.
2.- Con otra amiga estuve en cierta ocasión en Iguazú, para ver el impresionante espectáculo de las cataratas. Habíamos alquilado un coche en la zona argentina, pasamos a la brasileña y queríamos ir a la paraguaya. En Iguazú confluyen las fronteras de esos tres países. Pues pretendíamos ir, ya atardeciendo, a Puerto Stroessner, en Paraguay, a ver si conseguíamos algunos relojes de contrabando. Una temeridad, a esa hora, en un lugar lleno de narcotraficantes y de ladrones. Caía la noche, enfilé el puente que hace de frontera entre Brasil y Paraguay y, antes de entrar en él, me detuve ante una raya amarilla que ponía "Pare". Junto a la línea una garita, la punta de un fusil y un pie descalzo que asomaban por la ventana. Iluminaba aquel disparate un enorme foco. El pie se movía, en sentido del puente. Nosotros no nos atrevíamos a continuar, por miedo al amenazador fusil. Toqué la pita varias veces y entonces apareció por la ventana el rostro adormilado de un soldado, que gritaba: "¿No le estoy diciendo que siga?".
3.- Aventuras de carretera. Nunca me pasó nada. Nunca tuve el más mínimo percance, pero, ahora que lo pienso, todo aquello fue exponerse inútilmente a que a uno le cortaran el cogote. Hoy no lo haría, claro, pero es que en aquellos tiempos a uno no se le ponía nada por delante. Bendita juventud y maldita edad provecta. En fin, que por lo menos puedo contarlo, sin que sean escenas del otro mundo.
achaves@radioranilla.com