Las pobres misses y el San Ginés imposible

Ser Miss es una auténtica faena (había pensado “putada”, pero no quería empezar así mi primer artículo después de un día de fiesta). Si ya es engorroso eso de tener que desfilar en traje de baño, algo sólo apto para jovencitas de esas edades, si ya es una jaqueca la disciplina que se les impone para los pases, si no era suficiente esfuerzo el aprenderse las coreografías de marras, el tener que asistir a infinitas sesiones de fotos y actos públicos, ahora van y les cascan la intervención pública. ¿Qué buscan, a la próxima Emilia Castelar o a la muchacha más guapa de la Isla, qué pretenden con hacerles pasar el mal trago que supone tener que hablar ante miles de personas en una noche en la que los nervios por el éxito o fracaso de su presencia en el escenario les atenaza todos los sentidos? Sí, ya sé que hace días que fue lo del concurso, que estoy un poco atrasado, que esto no es lo mío, pero tenía ganas de comentar lo que sentí el sábado, creo que por segundo año consecutivo.

Parece que no fue suficiente cuando en un concurso de Miss España no se les ocurrió otra cosa que dejar al embajador ruso que preguntara por su país. ¿A quién se le ocurriría en esa circunstancia decir algo de Rusia que no tenga que ver con la ensaladilla, los filetes o la montaña? A nadie, mucho menos a una muchacha que está concentrada en no perder pie con los enormes tacones de aguja que sólo se ha puesto dos o tres veces en su vida. Fue un absoluto desastre, lo que no ha impedido que la fórmula se repitiera en Lanzarote, con el éxito que ya vimos. Al jurado sólo le faltó preguntarle a las chicas por el Plan General de Arrecife, por los problemas de los viticultores para vender el excedente de uva de este año o por los compromisos que ha asumido ZP para su vuelta de vacaciones en La Mareta para terminar de hundirlas en la miseria. “¿Cómo arreglarías el hambre en el mundo, qué cambios harías si fueras presidenta del Gobierno?”. ¿Pero qué preguntas son esas? Habría que ver a alguno de los miembros del jurado en semejante tesitura, aunque supongo que ellos tampoco tuvieron la culpa, porque la idea vendría de los organizadores de la gala, que son los mismos de siempre. De momento, con días para pensar, a mí no se me ocurre nada para solucionar el problema del hambre en el mundo, más que nada porque no tiene solución. Sin voluntad de aquellos que podrían hacer algo para cambiar las cosas es imposible que aparezca alimento donde no lo hay, y hoy por hoy esa falta de voluntad es inquebrantable. Tampoco sé qué cambios haría en el Gobierno, como no lo sabe la mayoría de los españoles que confiesa abiertamente no conocer siquiera a los ministros que conforman el Gabinete de Zapatero, al que por cierto parece que este año no le están amargando las vacaciones tanto como se las amargaron el verano pasado. El año pasado, que escribí un artículo muy parecido, dije que esperaba que aprendieran la lección y que no les volvieran a hacer pasar a las chicas por semejante trance. No me hicieron ni puñetero caso, porque este año volvieron a hacer lo mismo.

En la edición de este miércoles Crónicas realiza un reportaje sobre las Fiestas de San Ginés, y en una encuesta de calle se pone de manifiesto la absoluta pérdida de identidad de una celebración de Interés Turístico Nacional. Entiendo que la pérdida de identidad tiene mucho que ver con esa historia de que los Sangineles se celebren a las afueras de la ciudad, allí donde Cristo perdió el mechero. No se trata sólo de que se invierta algo más de dinero, que también, se trata de que le echen un poco más de imaginación y ganas de hacer unas fiestas en condiciones, y si para ello hay que volver al pasado, hay que bucear en las raíces de Lanzarote, pues se bucea, si hay que poner patas arriba la ciudad como se hace en todas partes, pues se hace. No parece difícil devolver las fiestas a la ciudad, hacer que sea sencillo disfrutar de los ventorrillos sin tener que coger el coche para todo. Y digo coche porque ya hemos recibido en este diario quejas de los usuarios de la guagua que no saben ni dónde ni cómo enganchar un transporte público que les lleve a casa. Si de todas formas se va a cerrar el tráfico, se van a cambiar las líneas de guagua, ya que lo hagan a lo bestia y en el centro de la ciudad, como ocurre en todos los lugares donde se disfrutan las fiestas. ¿Se imagina alguien unos Sanfermines en medio del campo, alguien estaría contento si la Romería de Los Dolores terminara en un erial en lugar de en la plaza de Mancha Blanca? Claro que no. Pues en Arrecife nos tenemos que aguantar, y enterarnos de que estamos de fiesta porque los amigos de Alternativa Ciudadana insisten en que visites su maravilloso ventorrillo con el que financian limpia y transparentemente su campaña electoral.