Lo que Dimas no dijo
Siempre es interesante escuchar a Dimas Martín hablar en un medio de comunicación. Sin lugar a dudas es el político canario que mejor comunica, que más transmite, de ahí que “contra viento y marea”, como rezaba uno de sus mensajes de campaña, haya sido capaz elección tras elección de obtener un arrastre popular incuestionable e incontestable. Hacía tiempo que no hablaba y esta semana lo hizo a primera hora de la mañana en el programa “El Despertador” de Lanzarote Radio. Si no me equivoco, luego concedió otra entrevista a Localia, en el programa que dirige y presenta mi estimado Jaime Puig, y otra, al menos de las que he podido oír o leer, a mi también estimado Jose Ramón Sánchez de Canarias 7. Todas las entrevistas magníficas, todas llenas de infinidad de titulares con los que se podrían haber llenado muchas portadas. Al contrario que otros políticos, Dimas, se esté o no se esté de acuerdo con lo que dice, jamás produce somnolencia. Todo lo contrario.
De lo que dijo ya todo el mundo sabe, como todo el mundo sabe que este viernes se le acababa el plazo para entrar nuevamente en Tahíche porque a la Audiencia Provincial, en una decisión que ha sido dura y sospechosamente rápida, no le ha apetecido concederle los quince días de gracia que pidió para pasar la Navidad en familia. Por eso ahora me gustaría centrarme exclusivamente en el análisis de lo que no dijo, de un asunto que considero que fue el que provocó el desmoronamiento del Partido de Independientes de Lanzarote (PIL) y su posterior conversión en lo que es hoy, una formación que en poco o en nada se parece a la que triunfó con holgura en las elecciones locales y autonómicas de 2003. Me estoy refiriendo claro está al caso del Complejo Agroindustrial.
Asistí al juicio para cubrirlo, como asistí en su momento al juicio del caso de la compra del voto del concejal del Partido Popular (PP) Juan Carlos Hernández y como asistí también en su día al juicio que se celebró sobre el caso de Las Cucharas. En todos ellos aprendí mucho y de todos guardo bastantes recuerdos. Por eso me viene en seguida a la mente algo que le pude decir al propio Dimas Martín antes de que le condenaran, la metedura de pata que tuvo en la parte final del proceso cuando tomó la palabra y volvió por segunda vez a exonerar de toda responsabilidad a sus dos compañeros de banquillo, Higinio Hernández e Ismael Brito.
Con la inteligencia que utiliza a veces en política y siempre en sus medidas intervenciones en los medios, Dimas Martín rehuyó esta cuestión asegurando que ya no se acordaba del tema. Pero claro que se acordaba.
Su estrategia, supongo que consensuada con su buen abogado Cristóbal Martell, fue equivocada, en el momento en el que sus antiguos compañeros y amigos no sólo renegaron de él sino que le acusaron de haberse enriquecido a costa de la política.
Ni se lo esperaba Dimas Martín ni nos lo esperábamos casi ninguno de los presentes. Se creó entonces un momento de tensión con una carga emocional tremenda que inmediatamente captaron los tres magistrados de la Audiencia Provincial de Las Palmas que celebraron el juicio en la improvisada sala cogida de prestado de los salones sindicales de Arrecife. Fue definitivo. Fue lo que provocó la dura sentencia posterior.
Dimas se confundió, y él lo sabe. A pesar de ello, los que escuchamos su intervención en la radio pudimos ver a una persona renovada, distinta, al Dimas Martín de las grandes ocasiones, ese que vive siendo político y morirá siendo político. Supongo que la procesión iría por dentro. En su corazón, eso sí, ya no hay espacio para el perdón: no tiene intención de perdonar a Pedro de Armas, a quien culpa de gran parte de sus males políticos y judiciales; no tiene intención de perdonar a Ismael Brito y a Higinio Hernández, a los que culpa de haber obligado a los jueces a firmar una sentencia que estaba seguro de que iba a tumbar el Supremo y a los que advierte una y otra vez de que no van a irse de rositas de todo este lío; no va a perdonar a Celso Betancor, a María Isabel Déniz, a Juan Pedro Hernández, a Inés Rojas y compañía por haberse marchado del partido y haberle dejado en la estacada cuando se supone que más les necesitaba; no va a perdonar a la gente de Coalición Canaria (CC) por haber jugado con él tantas y tantas veces con promesas que en la mayoría de los casos no se cumplieron... No va a perdonar a casi nadie, aunque al primero que no debería perdonar es a él mismo, por los muchos errores que ha cometido en su trayectoria política. Aún así, a pesar de todos los pesares, está seguro de que su partido, el PIL, con esa obligada renovación que ha tenido, con escasos recursos económicos y con mucha gente joven, volverá a ganar las elecciones en 2007. Lo dice tan convencido que uno casi tiene la obligación de creerle, aunque la cosa está bastante complicada. Dimas habla de su presencia en espíritu en la campaña. Mucho me temo que ningún espíritu fue capaz jamás de ganar unas elecciones.
Sé que en estos momentos es mucho más fácil sumarse al carro del linchamiento. Hacer leña de un árbol nuevamente caído. Sin embargo, debo escribir y escribo que siento mucho el sufrimiento de Dimas y de su familia, y lo siento porque me da la sensación de que la condena ha sido desproporcionada, y me da la sensación de que otros que tendrían que haber pagado como él (no me refiero sólo al caso del Complejo) no pisarán jamás una cárcel.