La otra Navidad

¿Sabemos realmente cuántas personas han perdido la vida en el estrecho pero grande -no es un contrasentido- desierto de agua que separa Canarias de África? Pues no, no lo sabemos. Lo único que sabemos es el número de cadáveres que se han rescatado a pocos metros de las costas de Lanzarote y de Fuerteventura, decenas de seres humanos cuyo mayor delito ha sido el de no saber nadar; sabemos también las personas que han sido enterradas en anónimos nichos; sabemos ahora, porque es la novedad otoño-invierno de este año, el número de personas que llegan muertas en las pateras, gente que muere de frío en alta mar intentando acceder a la tierra prometida que para muchos habitantes de este singular mundo de las preguntas sin respuesta no existe.

Me habría gustado dedicar el artículo de hoy, de esta edición especial de fin de semana, al comentario fácil y sencillo de algo mucho más agradable, como podría haber sido el consumo compulsivo que nos invade a los bobos del primer mundo cuando se termina el año como si también se terminara con él la comida, la ropa o los juguetes; a lo singular que resulta que el Cabildo de Lanzarote concurse para llevarse dos canales de televisión cuando tiene ya una radio a la que casi no da uso... Sí, me habría gustado escribir algo sobre cualquiera de esos temas, incluso sobre el aburrido y tedioso trámite del Plan General, y si me apura algún puntilloso lector, incluso sobre la sobada crisis de los partidos políticos de Lanzarote.

Sin embargo, momentos después de haber disfrutado de unos días de excesos gastronómicos, con el estómago lleno y la conciencia algo turbia, me he acordado de ese desierto de mar en el que me consta que mueren inocentes a diario.

Poco o nada podemos hacer los periodistas para resolver este asunto, y mucho menos el resto de los ciudadanos. Sólo los políticos, los que tienen responsabilidades en las administraciones locales, autonómica y central pueden tomar cartas en el asunto para intentar que de una vez por todas termine el vil y sucio negocio del tráfico de seres humanos que ha regresado con fuerza emulando el tráfico de esclavos de otros siglos que por desgracia también tocó de cerca a Canarias, como tan bien describe en su formidable León Bocanegra nuestro vecino Alberto Vázquez Figueroa.

Va siendo hora ya de que las autoridades municipales de Lanzarote y Fuerteventura presionen a sus cabildos para que éstos a su vez presionen al Gobierno de Canarias para que éste a su vez presione al Gobierno de Madrid para que éste a su vez presione a la Unión Europea (UE) para que ésta a su vez presione a Marruecos y al resto de países de los que parte la inmigración irregular. Visto así resulta una cadena un poco larga, pero estoy convencido de que con algo de interés se podría cerrar.

El último eslabón de esa cadena es Marruecos, y lo es por méritos propios. Tomaduras de pelo a parte sobre patrullas conjuntas o buenas voluntades, lo cierto es que el reino de Mohamed VI no ha hecho demasiado para impedir que sigan enriqueciéndose aquellos que controlan el abyecto negocio, sobre todo en la época de gobierno del Partido Popular (PP), donde encima parecía que colaboraban con las mafias. La vista gorda de la propia policía marroquí sobre la que con tanto tino nos informaron los dos periodistas franceses que tuvieron la osadía de hacer el primer trayecto a bordo de una patera atestada de personas que buscaban otra cosa distinta a un buen reportaje, no es más que la punta de un enorme iceberg de intereses cruzados que de conocerse pondrían al descubierto las vergüenzas de aquellos que a sabiendas de que están muriendo centenares, miles de personas, prefieren quedarse de brazos cruzados contando su dinero o despachando asuntos de enjundia desde el confort de sus sillones de cuero.