La chulería del Madrid

“Buscamos algo más”. Esta es la frase que soltó este jueves Pedja Mijatovic para justificar algo que a mi juicio es absolutamente injustificable, el despido de Fabio Capello como entrenador del Real Madrid.

Todos sabemos que los madrileños son conocidos en el mundo mundial por su chulería. Presumen de ser más chulos que un ocho, dormir en jarras y freír los churros con brillantina. Esa chulería, que está muy bien para intentar ligar y poco más, es la que les lleva a hacer cosas como las que hacen en el mejor club del mundo: despedir entrenadores que les hacen campeones.

El despido de Fabio Capello, detrás del cual deberían ir Mijatovic y el propio Calderón (es el peor presidente de la historia de este glorioso club de fútbol), no es una novedad.

En su día los del Madrid fueron tan chulos como para despedir al entrenador que les hizo ganar la primera Copa de Europa en color (la Séptima), Jupp Henynckes, precisamente gracias a un gol de Mijatovic contra la Juve; luego fueron tan chulos como para despedir al bueno de Vicente del Bosque después de haberles hecho ganar dos Copas de Europa más, una Intercontinental, una Liga y no sé cuántas cosas... Curiosamente, los argumentos que esgrimieron entonces Jorge Valdano y Florentino Pérez fueron los mismos que ahora ha expuesto el teledirigido Mijatovic: “Buscamos algo más”. Lo que encontraron fue "algo menos".

Fui de los primeros en sumarme al rechazo generalizado a Capello. Decía entonces y sostengo ahora que una de las cosas más inteligentes que he oído comentar a Lorenzo Sanz, un presidente que tuvo una mano increíble para confeccionar un gran equipo de fútbol pero que fue manco en todo lo concerniente a los negocios, es que un entrenador que se marcha del Madrid no vuelve, o no debería volver. Se refería a Capello, que después de ganar la Liga decidió que era más suculenta la oferta económica que le hacían para regresar a Italia. Ramón Calderón ganó las elecciones (según la investigación de una productora que sirve a Tele 5 con un pucherazo de tres pares de narices) y cumplió su promesa de traerlo de nuevo, aunque todavía estamos esperando a que traiga también a Kaká, la gran estrella brasileña que supongo que enganchó más votos que el entrenador italiano. Escribía en agosto, consciente de que no me había gustado nada la política de fichajes -antes de que trajeran a Reyes-, que con la vuelta de Capello y con Mijatovic como director deportivo del club pasamos de los “galácticos” a los “mercenarios”. Aseguraba, y pido disculpas por plagiarme a mí mismo, que el Madrid se había convertido en un equipo parecido al Chelsea de Mourinho, un club de fútbol sin identidad que juntaba a una plantilla de mercenarios que cambiaban de equipo sólo y exclusivamente por dinero, sin importarles lo más mínimo el color de la camiseta que visten. Y Capello me parecía un mercenario más. Me preguntaba incluso si habría venido al Madrid si la Juve no hubiera descendido a segunda por amañar partidos, o si habría venido al Madrid si en el Milán o en cualquier otro equipo le hubieran pagado más dinero.

Luego cambié de opinión, y lo hice cuando las cosas todavía estaban feas, porque descubrí algo que estaba muy oculto y que este buen técnico italiano, un psicólogo de la leche, supo rescatar: “el espíritu de Juanito”, la casta, la raza y el orgullo de ser madridista, de conocer la importancia del escudo que se defiende. Por eso me rebelé contra la corriente que se impuso en todo el país de linchamiento omnipresente al Madrid en general y a Capello y a Raúl en particular. Me pareció increíble la crónica que leí del partido contra el Betis en los medios que se supone que son más afines al madridismo. Ni me molesto en leer la que hacen los periódicos catalanes. No entendía que los compañeros de la prensa deportiva no hubieran visto las muchas cosas que yo vi en ese encuentro, sobre todo en la primera parte, con un equipo magistralmente dirigido por el siempre discutido Guti y con un Diarrá que me recordó al Makelele de los mejores tiempos. Vi un equipo ordenado y con las ideas claras, con muchas cosas que corregir pero con la ambición suficiente como para no dejarse ganar. Vi un equipo italianizado que fue capaz de hacer que no se jugara un solo segundo de los seis minutos que añadió el árbitro. ¿Fui el único que lo vio? Al parecer no, porque poco a poco la afición dejó de silbar en el Bernabeu y fue entendiendo que habían emprendido el camino que les podría llevar hacia el éxito indiscutible con el que se concluyó la temporada, ese que nos hizo saltar a todos los madridistas del sillón cuando el árbitro pitó el final del partido contra el Mallorca.

Como se puso de moda criticar al Madrid y hablar de Capello como si hubiera inventado el “catenacho”, todo el mundo se creyó con licencia para opinar sin mirar lo que ocurría en el campo y sin darse cuenta de que estábamos comenzando una temporada.

Dije entonces y digo ahora que tenían razón los pocos que defendían al entrenador italiano y que recordaban que fue con él cuando se empezó a gestar el equipo que conquistó la gloriosa Séptima, la que el viejo del anuncio de Mitsubishi supongo que ya habrá visto en color. Incluso tuvo que venir un puntal como es Samuel Etoo para explicarle a los que saben poco de fútbol que fue Capello el que le convirtió en la estrella que es hoy, simplemente explicándole cómo debía chutar a puerta y qué actitud debía tener en el terreno de juego.

Lo siento, pero ahora soy de Capello. Me gusta ver la confianza que le ha dado a Raúl en un momento en el que el gran capitán lo único que aportaba era su desmedida entrega y en el que los voceros que luego cambiaron de acera pedían su cabeza, me gustó escucharle decir que iba a inventar algo para que Guti jugara, me gustó lo que peleó para traer a un jugón como Reyes, me gustó que hiciera debutar a Ronaldo cuando estaba claro que todavía no estaba listo, me gustó que confiara en jugadores españoles como Míchel Salgado o Sergio Ramos, que resucitara al mejor Roberto Carlos, que rectificara y utilizara a Beckham el tiempo justo para que el inglés no se desesperara en el banquillo y pudiera marcharse por la puerta grande, que le haya enseñado a Robinho que todavía tiene que pelear para ser titular y que las bicicletas son para el verano, que imprimiera un espíritu de equipo y de lucha que hacía siglos que no se veía en la escuadra de las mil y una estrellas... Son muchas las cosas que seguían sin gustarme, pero hoy me las ahorro, porque hoy, insisto, vuelvo a ser de Capello.

No tengo nada en contra de Schuster, al contrario; como jugador me pareció magistral, y como entrenador entiendo que está aportando cosas nuevas al fútbol que le podrían venir bien al Madrid. Ahora, huyo de las insensateces y de las decisiones que se adoptan bajo la influencia de la grandeza por conseguir. Calderón es un acomplejado. Quiere pasar a la historia, y lo malo es que no sabe cómo. Capello había hecho el trabajo sucio que el Madrid de los “zidanes y pavones” necesitaba, había limpiado el vestuario y lo había alicatado hasta el techo. Como mínimo, merecía la oportunidad de seguir una temporada más, para demostrar que después de la lucha y el sufrimiento también podría llegar el buen juego. No le han dejado.

Por cierto, ¿cuánto le va a costar al Madrid el despido de Capello? Pues que lo paguen Calderón y Mijatovic de su bolsillo, que para eso son tan chulos, tan chulos como un ocho.