García Márquez, el talento fuera de toda sospecha
La aturullada vida que llevamos hoy en día los que trabajamos para poder pagar las muchas facturas que se nos acumulan en el banco por el tonto empeño de tener de todo y en el menor tiempo posible es la que nos impide regalarnos momentos de relajo mental, pausas para darle algo de oxígeno al cerebro. De poco o nada sirve que uno intente buscar el oxígeno en la televisión, sobre todo cuando enchufa el aparato del demonio y se encuentra con José María Aznar López haciendo que habla inglés, a José Luis Rodríguez Zapatero haciendo que habla francés -¡Dios, qué horror!, ¿es que nadie se ha atrevido a decirle a nuestros mandatarios que hacen el mayor de los ridículos, es que nadie es capaz de recomendarles el uso de un traductor como el que emplean todos los guiris que vienen a dar conferencias a España, es que no tiene un amigo que les exponga con franqueza que dar patadas al diccionario de la lengua de Shakespeare o de Moliere aunque lo hagan en Estados Unidos o Francia es tan pecaminoso como hacerlo con el diccionario de la lengua de Cervantes?-, tropieza con los lunáticos que meten cada año en la casa de Gran Hermano o se da de bruces con un programa peruano en el que se cascan hasta los regidores. Por eso, ya lo he dicho muchas veces, no hay nada mejor para oxigenar el cerebro que dedicarse a contemplar una de las maravillosas puestas de sol de Lanzarote, hacer deporte o leer un libro.
Habría que obligar a la gente a leer aunque fuera por decreto, colocar en la cabecera de las camas de todo el mundo un ejemplar de cualquier libro, sea el que sea. Únicamente haciendo hábito es cuando se descubre lo mucho de bueno que tienen los libros.
Estos días se está celebrando el IV Congreso Internacional de la Lengua Española, donde se ha aprovechado para hacer un más que merecido homenaje a Gabriel García Márquez en la fecha en la que se conmemoraron los 40 años de su obra cumbre, Cien años de soledad, y los 25 del Premio Nobel de Literatura. No tengo ninguna duda al respecto, Cien años de soledad es a mi juicio el mejor libro que se ha escrito jamás en castellano.
García Márquez entró en una especie de depresión creativa en la que entran todos aquellos genios que han realizado su obra cumbre. Él sabía que sería incapaz de escribir algo que superara sus Cien años, de ahí que redujera notablemente su producción literaria. El último de sus libros que cayó en mis manos y que he leído rápido a pesar de mi tortuguil ritmo de lectura ha sido Memoria de mis putas tristes.
Las cien páginas del autor del mejor libro de la prolífica historia de la literatura sirven para contar la historia de un hombre que terminará muriendo a los cien años. No te preocupes, no es una novela de misterio, no es como si te hubiera contado que Bruce Willis está muerto desde el principio en El sexto sentido. Da la sensación de que García Márquez, que llevaba diez años sin publicar nada, quiso con esta obra hacer una especie de cierre centenario a su brillante carrera como escritor, y lo ha hecho con un texto breve pero impregnado en todas sus líneas de su esencia. Sin ser Cien años de soledad, Memoria de mis putas tristes es un regalo para los sentidos de aquellos que apreciamos la literatura que inventó el Premio Nóbel de 1982, el mismo que fue capaz de transportar el realismo mágico que viajaba de generación en generación en su Colombia natal a las páginas de un insuperable libro. Está claro que aunque viviera cien vidas más García Márquez no podría escribir nuevamente Cien años de soledad, ni mil, de ahí que nos haya colado el mensaje subliminal del cien, su cien. Una obra así, me refiero a la que le encumbró, únicamente responde al momento de iluminación con el que el de ahí arriba premia a algunos afortunados.
Eso es lo bueno que se me ocurre decir de este éxito de ventas. Lo malo, que también lo hay, es que uno, que está escarmentado del abominable funcionamiento del mundo literario, sospecha de la forma y los modos en los que se ha publicado la novela. Espero y deseo que no haya sido un “negro” conocedor de la obra del escritor semirretirado el que ha juntado las letras de las cien páginas que conforman la crónica de los albores de la vida de un periodista -columnista de un diario para más señas- que enferma de amor en el tramo final de su existencia y al que muchos podían incluir en la lista de pederastas del mundo, puesto que su mayor deseo es acostarse con una menor.
Desgraciadamente, en este mundo en el que se corrompe hasta el alma más cándida, todo es posible, y no me extrañaría nada que los multimillonarios beneficios de la multimillonaria venta de la obra tengan algo que ver. Sea como sea, García Márquez puede morirse tranquilo; ya escribió Cien años de soledad y pasará a la historia por ser amigo de unas cuantas putas tristes. Además, para mí es un talento que no está bajo sospecha.