España, la bandera y el vídeo de Rajoy

Muchas veces me pregunto si los temas que magreamos a diario los políticos y los periodistas realmente coinciden con los asuntos que les preocupan a los ciudadanos. Por ejemplo: ¿la gente debate en la calle sobre la supuesta apropiación de los símbolos patrios por parte del Partido Popular (PP)? Pues creo que no, a la gente le preocupa más la carestía de la compra, el precio de las hipotecas y la congelación de los sueldos que las matracas sobre nacionalismo español o antiespañol.

Dicho esto, y como este artículo se publica el 12 de octubre, el día que se celebra el monumental tropiezo de la expedición que comandaba el genovés Cristóbal Colón con un trozo de tierra que creían que pertenecía a las Indias y que resultó ser un nuevo continente, no tengo otro remedio que detenerme brevemente a analizar el asunto desde mi particular punto de vista.

Como están muy cerquita las elecciones generales y como en este país los asesores políticos entienden que la gresca es el arma más poderosa con la que pueden contar para derribar al contrario, se está utilizando el Día de la Hispanidad para hacer política de partido. Los asesores del PP lo tienen claro: han colgado un vídeo en su página oficial en el que se ve a un serio Mariano Rajoy regalándonos un discurso muy parecido al que Don Juan Carlos nos ofrece todas las Navidades. La diferencia entre lo que dice el líder del principal partido de la oposición y lo que dice el monarca es la orientación apocalíptica del discurso. Si no lo has visto o si no lo has escuchado, intenta hacerlo, merece la pena y es bastante sencillo. Según los asesores de Rajoy, que son los que le han preparado el discurso, estamos muy cerca de ver el final de la España que conocemos.

No me extraña que haya gente dentro del PP que diga por lo bajini (por lo altini no se atreve nadie) que el vídeo es una solemne tontería. No creo que Mariano Rajoy, a quien considero un político de mucho más nivel del que está demostrando últimamente, tenga que prestarse a protagonizar una parodia tan absurda de lo que opina el ala más derechona de su partido, esa que le va a hacer, si no cambian las cosas, perder las próximas elecciones.

En este país quedan pocos bobos, la gente sabe perfectamente las cosas que ha hecho mal el Partido Socialista (PSOE), especialmente en todo lo concerniente a las concesiones a los nacionalismos más radicales. No hace falta hacer un vídeo dirigido por los Teleñecos para que la mayoría nos demos cuenta de la proliferación de disparatados discursos que únicamente buscan quebrar el sanísimo sistema democrático del que gozamos. Ahora, tampoco creo que Pepiño Blanco deba salir para asegurar que “Rajoy agita a los suyos para que haya lío el día de la Fiesta Nacional”. Los socialistas no están precisamente para dar lecciones a nadie, y menos de vídeos, después del esperpento que hicieron sus Juventudes.

La política nacional va de mal en peor. No me extraña que las orientadas encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) repartan suspensos a diestro y siniestro. Si nuestros mandatarios aplicaran el sentido común, incluso en los momentos de precampaña, encontrarían fórmulas más sencillas para llegar al pueblo llano y sencillo, que es bastante más llano y sencillo de lo que piensan.

Lo de la guerra a la monarquía es otro cantar. Supongo que los jóvenes que se dedican a quemar ahora la foto del Rey Juan Carlos no tienen ni puñetera idea de quién es y qué representa. Supongo que con tanta reforma educativa se han saltado el capítulo de la Transición, ese en el que el monarca jugó un papel fundamental para permitir que esos mismos que ahora queman sus fotos puedan hacerlo con relativa impunidad.

Un republicano juancarlista como yo no se puede abstraer del debate nacional: ¿monarquía o república? Pues ni una cosa ni la otra: “juancarlismo”.

Resulta insólito que después de los años difíciles que nos tocó vivir a todos aquellos que nacimos antes o durante la dictadura franquista, a los que por tanto nos tocó vivir de cerca lo que ya en los libros de Historia se conoce como Transición, se enrede tanto el personal en debates ciertamente absurdos. Cualquier persona con la cabeza más o menos bien amueblada entiende que la monarquía no es más que una entelequia, una figura abstracta que se esconde bajo el eufemismo de una Jefatura del Estado que no es tal. Los republicanos combaten a muerte algo que no existe. Nadie en su sano juicio puede llegar a creer que en la España actual estamos gobernados por un rey, o que su único hijo varón, por el mero hecho de serlo, nos va a seguir gobernando. Mucho menos que Leonor, por ser la primera hija del heredero, va a regir los destinos del país dentro de cuarenta o cincuenta años.

La Constitución Española de 1978 nos ofreció a todos la posibilidad de vivir gobernados por un sistema conocido como monarquía parlamentaria. Ajeno a debates lingüísticos, habría que entender que en este caso es el sustantivo el que se subordina al adjetivo. El Parlamento es lo verdaderamente importante, y no la monarquía. Existen unas Cortes Generales, existe un Ejecutivo elegido libremente por el pueblo que es el que toma las decisiones para el pueblo. Los Reyes no son otra cosa que nuestros embajadores en el mundo, unos señores a los que se les paga un buen sueldo por ser nuestra imagen. En términos más prácticos, más propios del mercantilista siglo XXI, podríamos decir que España es una gran multinacional que tiene contratados a unos altos ejecutivos que son de la misma familia y cuyo contrato de momento es indefinido. Como además resulta que lo están haciendo muy bien, no hay razón para que les despidamos.

Los republicanos juancarlistas, que somos unos cuantos, somos personas convencidas de que la lógica nos tendría que llevar a un sistema en el que no existan personas que estén por encima de nadie por razón de cuna, por muy azul que sea su sangre. Pero también somos personas que defendemos el papel jugado por un personaje que pasará a la Historia con letras mayúsculas: Juan Carlos I. Fue fundamental en la Transición, alguien a quien Franco eligió a dedo para sucederle al frente de la Jefatura del Estado, que a pesar de llegar así estuvo muy bien asesorado y entendió perfectamente que el cambio que necesitaba España pasaba irremisiblemente por la democracia. Algunos, sin ninguna prueba, le acusan de estar detrás del Golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Yo no sólo no creo que sea así sino que entiendo que su posición como Capitán General de todos los ejércitos hizo posible el milagro de la rápida rendición de nuestras por entonces agitadas tropas.

Está muy bien por tanto, en los tiempos que corren, que el debate siga abierto en todo el país, debate al que hay que asomarse con absoluta tranquilidad y con toda la calma del mundo, sin un mechero en la mano. Los inmovilistas se llevarán las manos a la cabeza, pero si fuera por ellos todavía tendríamos emperadores. La cosa no es para tanto. El Rey sigue siendo fundamental en la España actual. No sólo es nuestra imagen en el mundo, es la persona que equilibra perfectamente la tirantez de las fuerzas. Me parece ingenuo pensar que el Ejército está dormido, que no existen elementos de la ultraderecha dentro de sus filas. Me parece ingenuo pensar que no pasaría nada si se cambiara la Constitución y nos convirtiéramos en una república. Si los ingleses, que en democracia nos dan mil vueltas a todos, mantienen a una monarquía tan polémica como la suya, con “camilas parkers” y “dianas de gales”, será por algo. Y será porque resulta más práctico y menos conflictivo que tener un presidente de república y un primer ministro de distinto partido político. Que se lo pregunten a los franceses.