El reloj de Bush
No te puedes imaginar lo que me reí este martes cuando vi las imágenes de George W. Bush saludando a dos manos a un grupo de albaneses. Y no me reí porque los albaneses se echaran encima de él como si de una estrella del rock se tratara. Ni siquiera de la cara de susto que tenían los hombres de negro que vigilaban al personal. No, me reí cuando se descubrió que alguien le había mangado el carísimo reloj de oro que llevaba el que es por méritos propios el peor presidente de la historia de Estados Unidos, incluyendo a Nixon y a Johnson. Al que lo hizo habría que darle un premio. Luego me enteré de que el reloj apareció porque, siempre según la versión oficial, lo recogió un guardaespaldas que se lo entregó a la primera dama, a Laurita. Prefiero creer la versión no oficial, la que dice que hay un tío/tía con el valor suficiente para robarle el reloj a Bush. Prefiero no pensar que le trincaron y le retorcieron el brazo hasta que soltó el trofeo.
Este tío (el presidente, no el caco), por mucho que algunos digan lo contrario, cae muy mal. Y cae mal no sólo por los muchos desastres a los que nos ha conducido su política, sino porque todo el mundo sabe que está donde está por ser hijo de quien es. Eso, en un mundo globalizado en el que todo el mundo aspira a ser Bill Gates partiendo de cero y con las mismas oportunidades, jode bastante.
El día en el que George W. Bush ganó las elecciones en Estados Unidos cambió el mundo. No me refiero a cuando fue elegido. Me refiero a cuando le designaron por primera vez no siendo más que el malcriado gobernador de California hijo del todopoderoso George Bush. Con su llegada a la presidencia del Imperio cambió el mundo. Nada fue igual desde entonces. Todo resultó distinto, fue más allá de lo que pensaban los que se supone que tienen capacidad para predecir el futuro. La llegada de George W. Bush a la presidencia de Estados Unidos provocó una explosión de rabia e ira en todo el mundo. No casual. El apoyo que le prestaron las grandes empresas que se encargan de nutrir a su invencible ejército tuvo que ser recompensado con una de las mayores ofensivas bélicas que se recuerdan en la triste historia de este mundo en el que nos ha tocado vivir, como siempre digo, el mundo de las preguntas sin respuesta. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington no fueron una casualidad, como no fue casual que se eligieran las Torres Gemelas como el blanco de la frustración de un mundo árabe abocado a demostrar que su Dios es el verdadero. No fueron casuales tampoco los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid. No fueron casuales los atentados de Londres, no lo fueron los de la India... El mundo árabe estaba en guerra cuando se cometieron esos terribles actos criminales. El mundo árabe sigue todavía en guerra, y no tengo duda de que existe una mano gigantesca que es la que mueve los hilos de todas las marionetas que participan en esta descomunal batalla de despropósitos.
Cuando desde la distancia uno oye o lee lo que se cuenta de Estados Unidos se queda perplejo. Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 -pocos meses antes tuve la suerte de visitar Nueva York, pero no subí a las Torres Gemelas-, después de la guerra de Irak, después del elevado índice de paro que aumenta cada año, después de una denigrante pérdida de libertades, después de haber convertido a la primera potencia del mundo en la primera potencia del odio, no entiendo cómo el hijo del segundo peor presidente de la historia de Estados Unidos volvió a ganar las elecciones. Para más coña, nos enteramos de que Florida había iniciado con ciertas irregularidades el proceso anticipado de votación de las elecciones presidenciales, con un nuevo sistema con el que precisamente se esperaba evitar el bochorno electoral de los anteriores comicios. Como se recordará, fue el triste día en el que se confirmó, después de un chanchullo insólito en el recuento de votos de Florida -estado que volvió a ser decisivo en esta ocasión-, el triunfo de George W. Bush, al que el cineasta Michael Moore define muy acertadamente como “idiota”, frente a un candidato tan solvente como fue el vicepresidente de Bill Clinton, el demócrata Al Gore. No bastaron los cuatro años de brillantez política que desplegó la Administración Clinton -con mónicas lewinskys o sin ellas-, como no fue suficiente la riada de cadáveres de soldados estadounidenses que llegaban entonces y que hoy día siguen llegando de Irak. En su día no supe qué había que hacer para favorecer a John Kerry. A mi juicio, poco si todo dependía del pucherazo. Es cierto que no parecía el mejor de los candidatos posibles; también es verdad que se parece un poco a Herman Monster, pero estaba entonces y sigo estando ahora convencido de que es imposible que hiciera peor las cosas que Bush hijo. Además, teniendo en cuenta que tenía como asesor a un canario, al teldense Juan Verde Suárez, es imposible que sea mala gente. No habría estado de más de todas formas que se hubiera hecho caso a alguien tan experimentado como es el ex presidente Jimmy Carter, alguien que avisó del pucherazo que preparaban los asustados republicanos, que a falta de una mayoría holgada parecían capaces de llegar a gestar cualquier estrategia, aunque ésta tuviera que ver con un vergonzoso amaño electoral. ¿Qué pasó al final? Todavía no lo sabemos, pero el triunfo de Bush en las elecciones de 2004 me sigue pareciendo tres años después bastante sospechoso. ¿Tú qué opinas?
PD: En esta profesión tan poco corporativista es raro ver gestos de apoyo a compañeros de otros medios. Espero que mi modesta columna y estas líneas sirvan como elemento de solidaridad con el grupo de trabajadores que han sido despedidos esta semana de Localia, donde a mi juicio desarrollaban una magnífica labor. Siento tanto amor por esta profesión, odio tanto la precariedad laboral que existe y la tremenda competencia por conseguir un hueco, que me apena enormemente cuando me entero de que algo así sucede. Como no creo que sea mi papel, no voy a adentrarme en los entresijos de una decisión empresarial que estoy seguro de que va a generar notable polémica. Entiendo que serán otros, mucho más interesados que yo en mantener batallas empresariales con los responsables de lo ocurrido, los que deberán sacarle punta a este nuevo lápiz roto en pedazos. A mis compañeros les digo dos cosas: la primera, que no se preocupen porque terminarán trabajando en un sitio mejor, en el que se valore su trabajo; la segunda, que el tiempo aplica de forma inmisericorde justicia a todos aquellos que son injustos.