El planeta de los amaños
Este martes estaba delante del ordenador pensando de prisa y corriendo sobre lo que tenía que escribir para poder rellenar mi artículo de contraportada de cada día, artículo que aparece en la edición de papel en este lugar a la espera de que mi estimado compañero Miguel Ángel de León regrese de sus inmerecidas vacaciones. Pensé en escribir sobre la bajada de pantalones del Partido Socialista a cuenta del lío del Plan General de Arrecife, de la mala situación en la que ha quedado el alcalde Enrique Pérez Parrilla, de la magnífica noticia que ha supuesto para todos los que trabajamos aquí la concesión del canal local de la futura Televisión Digital Terrestre, de la corta entrevista que pude mantener con Ángel Acebes mientras contemplaba una de las insuperables puestas de sol de la playa del Reducto... Sobre todo eso podría haber escrito, pero no podía hacerlo. Sólo tenía un tema en la mente, sólo tenía ganas de escribir sobre algo que me indigna: el premio Planeta.
Este año los dos escritores que se han llevado el “prestigioso” galardón han sido Juan José Millás y Boris Izaguirre. Nada que objetar sobre ambos. El primero me parece un columnista formidable, y el segundo me parece un personaje único para el mundo de la televisión. La editorial tiene el éxito garantizado. Una vez más han pensado bien, con la salvedad de que han premiado a dos profesionales que trabajan en el Grupo Prisa, uno de ellos curiosamente que ha escrito un libro que se llama “El Mundo” siendo como es columnista de “El País”. Me pregunto si realmente ellos forman parte de la trama o realmente creen que han ganado justamente, presentando una novela como todo el mundo bajo seudónimo y poseyendo los dos mejores textos de los cientos de optantes. Cuando se les ha preguntado por esta cuestión, porque lo del chanchullo del Planeta ronda por el ambiente literario de este país casi desde sus orígenes, ambos contestan que no, que se presentaron asumiendo las mismas condiciones que el resto. ¿Ingenuidad o farsa? Prefieron pensar que son unos ingenuos.
Mi objeción un año más viene por lo mismo de siempre. Las sospechas que uno tiene sobre la adjudicación a dedo del galardón. Es muy difícil demostrarlo, pero parece bastante evidente que El Planeta es un premio de encargo. Si no recuerdo mal, mi vecino Alberto Vázquez Figueroa dijo un día en una agria entrevista que en su día le ofrecieron ganar el Planeta, pero que no aceptó porque no le salía rentable. Al parecer, ganaba más con los derechos de autor de los libros que publicaba que con las condiciones del premio que le prometían. Pero mucho más llamativo fue el caso del escritor peruano Bryce Echenique, a quien también recuerdo que se le escapó en otra entrevista que a punto estuvo de no terminar el “encargo”, es decir, a punto estuvo de no llegar en plazo a que le concedieran la generosa asignación del premio.
Esta historia del Planeta huele muy mal, y a nadie parece importarle, cuando podríamos estar hablando de una monumental estafa literaria y económica. Difícil de demostrar, insisto.
Me sorprende que todavía haya centenares (más bien miles) de ingenuos que se gastan la pasta en enviar las costosas copias que exige la organización de concursos asignados a dedo. Y son la mayoría de los que se ofertan. Lo sé a ciencia cierta. Un día visité la casa del Diablo y me prometió que ganaría uno, daba igual cual. "El que quede libre", me dijo. El Planeta, ese que está dotado con un montón de millones de las pesetas que tanto nos cundían antes y que siempre suele ganar, oh qué casualidad, algún escritor de reconocido prestigio, algún escritor de encargo o alguno de los “talentos” que la prestigiosa editorial fundada por el señor Lara -que en paz descanse-pretende promocionar, encontró hace dos años la horma de su particular zapato. Un miembro del jurado, Juan Marsé, se atrevió a criticar la mala calidad de los finalistas, diciendo que había votado porque no se podía dejar el premio desierto. ¿Entre tantos centenares de ejemplares no había nada potable? Pues sí, pero seguramente no dejaron que cayera en las manos de este señor, y mucho menos que llegaran a la sospechosa final. El caso es que el escritor peruano Jaime Bayly, finalista de la polémica edición del Planeta de aquel año, respondió en El Mundo con una brillante carta en la que llegó a admitir, supongo que de coña, que “tal vez” no merecía los 150.000 euros que le entregaron.
Algún día los engañados concursantes se deberían poner de acuerdo para demandar a la editorial por presunta estafa, a ésta y a todas las que sean sospechosas de amañar los premios. Pero, bueno, esa es otra historia, y bien larga. ¿Alguien sabe la cantidad de dinero que gasta un ingenuo concursante en cumplimentar los requisitos del certamen, alguien sabe la cantidad de ilusión con la que la gente lo hace? Yo sí, una vez me presenté al Planeta. Ese año no lo gané, por supuesto, lo ganó una constante sospechosa de plagio como es Lucía Etxebarría. Casualmente sigue publicando en Planeta.
Desgraciadamente, vivimos en el planeta de los engaños, de los amaños. Ocurre en todo, en la política, en el deporte, en la literatura...