Copón bendito
Ya es la tercera vez que utilizo esta técnica para intentar atraer la atención de un mayor número de lectores. Me refiero a lo de colocar un título llamativo que ilustre la columna de opinión. La idea no es mía. Se la plagié hace tiempo a una columnista de la prensa provincial cuyo nombre sigo sin recordar que tituló uno de sus artículos con el sugestivo nombre de “Tampax”. No puede haber nada que despierte más rechazo y más atracción a la vez entre los hombres que la regla de las mujeres, con lo que imagino que fuimos muchos los que picamos el anzuelo y leímos algo que poco tenía que ver con el controvertido titular. Si tú eres de los que ha considerado que un artículo llamado “Copón bendito” merece ser leído, me daré por satisfecho, y consideraré que el experimento sigue dando resultado.
Como no tenía nada que contar sobre los copones benditos, mucho menos en estas fechas en las que celebramos el nacimiento de Cristo y hay que procurar ser algo respetuoso -con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho-, me dio por pensar en otro asunto. Más que nada porque el experimento era corto y necesitaba algo más para rellenar el espacio que me asigno como penitencia literaria. Me rasqué la nariz en varias ocasiones como hacía Vicky el Vikingo -está mucho mejor Vicky Martín Berrocal, dónde va a parar- estornudé porque me picaba y al final hallé lo que buscaba. Me acordé en seguida de una cuestión sobre la que hace tiempo tenía ganas de escribir, sobre el ingenio y la gracia que tiene la gente a la hora de escribir mensajes en internet. Lo compruebo a diario en nuestra edición digital, donde hay auténticos funambulistas del chascarrillo. El último bueno del que me acuerdo lo envió alguien anónimo, y merece la pena ser reproducido. Dice más o menos así: “estoy estudiando y me han encargado una tesis sobre la política en Lanzarote; llevo más de mil folios. Una de las principales conclusiones a la que he llegado es que el político de Lanzarote nace, crece, se reproduce y luego se transfuga”. Genial.
Algunos hacen del arte del mensaje en los foros toda una religión, y ya hay una legión de adeptos, de lo cual me alegro y se alegra nuestra estadística de entrada a páginas. Como es una legión, también te encuentras al típico borde amargado que lo único que escribe son insultos contra el que escribe, contra el protagonista de la noticia, contra Sadam Husein y contra todo el que se le pone por delante. Por suerte, como el insulto suele ir acompañado de alguna injuria o calumnia se le borra el mensaje y punto, que diría mi sobrino David de dos años. Otro día hablaré de lo curioso que resulta comprobar qué noticias son las más visitadas por los internautas y por qué: los sucesos se llevan la palma, por supuesto; a todo el mundo le da morbo saber quién se pega las castañas y cómo.
Luego me acordé de otro tema que viene al pelo ahora que estamos a punto de estrenar, madre del amor hermoso, otro año, el 2007. Estaba viendo la etiqueta de una botella de un conocidísimo refresco de cola -no voy a hacer publicidad gratuita- cuando me di cuenta de lo que ha cambiado el mundo en poco tiempo. Es cierto que muchos seguimos pensando que se nos engañó en la infancia asegurándonos que en el año 2000 todos viajaríamos en naves siderales que surcarían el espacio de punta a punta. También es verdad que el mundo más o menos sigue siendo igual que en la década de los ochenta -eso sí, con bastante mejor gusto para vestir-, pero no deja de ser cierto que en algunas cuestiones hemos avanzado un horror, insisto. Volviendo a lo de la etiqueta de la botella de Coca Cola -vaya, se me ha escapado-, debo admitir lo perplejo que me quedé al comprobar que hace diez años habría sido incapaz de descifrar lo que me habría parecido un auténtico jeroglífico, un mensaje en clave. El anuncio decía más o menos algo así: “enviando cinco etiquetas c-coke podrás participar en un sorteo de 1.000 DVDs, 200 MP3, 70 Mountain bike, 60 Discman, 50 Play Station, 40 Game Boy Advance y 30 Pentium Media con ADSL y capacidad de 4 Megas; también puedes utilizar tu móvil para enviar un SMS al 5555 con la palabra clave `vota' y el mensaje que quieras, o un e-mail con tus datos y el código de barras que aparece en tu botella...” ¡¿Mande, pero qué es esto?!, me pregunté inmediatamente.
En diciembre de 2006 -sin noticias de Dios ni de las naves siderales- a algunos habitantes de este planeta nos cuesta entender algunas de las cosas que otros consideran normales. No digamos nada si se hubiera producido un salto en el tiempo y por error la botella del refresco en cuestión hubiera caído en las manos de algún científico de la década de los setenta con el pelo a lo afro y la corbata a lo Luis Aguilé asomando por la rodilla. Inmediatamente habría desarrollado una interesante teoría sobre la existencia de vida inteligente en otro planeta. Y no habría sido para menos. La tecnología más avanzada que manejábamos los niños de aquella época eran las máquinas de videojuegos de los recreativos en las que dos palitos jugaban una especie de partido de tenis con una pobre pelotita, o esa en la que varios fantasmas se querían comer a una moneda dorada con boca, sin hablar de los rudimentarios “gualquitolkis” que construíamos con dos yogures y un hilo no demasiado largo. Luego llegó el mayor avance, un ordenador que respondía al nombre de Spectrum que nos introdujo en el siglo XXI. Eso sí eran gráficos. Si lo vieran los niños de hoy en día, se partirían de risa.
En fin, que ni copón bendito ni nada que se le parezca. De lo que hoy quería hablar es de los cambios que se producen en este mundo de locos, donde desgraciadamente la tecnología está sustituyendo numerosas cuestiones que tenían que ver con la relación directa y afectiva entre los seres humanos, esos mismos seres humanos que en estos días se vuelven locos y desean feicidad, paz y amor a todo el que se encuentran por la calle. Es una orgía de felicitaciones de la que uno acaba realmente harto.
Ahora las cosas son distintas, todo es distinto, incluso la Navidad. Cada vez es más triste. Sólo hay que ver lo poco que juegan los niños en la calle y lo mucho que lo hacen en casa con esas máquinas del infierno para darse cuenta de que algo no anda bien. No creo que sean ahora más felices intentando matar a los malos del Señor de los Anillos en la pantalla plana de un ordenador de última generación que cuando nosotros intentábamos darle una patada a un balón que era perseguido por otros doscientos niños más, el mismo balón que nos traían los Reyes Magos como el mejor de los regalos.