¿Cómo era el mundo antes de la precampaña?

Resulta complicado imaginar cómo era mi vida y la de mis compañeros de profesión antes de que se iniciara la precampaña. Ahora vivimos en una especie de burbuja de la que los políticos no nos dejan salir. En ella sólo hay presentaciones de candidatos, inauguraciones, mítines, tertulias y comunicados de prensa en los que se rebate lo expuesto en otros comunicados de prensa.

Hace unos días un amigo me contaba una anécdota. Al principio, como es un auténtico cachondo mental, pensé que iba de coña. Luego empecé a creérmelo, y al final deduje que podía hasta ser cierto. Se trata del problema que tuvo una familia de Titerroy que fue a comprar unos muebles para terminar de decorar su casa. Eran muebles para el recibidor. Compraron todo en un conocido establecimiento que vende muy barato entre otras cosas porque te obliga a que tú mismo te montes las cosas. Después de dos horas de afanosa tarea, después de que el marido se cambiara de camisa para dejar de apestar a la sufrida esposa (se negó a sujetarle los tablones si no arreglaba el problema que le había provocado el exceso de sudoración), por fin terminaron la obra. Ya tenían el recibidor. ¡Qué ilusión! Cuál fue su sorpresa cuando de pronto oyeron unos golpes en la puerta. Primero suaves, luego fuertes. La mujer, que no esperaba visita a esas horas, abrió intrigada sin preguntar. Error fatal. No lo podía creer. Al menos había setenta políticos de distintos partidos que querían inaugurar el recibidor, con cinta con la bandera canaria, legión de fotógrafos y cámaras de televisión detrás y todo. Aunque les costó, finalmente consiguieron deshacerse de la engorrosa comitiva. Están estudiando acudir a la vía penal para querellarse, que es algo que está muy de moda.

Anécdotas campañeras al margen, lo cierto es que estamos metidos de lleno en una auténtica marabunta de actos públicos que se realizan con el evidente fin de captar votos de cara a las importantes elecciones del próximo día 27 de mayo, justo dentro de un mes. Para desgracia de las redacciones de los medios como el nuestro, está comprobado que inaugurar o presentar cosas en el último minuto y aunque sea de penalti injusto es bastante efectivo. La razón -no he hecho ningún estudio al respecto-, que la mayoría de los ciudadanos tenemos memoria a corto plazo y a largo plazo, no a medio plazo. Nos acordamos más de las cosas que nos pasaron el día anterior y de las que nos pasaron cuando éramos niños que de las que sucedieron tres años antes. Por eso funciona el rollo este de inaugurar cosas y de estar todo el día cortando cintas y presentando proyectos. Se aprovechan de nuestra poca memoria a medio plazo.

Eso no quiere decir que los ciudadanos y los periodistas no tengamos derecho a la queja. Podemos y debemos quejarnos, y debemos reivindicar que las cosas se hagan antes, que no se deje todo para el último momento. Tampoco quiere decir que seamos tontos y nos dejemos engañar. No al menos todos. Los políticos son en su mayor parte como los estudiantes malos. Estudian el día antes, y así les va. Los aprobados, pocos, suelen ser raspados, y los cates, muchos, con Muy Deficiente (¿existe todavía esta nota?).

Mientras todo esto sucede, mientras cogemos fuerzas para la siguiente inauguración o la siguiente presentación de candidaturas, en el mundo exterior, el que no pertenece a nuestra burbuja, siguen pasando cosas. Algunas de ellas incomprensibles. Como las que tienen que ver con los muchos problemas que parecen perseguir a algunos actores. Es una especie de maldición. De lo contrario no se explica que Hugh Grant, ese actor inglés que tiene cara de no haber roto un plato en su vida, haya vuelto a ser detenido, y no precisamente por andar con prostitutas. Ahora le han detenido, según leo en un rápido vistazo a la prensa digital, por arrearle un mamporro a un fotógrafo con una fiambrera llena de alubias con tomate. No, Hugh, eso no se hace. ¿No te dijo tu madre que la comida no se tira, aunque sea a un pesado paparazzi? Pero una maldición no sería tal con un solo caso. Eso sería otra cosa para la que ahora no encuentro nombre. La maldición viene porque hay otro actor en apuros, y con dos casos ya tenemos jurisprudencia. Me refiero al bueno de Richard Gere, que se ha metido en un lío de tres pares de narices porque al insensato no se le ocurrió otra cosa que darle un beso en la mejilla (¡Dios, qué escándalo!) a la actriz india Shilpa Shetty. No me extraña que el tribunal de la región noroccidental india de Rajastán haya dictado una orden de arresto contra la estrella de Hollywood y la desvergonzada actriz. Qué quieres que te diga, casi prefiero volver al mundo de la burbuja, al de la precampaña. No vaya a ser que salga por ahí y a algún juez se le ocurra dictar una orden de arresto en mi contra por pensar. Ya me lo imagino: "Piensa, luego queda detenido".