¿Rincón olvidado para las pateras?
Una patera con al menos 13 inmigrantes ilegales a bordo fue interceptada este martes por la mañana en Caleta de Mero, en el municipio de Haría. Se trata, como informa este diario, de la cuarta patera que llega en lo que va de año, lo que es una cifra insignificante si se tiene en cuenta la cantidad de cayucos que están llegando a Gran Canaria y Tenerife y si se tiene en cuenta sobre todo la cantidad de pateras que llegaban no hace demasiado tiempo a Lanzarote y Fuerteventura.
Según datos aportados por la Dirección Insular en Lanzarote, los inmigrantes, todos adultos y de origen marroquí, están en buen estado de salud y fueron localizados sobre las 06:30 horas de la mañana tras alcanzar la costa en patera. La Guardia Civil destaca que la embarcación, hallada entre Arieta y Órzola, no es un cayuco.
Según afirmó el director insular de la Administración General del Estado, Marcial Martín, durante la presentación de 30 nuevos guardias civiles para Lanzarote, esta última patera no ha seguido la ruta habitual por la que suelen regirse las embarcaciones que trasladan inmigrantes subsaharianos, aunque no se descarta que la Isla sea objeto de próximas llegadas de cayucos. Contrasta lo que expuso el trabajador director insular que tenemos en estos momentos con lo que dijo en el Congreso su jefe de filas, el presidente del Gobierno central, José Luis Rodríguez Zapatero, quien dio por clausurada casi definitivamente la antigua ruta que utilizaban las pateras para llegar desde Marruecos a las dos islas más orientales del Archipiélago.
En este diario coincidimos más con la versión ofrecida por el director insular, quien sabe perfectamente que en el momento en el que se bloquee el acceso en cayuco a Gran Canaria y Tenerife se volverá a usar la antigua ruta, la que viene directamente a Lanzarote y Fuerteventura, eso si a Marruecos no le da esta vez por tener conciencia y decide parar en seco el vil negocio.
Como ya explicamos días atrás, y a pesar de las “pequeñas” cifras de 2006, aquí se ha padecido mucho el fenómeno de la inmigración irregular. Lanzarote y Fuerteventura comenzaron a sufrir en la década de los noventa un fenómeno que ya se llevaba padeciendo años antes en el Estrecho de Gibraltar, la llegada de pateras cargadas de inmigrantes irregulares. Al principio no se le dio demasiada importancia al fenómeno, sobre todo porque no eran muchas las barquillas que llegaban en comparación con las que lo hacían a la zona sur de la Península. El Gobierno que presidía José María Aznar decidió actuar con contundencia y brindó el Estrecho, lo que fue un acierto notable, al menos para los andaluces. Desde ese momento el fenómeno aislado se convirtió en reiterado, y los grupos pasaron a ser auténticas avalanchas. No había un día en el que no se detectara una barquilla en las costas de las dos islas más orientales del Archipiélago.
Como bien saben todos los que lo vivieron de cerca, todos los habitantes de Lanzarote y Fuerteventura, el fenómeno fue creciendo y creciendo, provocando todo tipo de problemas y de trastornos que llevaron incluso al presidente del Partido Popular (PP) en Fuerteventura, Domingo González Arroyo (por entonces alcalde de La Oliva), a demandar la vuelta de la Legión y la utilización de la Armada para combatir a las mafias que se lucran con el traslado de seres humanos que sólo quieren una oportunidad mejor en sus vidas. A González Arroyo menos bonito se le llamó de todo, y las pateras siguieron llegando, y los cementerios se fueron llenando de cadáveres sin nombre que jamás reclamó ni reclamará nadie.
De vez en cuando el Gobierno central hacia como que quería hacer algo, y de vez en cuando el Gobierno de Canarias protestaba, con timidez y tibieza. De vez en cuando también alguno de nuestros representantes en Madrid, tanto en el Congreso como en el Senado, alzaba un poco la voz en su grupo parlamentario para ver si alguien hacia algo con el asunto. Todo parecía inútil, y la cosa continuaba, con un par de patrulleras vigilando las luengas costas de las dos islas cuando no estaban amarradas en un pantalán por avería.
El Gobierno socialista llegó al poder, y la cosa cambió. Cambió porque el reino que dirige con mano firme Mohamed VI decidió que había llegado el momento de actuar, bloqueando la actuación de las mafias en su territorio y obligándolas a trasladarse más al sur, a Mauritania. Fue entonces cuando Lanzarote y Fuerteventura dejaron de interesar como ruta, cuando aparecieron los cayucos y cuando Gran Canaria y Tenerife se convirtieron en objetivos prioritarios. Fue entonces cuando el Gobierno de Canarias sí puso el grito en el cielo, cuando se movilizó toda la sociedad de las Islas, cuando el Gobierno central lo tomó como un tema de Estado, cuando se debatió con crudeza el asunto en las Cortes Generales.
Cuesta creer que la historia de los acontecimientos sea tan sencilla y tan cruda de contar, pero el que sabe un poco del tema conoce que no hay mentira en el relato. No es que no queramos que se arregle el asunto, no es que no queramos en esta parte de las Islas que se atiendan las exigencias de Gran Canaria y Tenerife. Sólo decimos que nos habría gustado que en su momento se hubiera producido la misma respuesta, cuando prácticamente a gritos se demandó una ayuda que jamás llegó. Esa es la historia real, y así hay que contarla siempre.