Ensayo sobre la ceguera
Hay algo mucho más negro que el horizonte penal de Dimas Martín, caso de que no prosperen sus recursos judiciales o su solicitud de indulto, que son delicados asuntos que lleva ahora mismo el equipo jurídico del fundador del PIL. Más negro aún, en efecto, se presenta el horizonte de la credibilidad política canaria en general y lanzaroteña en particular. De ahí que no haga falta recurrir a ninguna encuesta (en los sondeos, curiosamente, nunca se les pregunta a los encuestados si piensan votar a abstenerse, cuando que es un dato que tiene una importancia trascendental, teniendo en cuenta el elevado índice abstencionista que se suele registrar en las islas, y principalmente en la nuestra, que siempre suele quedar a la cabeza en lo tocante al antivoto) para adivinar, sin ni siquiera recurrir a grandes dosis o derroche de imaginación, la más que previsible y altísima abstención que a buen seguro se va a registrar allá por mayo de 2007 (“Que por mayo era por mayo,/ cuando hace la calor,/ cuando los trigos encañan/ y están los campos en flor,/ cuando canta la calandria/ y responde el ruiseñor,/ cuando los enamorados/ van a servir al amor”, como decía el delicioso “Romance del Prisionero”, de autor tan anónimo como los que les escriben los discursos a nuestros eminentes políticos patrios... y patriotas, según ellos mismos).
O cambian mucho las cosas -y no parece que lleven ese rumbo, visto lo visto de último-, o la abstención electoral en Lanzarote será de las que hacen historia en esos ya cuasi inminentes comicios autonómicos, cabildicios y municipales. Tampoco hay que ser profeta, ni adivino, ni zahorí ni futurólogo para aventurar o barruntar esa cantada huida masiva de las urnas, sobre todo en una isla que ha visto pasar por la principal poltrona de la primera institución pública lanzaroteña a siete (7, se escribe pronto y fácil) presidentes y presidentas de la misma, en apenas unos años de mandato o gobierno (por llamarlo de alguna manera, pues se nos antoja harto difícil que se pueda gobernar nada con fundamento con ese constante juego de la sillita).
Al mal ejemplo que nos dan los políticos en particular y los partidos en su globalidad hay que sumar la escasa, por no decir nula, disponibilidad a la hora de tomar medidas que propicien la participación electoral, como sería el caso -por poner sólo un buen ejemplo- de crear un nuevo sistema de listas abiertas, con más razón y motivo cuando hablamos de elecciones locales, en donde el voto pierde su carga ideológica -si la hubiera- y se dirige más hacia la persona que conoce y con la que se tropieza a diario el elector o votante potencial.
No existen verdades absolutas, excepto esta misma, que sí parece indiscutible. Pero se intuye que donde hay patrón no manda marinero. Un adagio que, sin embargo, nunca compartieron del todo gente como Jesucristo o los comunistas primigenios, aquéllos tan bien intencionados o teóricos que le dieron la vuelta a la citada máxima y concluyeron que no es menos verdad que donde no hay marineros no puede mandar patrón. Por eso y porque sin la clase de tropa no podría hacerse a la mar ningún barco, siguen haciendo falta las tripulaciones, aunque en los partidos políticos cuando el capitán habla todos callan. Lo vemos en Lanzarote, en donde tal parece que sólo hay patrones y casi ninguna clase de tropa militante.
En buena teoría, las bases son necesarias para que el tinglado partidista no se hunda por su propia base, valga la redundancia, pero de ahí a considerar que pueden decidir algo media un abismo. Tanto los simples afiliados como los simpatizantes simples tienen voto (el voto tonto, que lo llaman). Por eso, para que nadie caiga en la cuenta de esa amarga evidencia, les conviene a los políticos una masa frívolamente festiva, carnavalera, crédula y manipulable. Al que no quiera un concurso de belleza -por poner un mal ejemplo, que además es sexista, discriminatorio y claramente vejatorio- se le sirven tres en bandeja. Quizá por todo ello alguien dijo con no poca razón que pueblo es el rodeo que da la naturaleza para producir un hombre de genio. En la España de hoy, por muchos rodeos que demos, no se encuentran líderes geniales, sino individuos con mucha vocación de mando, que puede parecer lo mismo pero es cosa bien distinta.