Bellezas de verano

Con la llegada del verano llega también a los distintos municipios, pueblos y barriadas de la isla, al alimón, la fiebre de los concursos de belleza, principalmente femenina. Ya es algo típico. Una tradición. Y contra las tradiciones poco o nada se puede hacer. Funciona la inercia. Como decía el viejo chiste cuartelero: la bala siempre acaba cayendo, bien por la ley de la gravedad o por su propio peso. No falla nunca.

Los pesimistas, que son unos infelices porque pretenden decir justo lo que ven sus ojos, creen que no hay nada más triste que un concurso de belleza. Ni más patético, ni más cutre ni más hortera. Ni más cruel, si encima hablamos de casi niñas que pueden estar muy bien formadas por fuera pero poco por dentro, mentalmente. Alegan esos mismos pusilámines que de ahí salen después traumas sicológicos para el resto de la vida de las candidatas a reinas de la clase, del baile, de los "sangineles" o de los carnavales.

Pero la llevan clara esos cenizos, desde luego, porque esta batalla la tienen más que ganada ya los políticos, que trabajan para el pueblo, como a estas alturas del esperpento insular no ignora nadie mínimamente informado. Y por eso le dan al pueblo lo que el pueblo (el vulgo que cantaba Lope de Vega; la masa) quiere: así sean mil y un concursos de belleza femeninos o incontables festivales de la canción y el desafine elevado al cubo. Con mucha más razón y motivo en un verano y en año pre-electoral como es el actual 2006.

Es verdad que se ha descubierto y probado empíricamente que en los concursos de belleza (sean de alcance local, nacional o incluso internacional) hay tongo. Pero no más que el que hay en el fútbol, y no digamos ya en la política. No queramos ser entonces más papistas que el Papa. Mal de muchos...

No, no conviene despreciar así, por las buenas y frívolamente, un concurso cultural (de belleza, de acuerdo, pero profundamente culto, porque las muchachas no aprenderán nada pero enseñan mucho, como salta a la vista). Hay que ser justos, aunque luego el jurado no lo sea con las chicas, pero es que hay que entender también que son muchas horas de difíciles deliberaciones, como se cansan de repetir los más originales presentadores de turno de estos actos que ya son al verano y las fiestas como el arroz a la paella: imprescindibles.

Cuando los pesimistas son las pesimistas, y encima y para mayor pecado se declaran y se reclaman feministas, entonces se dedican a lanzar la especie de que los concursos de belleza son puro mercado de carne. Claro, y las sacrosantas elecciones políticas es puro mercadeo del voto, puestos a decirlo todo. Al final, bien mirado, todo es lo mismo.

El sabio (otro que tampoco era precisamente la alegría de la huerta) dijo que la belleza es mentira. Mentira como las promesas electorales, por poner otro ejemplo que no admite discusión, reconocido por políticos de tanto renombre como el fallecido viejo profesor don Enrique Tierno Galván, que hizo suya y casi patentó la sentencia: “Las promesas electorales están hechas para no ser cumplidas”. Con sobrado conocimiento de causa hablaba aquel socialista que ejerció como alcalde de Madrid allá cuando la denominada “movida cultural”, un extraño fenómeno que todavía hoy nos estamos preguntando casi todos en qué consistió, si es que consistió en algo todo aquel humo cultureta, pseudomusical y presuntamente progre (¿?).

También se ha censurado el hecho que en las pruebas culturales (por llamarlas de alguna manera y para entendernos) a las que son sometidas las sufridas participantes, las preguntas más imaginativas no van más allá de saber el color favorito o el signo del horóscopo de la chinija de turno. Se ha llegado al punto de afirmar que los cuestionarios están hechos para descerebradas o para catatónicas, y ahí ya me parece que se roza el insulto y la falta de respeto. Que las muchachas no aprendan nada en esos concursos de belleza no es ningún delito. Ya queda dicho que esos certámenes están concebidos más para mostrar que para aprender, y tampoco hay que pedirle peras al olmo.

Hay que ver siempre el lado positivo de las cosas. El mismísimo Aristóteles dijo que la belleza vale más que cualquier carta de recomendación. Así pues, el que no se consuela es porque no quiere.