15 años sin Manrique

Los 15 años que se acaban de cumplir esta misma y última semana de septiembre de la trágica desaparición de César Manrique, que se encontró con la muerte justo cuando abandonaba su entonces recién estrenada Fundación en aquel cruce de caminos que hoy es rotonda (rotonda que nos recuerda a todos su figura y el peligro de la carretera cada vez que pasamos por allí), nos lleva a muchos a preguntarnos, aprovechando la cifra redonda de ese negro aniversario, si el mensaje manriqueño sigue vigente o no en el actual Lanzarote del siglo XXI. Opiniones al respecto hay para todos los gustos, ciertamente, pero parece claro que el mero recuerdo testimonial de las corporaciones públicas a la figura del artista que más renombre ha dado a nuestra isla no es suficiente garantía del mantenimiento de su discurso, que se basaba esencialmente en el respeto y la conservación del paisaje conejero, contraponiéndolo a la disparatada política urbanística o especuladora de los que sólo piensan en la rentabilidad inmediata y en el pan para hoy y hambre -o lo que se tercie- para mañana.

Doctores tiene la Iglesia para pronunciarse o para sopesar si se conserva o no el respeto a esa imagen insular por la que César Manrique abogaba. Pero lo que sí puede ver cualquier ciudadano de a pie, sin necesidad de meterse en profundas divagaciones, es que el actual rumbo que lleva Lanzarote la conducen directamente -por decirlo en lenguaje canario- proa al marisco. Ahí existe coincidencia o unanimidad social en el análisis, a bote pronto, de la situación.

También hemos escuchado en estas últimas horas otro comentario que se repite de forma literal en casi todas las bocas conejeras: “Quince años ya de la muerte de César. Cómo pasa el tiempo...”. Tan callando, como escribió el otro Manrique a la muerte de su padre.

Sobre esa velocidad con la que pasa el tiempo, que a todos nos causa auténtico vértigo, tal parece que nos deslizamos ahora mismo por una especie de tobogán endemoniado. Vamos adquiriendo cada vez más velocidad en un movimiento uniformemente acelerado. Un botón de muestra: la vida pública en Lanzarote se despeña hacia no sabemos qué y hacia no sabemos dónde a un ritmo creciente que ha terminado por ser enloquecedor.

Incluso los más desmemoriados recordamos que, hasta no hace mucho tiempo, un acontecimiento político se mantenía en el centro de la atención popular durante varias semanas. Un mismo personaje, una misma situación permanecía en la escena política con tiempo suficiente para mirarlos y remirarlos, para darles vuelta y vuelta en la parrilla del análisis periodístico, para desmenuzarlos incluso y darlos al lector masticados, como hacen con la comida con la que alimentan a sus crías los rumiantes. A día de hoy, por el contrario, los acontecimientos, cada uno de ellos más sorprendente o terrible que el anterior, atropellan al comentarista, y muchos de los mismos se han hecho viejos y han perdido importancia e interés de un lunes a otro lunes. El ritmo de la actualidad no lo soporta ni siquiera el periódico de cada día.

A lo peor resulta que da la sensación de que cambia todo para que todo siga igual, como advirtió Lampedusa en su inmortal obra literaria. E incluso los distintos cambios políticos que arrojaron las pasadas elecciones locales de mayo de 2007 sólo han sido en realidad un trueque momentáneo. Lo que todavía no nos va quedando claro del todo es que esos cambios de caras y de siglas en las instituciones públicas conejeras traigan acarreados un verdadero cambio en los modos y maneras de hacer y comportarse en la actividad política insular.

Quince años ya sin César Manrique. Quince años de alivio para quienes se sabían observados y censurados por su constante voz de alarma.