Verano de 2009, no sabría cómo decirlo

Por Manuel N. González Díaz

A media mañana paseamos por el Heath de Greenwich, éramos tres, íbamos con el niño. Encontramos a su amiga Sarah G. en el bar, con sus hijas, y esas gafas de pasta, grandes, enormes, a lo Lindsay Lohan, porque aquel día no llevaba sus Ray Ban de verano, de lente marrón y montura dorada, ni las de invierno, de lente azul y reflejo de espejo, ni esas otras verdes, de montura negra, que son más distantes y agresivas… y ese pelo amarillo, decolorado de tanta tintura dorada, …sin pensarlo dos veces, me quedo con la mía, una y mil veces, de cuidado rizo brillante de Wella, qué bella, su rostro sonriente tras ese enrejado de bucles dorados. Fue una primera cita de amigos de amigos, luego habría otras, y otras, y otras.

Hay luz ahí afuera, y el tiempo, siempre el tiempo allí, ahora es agradable, ni el sol asfixia ni el viento molesta. Los japoneses atraviesan la llanura con destino al Observatorio desde donde, enfrente, al otro lado del río, se levantan los edificios de cristal de la City, el Canary wharf, que es lo que hace bello el sky line londinense desde Lewisham. A la noche, un bulto adicional en la entrepierna, una fuerte molestia en la ingle y la hipocondría, que surge y se queda, anclada al abismo. Y a la mañana siguiente una consulta de urgencia a la doctora K. McK., otra supuesta amiga, en su domicilio, despeja las dudas sobre si es o no un cáncer, que no le parece… …ni le parece necesaria una biopsia, finalmente, sólo un forúnculo que supuró luego, ya en las Islas… detesto hablar de salud, de la mía o de la de cualquier otra persona, y más, escribir sobre todo esto… torpe ejercicio de homenaje a Funes, el memorioso, porque fue aquello hace ya dos veranos, y recuerdo los veranos, los días, las semanas, los meses, las estaciones, los años, todos los años, con todos sus veranos, y muy a mi pesar cada hora de cada día de cada verano. El último, el peor, por los efectos de la quimioterapia en mi madre, que la dejó moribunda… así que hoy volvemos al “Hace dos veranos…”.

Fui al cine -casi nunca voy al cine, con lo mucho que me gusta-, a ver “Brüno“, de Sacha Bar Cohen. No es obra de mester de clerecía, no, sino que más bien de juglaría, con delirantes escenas pornográficas en USA, desternillantes entrevistas a un terrorista de Hizboláh en Líbano y a hombres de Estado en Tel Aviv y -esto no me dio ninguna risa- se da un paseo por Jerusalén ataviado medio cuerpo como ortodoxo y el otro medio de loca gay vienesa en shorts, algo difícil de imaginar.

Al día siguiente paseo con mi hija por Londres, que el pasado año ya me lo había recriminado mi señora madre: “Tú ahí, despreocupado, y la niña aquí, sola”. O sea, que se vino al verano siguiente, y luego del cine fue el día del paseo por Londres, desde las afueras, conexiones con trenes y metro, y en el Centro, los pubs de siempre con la cerveza de siempre y sus moquetas de siempre moteadas de alcohol y ceniza, como siempre. Parques y patos. Y al siguiente día paseamos por el sureste de la ciudad, por el pueblo, Blackheath, Greenwich y Lewisham, para que nadie se pierda, por si alguien se pierde, por si ella se perdiera yendo a comprar un pollo en Tesco. Y al siguiente día se va a Oxford Street, acompañada, de compras, con la mejor compañía. Y al siguiente, de nuevo los tres, cambia niño por niña, de paseo, a lo Oscar Wilde, pero discretamente vestido en Oxfam.

Los padres de una estudiante catalana inspeccionan la que será la habitación de su hija, por uno o más meses, no se sabe, no lo saben, no lo sabe ella, ni nadie.

Algunas visitas en casa. Compromisos tediosos. Conversaciones inconexas, y me malentretengo.

El pollo asado de Tesco, si está condimentado con especias, unos peniques más caro, sabe mejor, adquiriendo así, casi, la condición de ave.

El hijo de un militar jubilado me vendió una pésima hibridación de la Rossetta Stone de los Hermanos Grimm, nada que ver con la original canadiense, que probé en Portland, pero pone, sólo en la terraza, en el jardín, o en el dormitorio de la planta alta, o ahí no, que con la corriente, se huele en toda la casa o algo así, que no sé si fue antes o después de la discusión este estrambote, o si fue la discusión el estrambote de la planta de Wild Rose, el caso es que sentí que algo se quebraba, incomprensiblemente, qué pena, con lo que detesto el conflicto, y los sobresaltos, con lo que me molestan las discusiones, y esas cosas que se dicen, y que luego se dice que no se quisieron decir, o quién sabe el valor que se les da cuando se pronuncian, que luego se pretenden rectificar, pero que este Funes, con la maldición del recuerdo, interioriza… (los alemanes a principios del pasado siglo XX hablaban de la “concientización”, la aprehensión de la realidad como un hecho consciente que, internalizado, como capas de realidad superpuestas, finalmente nos dan una imagen de lo que creemos que es la realidad…). El problema radicaba en no haber fregado la losa (que es la expresión que usamos en este país -en España se dice “lavar los platos”-), no en haber comprado el pollo, o recogido al niño en el colegio, a su hora, con premura, por la hierba verde, bajo la lluvia, con la otra niña, la mía, y el perro ratonero de Gerarda, otra supuesta amiga, que corre tras los grajos con total prescindencia de los automóviles que atraviesan la dehesa, lo que hace de cada una de sus carreras y escapadas un asombro infinito que nos paraliza unos segundos, corta la respiración y pasa, que es cuando ya podemos exhalar tranquilos. No, los platos, o algo así o el lavaplatos.

Creo que ha cuestionado, abiertamente, salir en dos días de viaje, a Israel. Creo que lo ha dicho pero siento tal pánico que no me atrevo a decir nada. No quiero pensar, no quiero ni pensarlo. Cuando las cosas no dependen de uno, personalmente, no es fácil hacerse cargo. Surge la impotencia, la incapacidad, sí, y para eso no estoy preparado. Sí para algunas pocas cosas, no para eso. Los planes se pueden ir al traste si dependen de muchas otras personas, y no existe una autoridad clara, o si dependen de dos, iguales, pretendidamente iguales, con esa diferencia de género, tan evidente, tan profunda. Siento pánico. Lo que se pierde no es el viaje, es una capa de realidad que se volatiliza, se va, escapa por el filo de la ventana y se pierde entre la bruma de una chimenea de una casa de Londres… La exposición a lo vulnerable hace que nada sea igual desde entonces, ya cuando entonces. Y nunca se pudo rectificar nada en aquella relación, qué extraño, era un pozo…como si yo, ajeno a casi todo, hubiese interiorizado aquellos “agujeros negros” que la mortificaban, y yo sin saber nada….No se puede hacer nada cuando aparece esto, esa sensación de vulnerabilidad extrema, en mi, porque también surge, como la nave en el puerto, y cuando despiertas, el dinosaurio sigue ahí, y no es fantástico… y no podemos decir “no tiene importancia“, eso no vale un pimiento, o un pollo especiado en Tesco.

Mi hija discute con su madre, asuntos de ellas, y de mujeres, y yo no me meto, o si me meto, salgo mal parado, qué cómodo resulta esta irresponsabilidad asumida por la paternidad, responsablemente amparada en lo incomprensible del género, y sí, es un descanso, pero discuten. Las madres aleccionan, y siempre para bien (porque no quiero creer que existan madres malvadas -eso es parte de mi ola naif, como pensar que nadie podrá ver esta o aquella fotografía, colgada en Google, expuesta-. “Manuel, don‘t be naïf!” -me suele decir ella, otra, con ese acento tan sajón, casi danés-).

Me llevo a mi hija a un pub de Lewisham, irlandés y proletario, a tomar una cerveza juntos, porque apenas hace tres meses que ha muerto su abuelo, mi padre, así que estamos ahora los dos solos, cuando hasta entonces habíamos sido tres generaciones, agotados, vacíos, y si no se nota, lo sabemos.

Ella, mi hija, se vuelve a Canarias, cuando ella salga para Canarias yo ya estaré en Israel, y tan bien acompañado.

A las 18.30 horas aterrizó el aparato en el aeropuerto Ben Gurion. Allí nos esperaba Shlomo Avayou, a la salida, que no me lo esperaba tan a la salida, con Nilit, que ahora hace de chófer del kibbutz, cuando hace treinta años hacía de telefonista (y me pedía le llevara rosetas bordadas de las Islas, para su colección). Nos lleva al Kibbutz Ga’ash. Dormimos en la casa del poeta, en la costa de Sharon, en el borde de la reserva natural, a un centenar de metros del acantilado, y abajo, la playa. El rumor de las olas llega al dormitorio: Ga’ash. Es todo familiar, quizá demasiado familiar para estar de vacaciones. Ya he dicho a Shlomo que después de los 22 años, luego de la participación en el HaShomer, morí. Y luego fue otra vida, distinta a la primera, que fue vivida. Viajar es importante, vivir no. Eso dice el romano, y lo creemos.

O sea, que me voy al balneario, a sumergirme en las aguas químicas de las tres piscinas, cada una con su composición particular, a su temperatura particular, la tercera a cuarenta y dos grados centígrados. La de afuera, enorme, no tiene más que cloro, y está a temperatura ambiente. En el bar unos jóvenes palestinos israelíes comentan entre risas un tatuaje que llevo en la pierna, dos lesbianas en una sesión de bondage, yo les sonrío, casi los animo a que dejen los explosivos por las revistas guarras, casi. La comida es Kosher, allí siempre la comida es “caser“”.

Al siguiente día recorro, junto y unido a la amada compañía, que me encanta, la calle Shenkin. Me gusta. Podría pasarme el día allí, con ella. En una esquina, en un balcón, sobre una pizzería, unos de Jabad interpretan klezmer. No, eso no ha sido en esta ocasión. En ésta lo que ha sido es una pizzería que no estaba antes bajo el balcón donde los jasidim debieran estar interpretando klezmer. Más adelante bebemos vino del Carmel, Merlot, Shirah y Cabernet, y nos deleitamos engullendo ensaladas… la peluquera es judía de origen georgiano, como Stalin (que su nombre sea borrado de la faz de la tierra), y lleva ocho años en el país… detrás, una joven dirigente sionista, llegada de un kibbutz del norte, rifle en mano, distribuye a jóvenes voluntarios por entre las mesas del restaurante. Debe ser hija o nieta de dirigentes, se le nota un montón. Hablo con ella pero me centro y concentro en mi pareja.

Pasamos un día de playa, entre cálidas olas, húmedas y tibias de puro Mediterráneo, asistidos por un joven que despacha en su quiosco cerveza y papas fritas, frente al mar. Hay oleaje, y vigilantes de la playa, que de joven llamábamos socorristas, luego vino Pamela Anderson, …pero este día no tendrán que sacar a nadie en apuros. Paseamos, paseamos a lo largo de la costa de Sharon, buscando cristales entre la arena. Allí surgió el cristal de Bizancio, tan afamado, pero yo lo confundo con los fragmentos de botellas Heineken, bien pulidos, como cantos rodados por las olas del mar, que luego incrustaré en un cemento concreto de una terraza en la Isla, una terraza que construyo apasionado desde hace meses, sólo para ella.

Preparo la carne, le quito la grasa y la lavo, la frío bien frita en aceite de oliva, o a la plancha, pacientemente, y ensaladas. Hay vino en el kolmo, la pequeña tiendo del kibbutz, y traemos vino del kolmo.

Un funcionario español le ha dejado a mi compañía un apartamento en el muy exclusivo barrio de Rehavya, que con la de veces que uno ha estado en Jerusalén, nunca había pernoctado en Rehavya, a doscientos metros de donde duerme el jefe de Estado, Shimon Peres. Lo malo de esos sitios es que cada vez que bajas a tirar la basura, dos agentes se acercan a supervisar la bolsa, por si las bombas, aunque lo hacen cuando te has alejado, con cierto disimulo. Luego de varias llamadas nos abrieron la puerta del edificio, Moljo rehov 8, quiero decir en la calle Moljo, en el número 8. Le han arrancado la mezuzáh de la puerta, porque se la han alquilado a un español, un goy, y la casa ya no tiene sobre si una bendición, pero al cruzar la puerta, ya está bendita… frente al apartamento hay un convento de monjas, veo a tres, en sus celdas/dormitorio, desde el balcón. Las monjas no me gustan, no aquellas en particular, ninguna monja. Mi pareja podría decirme que a ellas no les intereso yo, pero habla por hablar, gratuitamente, creo que pretende ofenderme, pero no lo logrará hasta años después… Encuentro entre los libros uno de Cornelio Tácito que podría interesarme, cómo no, y es demencial -que por suyo me extraña, y tampoco lo esperaba pero nadie sabe lo que va a ocurrir mañana-, trata sobre los judíos, en tanto nación. Paradójicamente, todo lo que conoce de los germanos lo desconoce de los judíos. Al final, su génesis e historia breve, unido a los comentarios sobre sus costumbres, lo convierte en un texto raro, único y disparatado, que no debe perderse.

Visitamos la Ciudad Vieja. Pasamos por el barrio árabe, muy a mi pesar, pero pasamos, que lo peor es quedarse, y pensé que unos operarios iban a dejar caer a mi paso ese bloque que manipulaban sobre un andamio, algunos metros más arriba, crucé deprisa, rezando, y siento más miedo por ella, por su seguridad, que no creo que entienda que allí no está segura, y no quiero lamentos, no más lamentos. Visitamos el Muro de las Lamentaciones, el Kotel, deseos devotos, y fotos. Y mucho calor. Cenamos tarde en la noche, en una terraza de la calle Rivkin. Todo perfecto, pero hay algo raro en la atmósfera, como una bruma que aquella otra vez se perdió por el quicio de aquella ventana, y no se va sino que se adueña del espacio, lentamente y muy lamentablemente. A la mañana debí correr tras ella, a mis cuarenta y cinco años cuando entonces, cuesta arriba, subiendo los repechos jerusalmitas en agosto a toda prisa, tratando de buscarla entre los viandantes de todas las glorietas… la alcancé, para mi tranquilidad, y fue por mirar a la camarera que nos sirvió el jugo, que bailó frente a mi, sonriendo al ritmo de una canción de sus cuarenta principales, y sonriendo me dejó hasta que partió mi compañía indignada, y yo tras ella, liquidando la cuenta para echar a correr, tras ella, a mi edad, corriendo tras una mujer en Jerusalén, si ya digo que nadie sabe lo que va a ocurrir mañana… sentí vergüenza.

Otro día, muy distinto, subimos al Monte, que es una ascensión espiritual, una “aliá” dentro de la “aliá”, a la tumba de Theodor Herzl, y allí le dejé mi piedra sobre su lápida (visité igualmente la de Zeev Jabotinsky, cómo no, naturalmente, siempre fui un fan del Betar, desde el HaShomer, lo que es meritorio de por sí, que un filocomunista admire a los nacionalistas derechistas, pero es así. Quiero dejar por escrito que a Jabotinsky debemos el concepto “Telón de Acero“, que no sé por qué los castellanos lo tradujeron tan poéticamente, la expresión original es “cortina de hierro“, del texto de ese autor, en su contribución a un encuentro de la Organización Sionista Mundial en Escandinavia, y es de los años 20, una propuesta para segregar a los árabes de los judíos en Palestina, lo que vino a hacer Sharón ochenta años después…). Las expresiones son cambiantes, cuando Franco en España se decía “amplitud de vista”, luego llegó el Borbón y pasó a decirse “ altura de miras”, en cualquier caso, la expresión delata a un estúpido. Entramos a Yad Vashem, que los turistas llaman Museo del Holocausto, cada uno en su idioma. Hay una reproducción, con piezas originales, de una calle del gueto de Varsovia… parece una esquina de la calle Sienna, pero podría ser de cualquier calle de cualquier gueto, del de Lida o Lodz, que en Polonia pronuncia Utz. La judería neoyorquina aprovecha el verano para visitar el Yad Vashem, y hoy he visto a un ultraortodoxo, de sombrero y caftán, llegado de Chicago, con su mujer y su hija, entre la propaganda del Reich, que si no lo madrugó, lo sobrevivió.

Al siguiente día viajamos a Ein Guedi. El conductor del microbus que nos lleva a la estación central, otro religioso que se molesta porque, para él, mi mujer le da directamente el dinero en la mano, cuando me tiene a mi a su lado para hacerlo… pero finalmente llegamos a la estación y viajamos al Mar Muerto, al balneario, aunque nada más sentarnos me ha dicho que yo “tampoco” soy el hombre de su vida, como adolescentes, tonterías. Debe ser respuesta a lo dicho por mi dos noches atrás, en la cena con Shlomo, cuando me pregunta que qué tal mi relación y sólo respondo: “Ella no es judía”. Fue un tremendo error, no lo era, pero podría haberlo sido, a lo Ruth. Un equivocación estúpida, sin el menor sentido. ¿Sin sentido?

En Jerusalem hay un museo, que visitamos a la vuelta, que se dice De las Tierras bíblicas, donde se pueden apreciar piezas de viejos imperios, desde Egipto a Mesopotamia, joyas, armas, maderas policromadas, maquetas de los palacios babilonios… y en el exterior, una reproducción a escala de la Ciudad de Oro, desde los tiempos del rey Salomón a los de Herodes el Grande. Atravesamos parques y jardines bajo el sol abrazador de agosto, y probamos una felafel riquísima en un barucho del extrarradio… antes se había sentado en el césped de un parque municipal, bellísima, comiendo fruta comprada en el camino volvimos… -ese suceso podría haberlo obviado, pero no quiero, o no puedo-, volvimos a Ga’ash, a la costa, a preparar un viaje al Neguev, no sabíamos por aquel entonces si en avioneta o en guagua, porque esta última opción es pesada para nuestro compañero septuagenario. Rejuvenecido, viajamos de madrugada en guagua desde Netanya, y a la mañana estaremos a las puertas de Yotvata, atravesaremos el desierto en la noche. Se une a nosotros un tumulto de juventud del país, que por lujuria pasa el fin de semana en las playas de Eilat, lejos del control de sus padres. Yotvata está pocos kilómetros antes. Es un asiento de los tiempos del Éxodo. Hay algo mágico también en esto, o fantástico, si se quiere. La parte de la Torá que trata el paso por Yotvata refiere que las serpientes atacaban a los hombres en su campamento, y que Moshé ordenó que se pusiera sobre un palo una serpiente de cobre, y se hizo, y cesó su mordedura. Y una semana antes había comprado en la farmacia que regentan los hindúes en Lewisham un anillo de cobre que era una serpiente de cobre, como la del campamento de Yotvata, y que después de dos años, ahora que empieza este verano de ahora, lo he regalado, desprendido, porque no sólo no me preservó de la mordedura de la serpiente sino que eso también es idolatría. Al sur de Yotvata, que les iba a contar, digo, se encuentra una ruina romana de hace dos milenios, un pequeño cuartel que creo aseguraba el comercio entre Petra y las ciudades del norte, del imperio Seleucida. Y digo creo porque no tengo manera de comprobarlo, sin internet, y con la enciclopedia británica en casa de mi ex esposa, que se casa… Y las minas de cobre de Timna, al suroeste de Yotvata, las minas de cobre más antiguas que se conocen, de donde sacó metal el faraón de Egipto y el mismísimo rey Salomón.

Luego de ir a la playa de Eilat, y de rebuscar entre las arenas fragmentos coralinos, almorzamos en un restaurante árabe que no estaba muy allá respecto a nada, pero con más de cuarenta grados ahí afuera, me dejaron fumar en su interior, y eso se agradece.

A la noche, ya de vuelta, cenamos en un kibbutz más al norte que el nuestro, con su oferta de comida orgánica, quesos exquisitos y el mejor vino tinto del país, servido por una voluntaria jerusalmita, alejada del bullicio, de retiro en el desierto, seguro que por algún asunto de amor o desamor, que son malos humores, seguro.

Los desayunos kibbutzim son más polacos que Galitzia, me acostumbré hace años. De los latinos han tomado el café, traído de la diáspora por Suramérica, por eso al arenque ahumado podemos acompañarlo con café con leche. Pan negro, queso, leche y yogurt, de eso sí van sobrados. Trato con un pionero del Nahal, los fundadores del kibbutz cuando desde el gobierno les dijeron: “Lo que pretenden es imposible, allí eso no se puede, es sólo desierto…”, hoy las vacas de Yotvata superan en número las 600 cabezas, y nutren a medio país de leche, yogurt, batidos y helados… empezaron con seis vacas, y en las piscinas de agua salobre de los pozos del desierto cultivan algas que se embarcan y consumen en Tokio, y que mis actrices favoritas de cine adulto japonés, esas que guardo en la computadora, creo deglutan entre chai y chai. Lo de las cabras se lo hemos dejado a los palestinos, lo siento, no hay judíos pastores de cabra, otra vez será, que el peor de los nuestros es capaz de inutilizar un tanque sirio en medio minuto, a mano y desarmado.

En la piscina encuentro a voluntarias coreanas, de una belleza tan peculiar que decirles bellas sería una licencia, más que literaria, libertaria. Pero que deben tener también su corazón, junto con su cosita, por lo que no debemos ser más crueles que lo que la propia naturaleza ha sido.

Visitamos el kibbutz Neot Shemanar, que es una experiencia post sionista anclada en la imagen de un film de ciencia ficción de los años 70, con nostálgico gusto psico-ecológico, que a unos seduce y a otros da grima, y yo dudo en qué grupo incluirme.

De vuelta a Tel Aviv, luego de pasar la mañana en la playa, entramos en el Museo de Arte. Un autor, una suerte de Hooper kibutznik, pinta a los personajes de las colectividades agrícolas, y las granjas, la vaquería, los moshav y los depósitos de agua, las cubas, listas para el riego, y sus cuadros cuelgan en la sala baja, en las otras dos plantas hay tanta riqueza al óleo que no puedo referir, Matisse, Picasso, Dalí, Juan Gris, Léger, Van Gogh, Gainsborough, Hogarth, pintura alemana, francesa, española, italiana, holandesa, americana…¿Hay pintura judía? Buena pregunta formula Shlomo, que lo hace para criticar una muestra, una exposición de fondos de colecciones privadas, autores judíos alemanes, polacos y rusos, del siglo XIX y XX, y destaca la pintura judía alemana… …pero eso no resuelve la pregunta formulada. Sí existe una “temática judía”, eso está claro, desde escenas en la sinagoga a viuda llorando luego de un pogrom, en Rusia, naturalmente, 1905...pero no existe digamos una “escuela pictórica judía”, luego sí, desde 1948 podemos hablar de “arte israelí”, incluso algunas décadas antes de la Independencia… …conozco, y soy amigo, del mayor coleccionista de arte israelí sobre papel, Benno Kalev, y una selección de su obra, casualmente, se expone ahora allí, ahora digo por hace dos veranos… …X días de playa y un Mercado, la inmensa “Tahaná ha Mercasit” atravieso un mercado, de lado a lado, por entre la muchedumbre, entre tanta gente me pongo nervioso, y no es agorafobia, no, pero tanto cercanía, tanto roce, algo físico, me debilita, aunque no llevase nada encima, hay algo de violencia entre tantos en la calle angosta, entre frutas, gafas de sol, radios, relojes y discos. Un anticuario, donde se hace con una joya azabache, y una anciana dormida al cruzar la esquina, sentada en una terraza, cabizbaja, dormida, que ya he dicho, pero que repito para señalar que lo estaba muy profundamente, tanto, tanto, tanto, que le hago unas fotografías, con el I Phone de ella, pero que cuando entonces no sabía subir al Facebook, que para eso se necesita una aplicación, o no, sino que se necesita que el propietario tenga interés, y sí, no parece que lo tuviera, o no sé, yo, desde luego, no sabía que se podía. Ni sabía antes de ella que era eso de la Blackberry, aparte la fruta, por esa vocación pretecnológica que me dejó Lanzarote, que no había técnica cuando entonces… …tengo a la anciana en mi Facebook, dormida.

A la salida del aeropuerto Ben Gurion, una exposición de carteles conmemorativos de la Independencia, 60 años de cartelería sionista, esa colección la perdí, todas las fotografías, las perdí, y no referiré cómo, porque relatar es escribir, y por escribir, se puede acabar una libreta y un libro, dicho el excurso, aterrizamos en Londres, de vuelta.

Tensiones nuevamente, con la ropa, con la lavadora, con “tender la colada”, que decía un anuncio de TV. Tensiones, que no debieran ser graves, porque grave es la muerte, y todo lo demás se puede superar. Pero sí son una mala señal, como si la toalla, todavía sucia, sacada de entre el lodo salino de la ribera del Mar Muerto, llevada hasta allí y lavada, tendida, movida por un viento inexistente, tratara inútilmente de alzar un vuelo frustrado, dibujando en el aire un ilusorio movimiento, un mal presagio. Sin embargo, el ambiente no está cargado, es fresco y limpio, y huele bien, siempre huele bien, de eso sí sé, que mi mayor don es el olfato, y huelo la estupidez a distancia, pero eso es otro excurso, allí olía a lavanda y hierba azul, al dulce aliento del Buda adolescente, y a una mujer a mediodía. Luego llegó un queso amarillo, de bola - y otra supuesta amiga de ella-, como el holandés y el belga, alevoso, digo el queso, que nada supe nunca de su amiga, digo que los belgas todavía recuerdan al duque de Alba, y yo el puto queso, lo que dio lugar a la mayor humillación -otrora allá en Bélgica y aquí, ahora, a este lado, en la margen derecha del Támesis- que es sentirse excluido, incluso de un party, excluso, desplazado, no querido, en casa ajena, en tierra extranjera, que dormí solo, en la habitación contigua, que no es dormir, que no se le podía llamar dormir, o por lo menos, así no duermen las ancianas de Tel Aviv, y yo ya, a estas alturas y para algunas cosas, me siento como las ancianas de Tel Aviv, así que me fui al día siguiente de vuelta a la Isla, como estaba previsto, que no por la tremenda perreta con el asunto del queso de bola.

El Santo, Bendito sea, hizo las Islas para nosotros, los “Señores de las Islas“, gentilicio para los de Lanzarote, Fuerteventura y Hierro durante el siglo XV, porque el tiempo es un metacrilato deforme, fusión de capas, lámina crónica y un fraile franciscano en sandalias, que los hay descalzos, que con su vara indica un pronóstico de tiempo. Delira el tiempo, no el hombre. Hace dos veranos. El siguiente fue un horror, por eso este Funes rememora el otro, falsario. Por no abordar, por cobardía, los hechos acontecidos aquel verano, fríamente, como se disecciona el vientre de la fría serpiente. Los hechos que tienen sentido, los hechos provistos de sentido que otros actores puedan aprehender, dotados de sentido. ¿Las acciones significativas o los hechos? Las acciones, provistas de significado, definidas correctamente o no, incorrectamente, y su resultante, los hechos, el hecho en sí. El interés, la pérdida de interés, los mecanismos de defensa del individuo para formar, transformar, deformar la realidad, y adecuarse a una nueva realidad deforme adquiriendo, ilusoriamente, una nueva forma, que no se deforma, sino que es y ha sido siempre informe. Aquello fue en 2009. Podría empezar este escrito nuevamente, todo sería muy distinto, y sin embargo, seguiría siendo el relato de un verano hace dos veranos. Y otros sucesos, que en este texto no han acontecido, se referirían, otros hechos, y sin embargo, la realidad es la misma, es caleidoscópica y fractal. Y no podría referir nada íntimo, ni mío ni de ella, antes preferiría un accidente mortal, o mejor, me arrojaría a una hoguera ardiendo, que es la expresión tradicional, pero no todo el mundo es así, como luego se pudo ver.

Empieza el verano, el tercer verano desde entonces. Las acciones están provistas de racionalidad, supongo. Son acciones orientadas por la razón, quiero creer.

Empieza el verano, este verano, y el objetivo es el bosque de Nalibocka. Para entrar por territorio alemán en territorio polaco, que dicho así me da la risa, porque sobre eso no hay pinos en Finlandia para toda la tinta que podría correr, desde Danzig, que llaman Gdansk, hasta los Cárpatos, Pomerania, Silesia… hasta Lemberg… ya nadie escribe de Lemberg, ni de Breslau. Breslau es hoy algo que sólo queda en la cultura judía, no sólo por el rabí Nachmann de Breslau, que ahora se llama Wroclaw, la ciudad, porque Rabbi Nachmann de Wroclaw no ha nacido, digo que es complejo llegar a donde pretendo ir, a Nalibocka, porque ahora es una foresta bielorrusa, y Lida, la mismísima Lida, ya no es Polonia, es Bielorrusia. Y Breslau, que siempre fue alemana, ahora es polaca, trasvasada la población de la Polonia oriental, por los rusos… así que voy al bosque de Nalibocka como otrora fui al cuartel romano en Yotvata, con un plano, con un plano de la excavación arqueológica de aquella excepcional ruina, y ahora, con el plano del asentamiento de la partida partisana de Tuvia Bielski, elaborado por Nechama Tec a partir de la información que diera Chaja Bielski, Viva Bielski, que sobrevivió a la Shoa. ¿Quedará algún resto del gueto de Lida, del que se fugó buena parte de la población de ese “Otriad”? El plano del asentamiento en el bosque emula, evidentemente, un Shtetl, una típica aldea rural judía polaca, una calle principal, a la izquierda, pasados los talleres, en la trasera de la cocina, se encuentra la sinagoga, y no sé qué queda de todo aquello, y no quiero pensar que me equivoque de asentamiento, y llegue al de los partisanos de Kesler, dentro y fuera del mismo Otriad partisano ruso. Nadie me espera allí, no hay mucho tiempo, sólo un verano. ¿ Y es racional que vaya yo al bosque de Nalibocka tras la ruina de un campamento partisano? ¿ Me sentiré como Caperucita? Eso estaría muy bien, aunque bien mariquita. Llevaré la mochila que encontré junto a un contenedor de basura en Tel Aviv, una Mc Kinley de factura vietnamita, sólo con aparatos, mi técnica, la ropa la compraré en el Oxfam de Stuttgart, para cambiar el fondo de almario (sic)… lo mejor del pasado verano fue el regalo del perfume Weekend de Burberry, bueno, no fue así, exagero, pero me gustó, y se acabó, ya se acabó. Si por Berlín, entro por Stettin (su nuevo nombre polaco es impronunciable, Szczecin, se impone que reciba urgentemente clases de eslavo…) y de ahí será fácil, vía Danzig, llegar hasta Bialistok, y de ahí a Lida, hacia Minsk… si no es por Berlín, no sé cómo empezar, y allí la echaré de menos, estoy seguro, aunque no quisiera, ojala no la echara de menos en el bosque de Nalibocka, porque, además, nunca la eché de más. Racional. ¿Racional, cuando uní la adquisición de una alianza en Gran Bretaña en 2009 con una bandera de cobre en forma de serpiente que flamea en el desierto de Sinaí hace más de tres mil años? La realidad es también un sumatorio de conductas irracionales orientadas por pensamientos arbitrarios, y falsarias y mágicas creencias. Lo oculto se manifiesta diáfano. Un teórico contemporáneo, francés, piensa así, y ha creado mucha polémica en la disciplina. Parece que es así, de hecho, podría ser sólo así. Aquella colonia de Burberry se acabó. Es un hecho, es así. Es una flaqueza impertinente sentir melancolía por ello, y sin embargo, también es así. Pasan los veranos… echando veranos para atrás, que dicen los viejos de los días, ¿qué tal, fulanito?, Ya ves, echando días para atrás. No sé si algún día relataré aquel otro verano de 2010, tan cercano y no sólo por ello, más difícil de olvidar. Bueno, guruguay, esta noche estaré en Baden -Wurtemberg, pero no he podido resistir la tentación. Cuando llegué a Gando, el antiguo Agando de los canarios, aparte de la sorpresa por la apoteosis triunfal del turismo gay en Gran Canaria, que es evidente, me fui a la tienda y compré la colonia de Weekend de Burberry y el mejor Stratus, tinto, por supuesto. Porque algunas veces, casi siempre, la melancolía se supera con una Visa. ¡Ah! Y otro pasaje, que perdido el vuelo de la TUI a Stuttgart, por confiar en la inepcia de las informadoras de AENA, me agencio otro boleto a Nüremberg, que sale mañana a la mañana… ya contaré como nos fue en aquel verano de 2011, que no ha hecho más que empezar.