Una debilidad, ¿una debilidad?

Por Manuel N. González Díaz

Reconozco que desde siempre, y va para cincuenta años, he tenido una, digamos, debilidad, si es que puedo llamar así a una atracción, casi irrefrenable, que supera mi voluntad, por las joyas, las piedras preciosas, el oro y, en menor medida, la plata. Imagino que deriva de la infancia, mi madre, Josefa María Olga, Z”L, recortaba información de gemas que guardaba en un sobre, en un cajón del armario de mi dormitorio, y cada cierto tiempo se sentaba conmigo y me la enseñaba, eso de muy niño. Admiraba, al enseñármelas, sus joyas, particularmente un collar, pendientes y anillo de topacio, siento una especial atracción por el topacio, aunque también por las esmeraldas, esmeraldas de Colombia y de Madagascar. Mi abuela, Asunción López, Z”L, lucía siempre un broche en la solapa de su abrigo, otra veces en su traje, con una esmeralda enorme, de especial valía, porque según mi madre, y ella, aquella esmeralda tenía “jardines”, esto es que a contraluz se podían observar unas vetas en el fondo, que formaban una suerte de enredadera florida, de un verde más obscuro y opaco que la piedra, más traslúcida. También me gustaba, cómo no, un viejo Omega de oro, pulsera incluida, que lucía mi padre, Manuel Roque, Z”L, que no era amigo de anillos ni collares ni joyas, y que sólo lucía cuando las cenas de gala del Club de Leones, que era cuando mi madre se vestía de princesa, ataviada con un abrigo de astracán no nato o con el de visón beige. En fin, que me parece que siempre he admirado esos detalles.

Me hubiese gustado que mi hija Cayetana se hubiese hecho joyera, varias veces insistí en si quería ir a estudiar a Amsterdam, a los talleres de diamantes, a su pulido y trato, me hubiese dado una alegría, aparte de el hecho feliz de que acabara casándose con algún judío, aunque fuera asquenazí… pero ha decidido estudiar disciplinas menos ortodoxas en Madrid, Derecho y Administración de Empresas, y su novio es goy… no sé qué quieren que les diga… De la familia, mi hermana Pepa siente la misma atracción por el mundo de las gemas preciosas, sin duda, de mis tres hermanas es la que más trató con mi madre, y de ahí le viene. De mi padre heredé, entre otras cosas, la pasión por el buen tabaco…

Cierto verano, estando en la casa de veraneo, entraron a robar en la capitalina, y la desvalijaron, y se llevaron todas aquellas joyas, y a mi madre sólo le quedó lo que llevaba puesto en Fariones cuando entonces, unos pendientes de oro y el collar, con la medalla de oro del Día de la Madre que había diseñado Pablo Picasso, y que llevó hasta el final de sus días, ah, y el reloj de oro que le regaló el rey Hussein de Jordania, por ponerle a su servicio ambulancia de Cruz Roja durante 24 horas duirante su estadías en la Isla de Lanzarote, donde tenía casa del rey que luego regaló a ese otro rey de España.

Por economía, por deseconomía, al tener que atender a los estudios superiores de cinco hijos, nunca pudo volver a adquirir más topacios ni esmeraldas ni brillantes, aunque estoy seguro de que le hubiese privado si hubiese podido. E imagino que de ahí viene mi debilidad, casi irrefrenable, así cuando viajo, al lugar que sea, mientras otros se dedican a no sé qué, yo, apenas visito el parque principal o los principales parques de la ciudad, que me atraen mucho los parques, la botánica y su diseño, me lanzo y me pierdo entre joyerías y escaparates, y cruzo calles y avenidas para verlos y verlas, así en Nueva York, en Sao Paulo o en Londres, en menor medida en Madrid, e incluso en ciudades del Tercer Mundo, siempre hay lugares donde se encuentran piezas admirables, recuerdo especialmente el oro en Dakar.

Hay un retrato de Schakespeare con un pendiente con un rubí en el lóbulo de su oreja derecha, creo que Drake lucía uno muy parecido. Yo no tengo agujeros en las orejas, pero no descarto que ya de mayor, de muy mayor, pueda terminar con un rubí colgando, y no lo hago ahora porque sería demasiado llamativo, y sé que no quiero llamar la atención, al menos de esa manera. Pero sí, la idea me gusta, y el pendiente me gusta mucho, su talla, engarzado en oro, es rústica, y la piedra, robusta y pulida, y de ese rojo que sólo la naturaleza reserva a esa gema.

Cada cierto tiempo me hago con joyas, que luego, no sé bien porqué, regalo, y siempre termino desprendiéndome de las mismas. Hay una vieja costumbre que tengo, y conservo con el paso de los años. Muchas veces las más bellas piezas las he encontrado talladas en plata, especialmente los anillos. Son raras pero las hay: anillos celtas, escoceses e irlandeses, galeses o de la vieja Inglaterra, con su filigrana anicónica típica, esos me atraen especialmente. Cuando veo alguno, que ya digo, no son tan frecuentes, lo adquiero, y luego de usarlo algún tiempo, lo mando reproducir en oro y después de usarlo un tiempo acabo desprendiéndome de el, dándoselo a alguien al que le tenga especial afecto, o donándolo para su venta en pro de alguna causa.

A principios de los noventa, estando sentado en mi escaño de diputado en el Parlamento de Canarias, un colega, diputado también, me dijo que parecía la Virgen de Candelaria porque cuando entonces, sin darme cuenta, se me habían acumulado los anillos en la mano, y sí, eran varios de oro, y sí, yo también encontraba aquel lucimiento excesivo, aunque tampoco estaba seguro de poder dejarlos en la habitación del hotel… pasan cosas extrañas en las habitaciones de hotel, y si no que se lo pregunten a Straus- Khan, así que por no estar seguro del posible hurto por parte del servicio, no los dejaba allí, y los lucía en los dedos, aunque esto no era, como ya dije, por influencia de mi padre, que nunca lució ninguno y sólo conservaba el anillo de casado en el bolsillo de su monedero.

Poco después, por aquel entonces, fui invitado por el Instituto de Antropología de París, de Attilio Gaudio, otro del Makhzen, a una conferencia en Chinguetti, Mauritania, a disertar sobre tribus beréberes de la Tamazgha, ese territorio que va desde la isla de Hierro, en las Canarias, hasta el oasis de Siwa, en Egipto, poblada por ese pueblo, los imazighen. Tiempo antes había conocido en Saint Rome de Dolan a Mohammed Abaye, un líder y representante del pueblo targui (Tuareg) de Malí, los de la zona del desierto del Azawad, en lo que fue el Pre-congreso Mundial Amazigh, a donde había sido yo enviado como representante de las Islas Canarias. En Francia me comprometí a ayudarlo en su causa. El Frente por la Liberación del Azawad, una guerrilla mal armada, apenas unos lanzagranadas y varios AK-47, que se desplazaban a toda prisa por las dunas del desierto, atacando y burlando al Ejército de Malí, de negros, incordiándolos. Como consecuencia de esos ataques y por la represión del Ejército de Bamako mucha población tuareg acabó refugiada en Mauritania, territorio al que entraron por Nema, de donde toman el nombre los nemadi, un pueblo beréber que vive todavía en el neolítico, anda semidesnudo, no está islamizado y se vale de la caza con arco, asistidos por perros, para capturar gacelas con las que subsistir. De esa zona se trasladaron, por presión antrópica a Nouakchott, y cuando llegué a la capital los encontré en las afueras, en un campamento, sin asistencia alguna y víctimas del hambre, empezaban a morir los niños de pura inanición. Me reuní con Mohammed Abaye, que lideraba el éxodo, y me relató lo sucedido. Me deshice de todos aquellos anillos para que los vendiera y podiera adquirir harina y gofio suficiente para acabar por unos días con el hambre y la mortandad infantil de su pueblo. La prensa refirió al siguiente día que ya había muerto una niña por esa causa el día anterior. Así que esa es una manera de deshacerme de las joyas, otras son menos filantrópicas.

En Polonia gusta mucho la joyería, el oro y los brillantes, y también la plata. El oro no es de excesiva calidad, 14 kilates, pero lo trabajan mucho, y tampoco la joyería es excesivamente buena, pero sí muy abundante, y abundan las baratijas. Muy probablemente hay más dinero y joyería de calidad en la calle Koenigs de Stuttgart que en toda Breslavia, la capital del Principado de la Baja Silesia, donde vivo ahora.

El pasado mes de julio, cuando visité por primera vez la antigua Breslau, ésta ciudad de Wroclaw, en castellano Breslavia, no pude frenar entrar en la tienda de un viejo anticuario, que al preguntarle por joyería judía sólo pudo enseñarme unas monedas de aluminio de viejo gueto de Lodz, de 10 marcos, de la ceca del Reich, y que no adquirí, porque todo aquello me pareció revulsivo, pero sí observé un anillo del siglo XIX, de plata, celta, de la Galitzia polaca, y otro día entré y fui diréctamente a por el anillo. Lo lucí durante dos meses. La pasada semana, a la vuelta del rectorado de la Universidad de Wroclaw, entré en una tienda de cazadores, que cuenta con armería y ropa, necesito una chaqueta de piel que me preserve del frío invierno, que aquí, en estas latitudes, alcanza los 20 grados bajo cero, y unas buenas botas que me permitan caminar por estas calles impracticables a esa temperatura, por el hielo y el frío estremecedor, que ya intuyo, así que entré en la tienda para mirar con cual de las chaquetas y botas hacerme. La tienda cuenta, en una esquina del fondo, con el viejo taller de un joyero, que ya había observado en la anterior visita. Hablé con él, entregué el anillo de plata y ese orfebre me hará una reproducción en oro, que me entregará el próximo viernes a la mañana.

Durante los pasados quince días he sufrido una cefalea horrorosa. Con ella he molestado, malentretenido, diría yo, a dos amigos de Facebook, Simy Benarroch, con la que trato de política y cultura judía, que ha sido depósito de mis quejas, y el Dr. Antonio Rodríguez Babiloni, de igual origen judío, que en ese apellido va más de medio Talmud, con quien traté de Roma, música y asuntos de negros de etnia wolof y serer del sur de Senegal, y a quien me atreví a consultarle a los diez días de puro dolor, todo por Inet. Mi madre me prohibía hablar de salud, y casi lo tengo por anatema, era de muy mala educación, me decía… pero el dolor ha sido tan fuerte, nunca antes así, que traté con ellos, con una me quejaba y con el otro consultaba. El Dr. R. Babiloni, luego de muchas preguntas y de referirle con mucho detalle todo lo cuestionado, y de ir a un estomatólogo de esta ciudad, un médico polaco, administrarme antibióticos y ordenarme Rayos X de la encía, por los dientes… aparte amenazar con desmontar los puentes de mi boca para ver dónde podría encontrarse una infección que provocara aquellos dolores, regulares y persistentes, ha descubierto el origen del mal, el hispano, de Castellón de la Plana, Dr. Babiloni (que todo no va a ser malo de esa España) y descubrió, conmigo -que no había reparado ni tenía la menor idea de que podría ser eso la causa- que había cambiado de cama y de almohada, y de postura, y de ahí, asunto tan simple, toda la cefalea… que ya ha desparecido, y que es lo que me permite, luego de tantos días y tanto dolor y tanto sufrimiento, poder escribir esta nota, que sólo he interrumpido dos veces para salir a fumar, ya les dije lo de la adicción por la nicotina, y paro a saborear una rica mezcla golden de la marca Djembe… cigarros de liar.

El próximo viernes, si D-os quiere, visitaré el viejo taller del joyero de la tienda de caza en Breslavia, y luciré mi nuevo-viejo anillo celta de oro, y me encuentro perfectamente, y muy contento. Gracias al doctor Babiloni, y a ustedes, por la molestia de haber acabado este relato no tanto frívolo como sintomático de buena salud… bueno ¿buena salud? A cualquier cosa llamamos buena salud, porque alguno pensará: “Éste no está muy bueno de la cabeza”. O sea, me salgo a fumar otro cigarro y mi hija… que anda con un goy… estoy como esas viejas abuelas, hablando solo…