Un deportista, un conductor de vehículos públicos, un político y sustancias prohibidas
Aunque este titular podría parecer el comienzo de aquellos chistes de otra época
que comenzaban por “estaban un francés, un ingles y un español..........” la realidad
es que mientras eso no dejaba de ser un chiste con más o menos gracia, de lo que
vamos a escribir ahora es un drama en toda regla con diferentes repercusiones
dependiendo de quien sea el descrito.
Por empezar de menor a mayor en cuanto a la repercusión que, para la sociedad,
tienen estos tres grupos sociales, el deportista será el primero de ellos.
Este grado de importancia va en función exclusivamente de las repercusiones
políticas y de sus sanciones, ya que en otro orden tengo muy claro que prefiero mil
veces encontrarme delante de un político drogado que de un conductor borracho.
Cuando un deportista de alto nivel consume sustancias ilegales lo único que
consigue es, primero hacerse daño a el mismo, segundo al equipo que le paga
sustanciosas cantidades de dinero por jugar en el y tercero a los aficionados de su
equipo que ven como sus expectativas deportivas se van al garete cuando se le
descubre que ha hecho trampas.
Ejemplos, por desgracia, tenemos muchos en cualquier disciplina deportiva y de
cualquier nacionalidad.
Las sustancias que estos consumen hacen que la competición se adultere y refleje
resultados falsos. Resultados que si no fuera por este consumo ilegal no se darían
en las disciplinas practicadas. Son tramposos a los que la ley pilla, cada vez con
mas frecuencia por el bien del deporte.
Su castigo, ademas de la deshonra publica y el escarnio al que son sometidos,
consiste en su inhabilitación por un periodo que va en función de la sustancia
consumida y las veces que les han cazado.
El segundo en importancia es el del conductor de vehículos públicos, guaguas,
trenes, aviones, taxis, etc. En este caso la importancia del consumo de sustancias
prohibidas crece en la medida que las consecuencias son infinitamente mas graves
que en el caso del deportista.
Son personas que tienen seres vivos a su cargo. Son ciudadanos de los que
dependen las vidas de muchas personas, no solo las que lleva en su vehículo sino las que viajan en otros que se ven afectados por su irresponsabilidad.
Su castigo, en caso de que cometan alguna infracción, accidente o siniestro,
conlleva la retirada del carnet para que no puedan volver a conducir en una
temporada y, en los casos graves, la reclusión en un centro de “rehabilitación
estatal”.
El consumo de sustancias en este tipo de personas afecta a la vida de los demás, al
contrario que el de los deportistas que solo afecta a su propia vida.
El tercer caso es el de los políticos. Este es el mas peligroso por cuanto es el único
de los tres que no esta penalizado al no haber controles estipulados en los que se
les puede descubrir ese consumo.
Los efectos que el consumo de alguna que otra sustancia, muy extendida entre la
clase política, tienen en estos personajes, hace que su mente se altere
considerablemente, les hace creerse semidioses, seres superiores dotados de una
inteligencia artificial muy por encima de la media, unido a una prepotencia, soberbia
y desprecio por los demás que raya lo paranoico.
A los políticos que consumen estas sustancias se le ve de lejos. Se les nota en sus
actitudes ante las dificultades, en sus reacciones cuando las cosas no transcurren
como ellos las tienen planificadas y, en definitiva, cuando alguien les demuestra
que de semidioses nada, de seres superiores menos aun y que la prepotencia, la
soberbia, la altanería que ponen de manifiesto día si y día también, los demás la
combatimos con la inteligencia, el raciocinio y la ética.
Las repercusiones que para la sociedad tienen estos personajes públicos son, a la
larga, mucho mas dañinas, nocivas y perniciosas que las de los dos grupos
anteriores. Las decisiones tomadas por personas con las facultades mentales
alteradas por el consumo de sustancias ilegales tienen una repercusión a todos los
niveles de la sociedad, sea cual sea su estatus.
En un control antidoping descubrimos al deportista tramposo.
En un control de la Guardia Civil o Policía que lo haga, descubrimos al conductor
irresponsable.
Pero, ¿y como descubrimos al político consumidor?
Lamentablemente en la historia de la política patria todos conocemos a muchos que
hacen uso de estas sustancias para camuflar su ineptitud, su falta de moralidad, su
ausencia de ética, su absoluta incapacidad para dirigir los destinos de los
ciudadanos que un día decidieron confiar en que el era el mejor de la clase. El problema es que no tenemos medios para descubrirlos y ponerlos en la picota
pública. Si los denunciamos, los mal parados somos nosotros. Si hacemos público
su nombre los que acabamos en la residencia estatal para rehabilitarse seriamos
nosotros, ya saben, difamación, calumnias e injurias por no poder probar algo que
todo el mundo sabe a ciencia cierta.
En definitiva, que una vez mas y ya son demasiadas, la clase política es la gran
beneficiada de la ausencia de controles que les impida ejercer su actividad sin
recurrir a estas sustancias prohibidas, prohibidas para todos menos para ellos.
¿Es justo que un deportista altere la competición haciendo trampas? Si le pillan lo
paga.
¿Es justo que un conductor de guaguas, un piloto de aviones, un conductor de tren,
etc, ponga en riesgo vidas humanas por conducir en un estado que altera
claramente sus facultades físicas? Si le pillan lo paga.
¿Es justo que un dirigente político tome decisiones, lleve a cabo actuaciones
publicas y otras funciones propias de su cargo con las facultades mentales
alteradas por el consumo de sustancias ilegales? Al contrario que a los otros dos
ejemplos, a estos nada de nada y quien paga sus actuaciones somos los
ciudadanos.