Un tercer grado sustancioso

Por J. Lavín Alonso

En el cine y en las novelas de la serie negra, que tuvieron su época de esplendor en las décadas de 1940 y 1950, aparecía con frecuencia la expresión “tercer grado”, aplicada a un particular y muy duro método de interrogatorio nada ortodoxo, que se aplicaba al malandro o al pandillero de turnio para que “cantara” lo que sabia. Algunos ejecutores de tan singular método de refrescar la memoria y soltar la lengua resultaban tan hábiles en el cometido de dichos interrogatorios que el encartado en cuestión acababa confesando que también había matado a Tutankamón, o había participado en la conspiración contra Julio César. Estas habilidades, de dudoso honor, también las compartían algunos esbirros de la dictadura para obtener similares resultados de presos políticos, casi siempre honrados ciudadanos que solo aspiraban a un mundo mas libre.

El género negro en cuestión: las novelas de quiosco, tipo “pulp fiction” y las películas, llamadas también de “gangsters” o “poliacas”, era el vehiculo de expresión por excelencia del mundo del crimen organizado y su tenebroso entorno. No es de extrañar, por tanto, que la expresión “tercer grado” tenga ciertas connotaciones peyorativas y se aplique comúnmente, en cualquier aspecto de la vida diaria, a ciertas actitudes inquisitivas en demasía.

Existe otra forma de “tercer grado” sin relación directa con el anterior, pero teniendo curiosamente en común su relación con delincuentes, presuntos o convictos: el penitenciario, cuya aplicación en el caso del antiguo preboste del felipismo, condenado en firme por secuestro y desfalco de dineros públicos, no deja de tener ribetes de escándalo político de considerable envergadura, de aplicación esperpéntica de dicho grado, siendo, al parecer, la causa alegada para tal trato de favor, el sufrir depresión, al estar solo en un módulo, en razón de cargo ostentado por el sujeto en su día.

La concesión de tal privilegio supone, al decir de los expertos, un agravio al principio de prevención general positiva, ya que la imposición y cumplimiento correcto de las penas es imprescindible para afianzar la vigencia de las leyes y su carácter ejemplarizante. Además, en el caso concreto que nos ocupa, hasta ahora no ha habido el mas leve atisbo de intento de devolución de la pasta gansa que se “evaporó”, sobre cuya cuantía, si hacemos unas simples operaciones aritméticas y consideramos la parte alícuota de la misma en relación con el tiempo pasado en el trullo, le sale al interesado la bonita cifra de casi 25 millones de las añoradas pesetas por mes de estancia, negocio redondo donde los haya. En cuanto a lo de la depre, poco estimado D. Rafael, a cualquiera que esté en la trena le puede ocurrir el tenerla. Es algo que sucede, y punto. Para eso están los ansiolíticos y los tratamientos por especialistas. Claro, que si se trata de silenciar bocas y comprar voluntades con favores especiales, demostrando así palmariamente que ante la Ley unos son mas iguales que otros, pues ni modo, que diría Cantinflas.