Supongamos que hablamos de despedidas y de enseñantes

Por José Perdomo Fernández

Ayer, la Consejería de Educación Cultura y Deportes de nuestra Comunidad ha querido rendirnos, en el acto celebrado el pasado 28 de noviembre con ocasión de nuestra jubilación, un cordial y cariñoso homenaje que agradecemos, como agradecemos la presencia de todos los que allí nos acompañaron: autoridades, compañeros y amigos.

Hoy, cuatro meses más tarde y por iniciativa de la Vicedirectora del IES Blas Cabrera doña Rosa Vera, algunos de nuestros excompañeros de éste y otros centros educativos, han querido en esta entrañable y emocionada velada unirse al adiós y suerte con que Rosalía, Alberto, Censa, José Luis y el que les habla nos despedimos Por todo ello y también por estar aquí, gracias.

Un homenaje es en sí mismo un acto emotivo, cargado de afectividad, donde la nostalgia y los sentimientos afloran con nitidez, (sobre todo por nuestra parte y la de nuestros familiares y amigos), donde el respeto se funde con la admiración y el reconocimiento entre los que nos hemos ido y los que se quedan. Pero además debería ser una forma de reconocer que nuestro trabajo ha sido realizado con dedicación, entusiasmo y comprometido con el conocimiento, la cultura, los valores y las actitudes. Por ello vaya, para todos los que han dejado la enseñanza activa, mi enhorabuena y mi reconocimiento hacia la labor desarrollada con la esperanza y el deseo de que el sosiego sirva para desenterrar proyectos olvidados e iniciativas no realizadas capaces de generar interés y despertar ilusiones.

Desde aquí y en recuerdo de todos los profesionales, que han consagrado una buena parte de su vida a la enseñanza en nuestra isla, personalmente quiero manifestar el profundo respeto que me inspira el trabajo, la dedicación, el deseo de enseñar y educar honestamente, el afán de perfeccionamiento y la labor que realizan los compañeros docentes.

Sabemos de la evolución que la enseñanza ha sufrido en los últimos años y también de sus luces y de sus sombras. Los recuerdos nos hablan de dotaciones de espacios y materiales escasos, de sinfines de obstáculos suplidos con grandes dosis de ilusión y entusiasmo. El devenir del tiempo, los cambios sociales y políticos que subyacen en todas las reformas educativas nos han permitido vivir, como protagonistas, las grandes transformaciones que en el terreno educativo se han operado tanto en nuestro país como en nuestra comunidad y hemos sido capaces de evolucionar y adaptarnos a las nuevas necesidades y exigencias que puntualmente demandaba nuestra sociedad.

Conocemos que se han escrito y que se escriben poemas pedagógicos, desde el compromiso, la convicción, la alegría o la desesperanza en muchos de nuestros centros escolares, por anónimos docentes que saben muy bien lo que tienen entre manos y cuál es la finalidad de su trabajo, que por conocer sus dificultades buscan soluciones a sus problemas en el aula aplicando muchas veces métodos pedagógicos y estrategias didácticas sacadas de su patrimonio personal.

Los noticias, casi a diario, que publican los medios de comunicación hacen referencia a la pérdida de la necesaria autoridad del profesorado; al crecimiento del número de bajas docentes por depresión y estrés; al alto fracaso escolar y rechazo a los aprendizajes; a situaciones de violencia física en las aulas y deterioro de la convivencia en los centros; a edificios ruinosos y en mal estado, etc. Por lo general se habla de lo excepcional y de lo crítico, pero apenas se hace referencia al trabajo que realizan los enseñantes.

Somos conscientes de que el paso de los años erosiona, desgasta y merma el entusiasmo inicial, resentido por la precariedad de medios, los cambios educativos y la incomprensión de diferentes sectores sociales, pero sería de justicia reconocer a los profesores, más aún a los que llevan algunas decenas de años, una profesionalidad digna de toda alabanza. Este reconocimiento debería contemplar la consideración social de la tarea llevada a cabo y a las dificultades que su desarrollo conlleva con las nuevas enseñanzas.

Una radiografía de nuestra enseñanza nos mostraría un discurso oficial bien ordenado y justificado en torno a alumnos, profesores y programas, frente a la cruda realidad que nos muestra sus desajustes con voces cada vez más discordantes. Voces de enseñantes desconocidos, (no salen en los medios de comunicación, no escriben sobre los currículos, no investigan con microscopios cognitivos y no están en las nóminas de los amigos del poder o en las de los amigos de la oposición), que tratan de hacer lo mejor posible su trabajo para formar a sus alumnos con rigor, que les transmiten ilusión e inventan para corregir sus errores y potenciar sus virtudes. Enseñantes que consideran su experiencia como un aprendizaje en las relaciones humanas. Vaya para todos ellos mi mayor consideración y respeto.

Como reconocemos el impulso que se intenta dar a la formación en conocimientos, actitudes y en valores ante la conciencia y la alarma social que produce su deterioro, nosotros desde aquí pedimos un mayor compromiso de todos para recuperar una educación que nos permita acercarnos a una sociedad más justa, más libre y más solidaria porque de lo contrario podríamos convertimos en cómplices de potenciar un modelo de sociedad más caótico y deshumanizado

Se palpa una creciente sensación de cansancio entre los docentes, responsabilizados de todo y acosados por todas partes. Estamos ante un cambio social tan acelerado que no disponemos de un tramado conceptual para evaluarlo, y menos aún para sopesar su impacto en la construcción de la identidad de individuos que buscan en las aulas un principio para sus incipientes biografías. Se afirma que la información es ahora la mercancía más valiosa, el factor decisivo para ganar la batalla de la competitividad. Se consolida una confusión grave entre proceso de información y proceso de conocimiento que desvirtúa el propio carácter educativo.

Sobre ese ácido abono moral, la convivencia escolar, hoy con problemas nuevos e imprevistos, se corroe y aumentan las conductas reprobables. Sin autoridad ni sanción no es educable quien no quiere aprender. Por otra parte la enseñanza secundaria necesita hoy con urgencia su puesta al día. No hay soluciones simples o mágicas. (Los conservadores optan por la nostalgia y los progresistas están desconcertados). No hay vuelta atrás, pero es muy difícil afrontar el futuro. Se hace necesario que el profesorado más concienciado, desgastado por el malestar, reflexione acerca de las razones globales de la crisis de la secundaria, plantee sus condiciones y busque nuevas alianzas en la sociedad. Debemos escuchar sus reflexiones, exigencias éticas, de recursos y de reorganización interna. Es preciso que la secundaria haga cuanto antes su propia renovación pedagógica ya que cuando la sociedad cambia tan profunda y radicalmente, los ideales educativos envejecen rápido, plantean nuevas dificultades al aquí y al ahora y se hacen casi inaplicables ante las imprevistas y nuevas realidades.

La reivindicación de la imagen del profesor y el sentimiento de orgullo que se deriva de ejercer una profesión imprescindible, que por su carácter de cotidiana corre el riesgo de pasar inadvertida y de ser injustamente valorada, debería ser una reflexión a tener en cuenta por todos los sectores sociales. Por todo esto suscribo lo que, hace ya algunos años, manifestaba Fabricio Caivano: “la educación necesita de modelos morales y éticos, de modelos y actitudes a imitar que hoy desgraciadamente no tiene. Educar hoy es una tarea de héroes en medio de ese acelerado proceso de lo lúdico y permisivo, de desinhibición moral y de elogio de la ignorancia, de ruido y miedo. Los centros escolares respiran el clima de su tiempo, el aire de su ciudad y cómo no los gases de su subsuelo”.