Sentencia machista
Yo no sé, porque entre otras cosas no estaba allí, si Cristina de Borbón sabía o no sabía de las andanzas de su ilustre marido, Iñaki Urdangarin.
Yo no sé, aunque tengo la certeza de lo contrario, si esta buena señora se enteraba de que el dinero que manejaba el ex Duque empalmado era de una más que dudosa procedencia, más que nada por los métodos que empleaba para conseguirlo.
Pero lo que si tengo claro es que la sentencia que han emitido las tres juezas encargadas de hacerlo es una confirmación de que a esta sociedad, la española, por las razones que sean, el estigma del machismo le va a costar mucho más de lo razonable quitárselo de encima.
El tufo que deja la misma sobre la implicación de los poderes fácticos y su capacidad de influir subliminarmente en determinadas decisiones judiciales, es algo que clama al cielo de la honradez de quienes están encargados, por mor de las elecciones patrias, de impartir una justicia que se demuestra absolutamente injusta y clasista.
Manifestar, vía sentencia judicial, que la buena de la Infanta no se ha enterado de nada y que todo lo hizo por amor, es considerar a la sociedad española inculta, inocente, sumisa y otros calificativos de similar calibre o incluso peor.
En pleno siglo XXI, que se llegue a cuestionar determinadas actuaciones mercantiles ilegales como un acto de amor y fe es demostrar que, o se está en otro mundo paralelo o que por mucho que avancemos en otros aspectos de la realidad patria, nuestra sociedad siempre tendrá el estigma del machismo a cuestas.
Cristina de Borbón, Infanta de España por obra y gracia del Caudillo, el cual, en un acto de absoluta arbitrariedad, decidió que su padre, el hoy Rey Emérito, fuera el Jefe que nos guiaría en el tortuoso sendero de la democracia, es una mujer a la que la formación universitaria y ciudadana no la es ajena. Es más, por su formación está infinitamente más preparada que su esposo amantísimo, el cual, todo lo que tiene de alto y guapo lo tiene de torpe, incompetente y, una vez sentenciado, de delincuente.
Es una mujer con estudios universitarios, educada desde pequeña en los mejores colegios privados de este país, una mujer que ha tenido a su alcance todos los medios habidos y por haber, para ser un referente público para el resto de las mujeres que moran nuestra amada patria.
Bueno pues resulta que no. Resulta que toda esta formación no solo no la ha servido de nada sino que además es una eximente a la hora de justificar su actuación como socia de su marido.
Ya esta juzgada y absuelta, bueno con la pena de pagar unos dineritos como beneficiaria a titulo lucrativo de las chapuzas del fenómeno y su socio.
Vivir en una casita de nueve millones de euros, vacaciones en la nieve, chicas de servicio a su disposición y un sinfín de privilegios a su alcance, es algo que lo ha tenido por amor.
Las excusas que ha venido esgrimiendo a lo largo del proceso judicial son tan peregrinas que yo pensaba no colarían ante un tribunal.
Pero una vez más me equivoque. No solo han colado sino que han calado en las opiniones, patéticas, de algunos ilustres dirigentes políticos españoles, para los que la sentencia se ajusta a derecho y certifica el machismo que no nos deja avanzar.
Desde el Gobierno se hace hincapié en que no ha habido ningún tipo de interferencias ni influencias a la hora de plantear el caso en el juzgado de Palma. Y yo voy y me lo creo. Desde el momento en el que el Fiscal del caso, el Sr. Horrach decidió que en esta historia la Infanta no debía ser protagonista, la mano que mece la cuna agitó cuantas mentes pudo para llegar a buen término. La mujer de Torres si pero la de Urdangarin no.
Yo tengo claro que si algún día llego a casa y le digo a mi mujer que nos mudamos a un palacete de la zona alta de Barcelona, a Pedralbes donde los ricos catalanes tienen sus chozitas, lo primero que me diría es “pero cariño, ¿con lo que ganamos nos da para tanto?”. Y si además de eso, la digo que nos vamos a auto alquilar la casa, que vamos a contratar al personal de servicio a nombre de una sociedad que tenemos a medias, que les vamos a pagar en negro y que, por si esto no fuera suficiente, la voy a dar una tarjeta visa para que gaste en lo que más la guste que la empresa paga, mi amantísima esposa me buscaría, inmediatamente y sin más dilación, un buen gabinete psicológico para que tratara mi, más que evidente, estado mental.
Claro, eso mi esposa o la de cualquiera de vosotros, pero no la hija del Rey. Ella en su inocencia y en la confianza depositada en el Duque, ni cuestionó nunca el de donde, ni el cómo, ni el cuándo de esa fortuna. Le ama y eso es más que suficiente para ni cuestionar, ni preguntar absolutamente nada.
Lo malo de todo esto es que los políticos que justifican esta actitud todavía no se han dado cuenta que el ciudadano ni es tonto, ni tan inocente y sobre todo, que con dos neuronas en su sitio nos damos cuenta del por qué de lo que ha sucedido.
Tenemos una monarquía impuesta, en la que el Rey reina pero no gobierna, una monarquía que se ha pasado por el forro de los bemoles todos los posicionamientos morales llenando de escándalos, incluso sexuales, las páginas de los periódicos nacionales e internacionales, una monarquía que cada paso que daba justificaba cada vez más la opinión de los que pensamos que esta de mas, que en una sociedad como la nuestra mantener esa estructura no tiene el menor fundamento.
Y además de esto, que ya de por si es serio, todavía se permiten el lujo de afirmar que uno de sus miembros, miembra en este caso, no se ha enterado de nada, no ha influido en nada, no ha condicionado las actuaciones societarias de su marido de ninguna de las maneras y que todo ha sido producto del amor tan intenso que profesa y profesaba por él.
Si esto no es una declaración del machismo mas exacerbado que existe, que baje Dios y lo vea.