“Nuestro” Don José y el Hospital General
Por Ramón Pérez Hernández
Bienvenida la presentación en el Parlamento Canario la “Proposición no de ley” solicitando designar el Hospital General de Lanzarote que depende del Gobierno de Canarias, con el sugerente nombre de “nuestro” Don José Molina Orosa, el Médico Misionero de Lanzarote, célebre Hijo Predilecto de la Isla, motivada por la propuesta D. Manuel Fajardo Palarea a la Mesa de Sanidad y al Pleno del Cabildo, aprobada por unanimidad y emitiéndose “Declaración Institucional” sobre tan emotiva cuestión.
Origina el presente, mi ferviente deseo de unir mi granito de arena a tan sensible y acertadísima iniciativa; por tanto suplico al Parlamentario Regional D. Manuel Fajardo Palarea para que cuando defienda la Proposición en el Parlamento, implore a los otros Parlamentarios el si para tan merecido homenaje, revelando a sus compañeros D. Manuel, por favor, que cuando “nuestro bendito Don José” ejerció la medicina en este “abandonado” espacio de canarias, lo hizo con infinito amor y plena entrega científica a sus semejantes y especial dedicación a los más pobres, la mayoría; que luchó denodadamente contra viento y marea (y frente a los políticos insensibles, que haberlos los hubo -“no entendían la brava lucha de D. José por esos desarrapados...-”) desde 1910 hasta 1950 para lograr el digno Hospital Insular por el que siempre batalló para “compartir medicina” y atender a los lanzaroteños con la “dignidad que merecíamos”; que nunca, tanto de día como de noche, abandonó el lecho de “sus enfermos” hasta curarlos; que muchas, muchísimas veces, no solo recetó, sino costeó de su exiguo bolsillo medicinas para los más desposeídos, y que de los “pagos” que recibía en especie, a “sus enfermos desheredados” les ‘recetaba' aves de corral para ‘curarles' el hambre que soportaban; que solo o casi solo, tenazmente, sin medios y pocos medicamentos, en el Hospitalito de Dolores -hoy casa de la ejemplar Caritas- atendió, operó, curó y sanó, con una calidad científica y amorosa insuperables, a miles de lanzaroteños, sin pedir nunca nada a cambio. Diga a sus compañeros, se lo ruego, que los miles de chinijos de Arrecife los sábados y domingos, cuando en los eriales del pueblo (más del 80% de su territorio eran terrenos libres) en tropel jugábamos al ‘fútbol', a la ‘lucha canaria', ‘al boliche', a ‘los trompos', ‘al palo', a la ‘piola' al ‘coge y deja', al ‘quemao', al ‘teje', al ‘chichiriboy de los pies a la cabeza me voy', al ‘espadeo'... de repente, todos, instintivamente, expectantes, respetuosos, nos íbamos quedando quietos, situándonos firmes, sin movernos... porque en lontananza se divisaba el familiar coche del médico D. José y, que sólo, cuando el respetable médico entraba en la casa del paciente, era cuando al unísono explotaba la entusiasmada fuerza de los juegos infantiles prodigiosamente suspendidos. Al salir el Doctor de la casa del enfermo, lo mismo, todos firmes al estilo de una trascendental revista militar, que no cesaba mientras el coche de D. José no desaparecía en la lejanía. También D. Manuel, que cuando el medico misionero entraba en nuestras casas, a calmar a nuestras ‘extenuadas' madres (¡pobrecillas; cuanto sacrificio y entrega!), siempre ocurría lo mismo: portentosamente, nuestras queridas madres se aliviaban con la sola presencia, con la milagrosa palabra del santo varón Dr. Don José Molina Orosa y, nosotros, los impresionados hijos -chinijos asustados-, batallábamos por el privilegio de ser el primero en dar al intocable médico, el blanco jabón, o la inmaculada toalla blanca, que las casas de los pobres siempre teníamos dispuesta en la bonita lavadera de madera con fina palangana, para el médico; y él, que era muy cariñoso con nosotros, mientras se lavaba las manos, nos guiñaba sus sonrientes ojos, y al final, como despedida, no tocaba con sus nudillos la frente, cariñosamente, momento en que nosotros, felices de tal trascendental acontecimiento, cerrábamos los ojos y ¡oh milagro!, de repente, surgían en nuestra infantil y acelerada mente, multitud de luminosas y felices estrellitas que nos emocionaba vigorosamente. Diga también D. Manuel, por favor, que Dª Maria -la propietaria de la Casa E'Cura de Haría- feneció a los 45 años, y certifico su defunción el médico rural, y que D. José, el médico milagroso, a petición del esposo de Dª Maria, le recetó una medicina salvadora que la hizo revivir. Por eso, Dª Maria, en una entrevista que le hizo el maestro de periodistas D. Agustín Acosta Cruz, cuando Dª Maria tenía 90 años, afirmó: ¡Primero Dios y después D. José Molina!.
Y dígale también a sus compañeros del Hemiciclo Canario, con brío por favor, que en los primeros meses de 1966 -año en que el Ilustre D. José falleció a los 83 años- un paciente nonagenario del pueblo de Haría, requirió su asistencia por encontrarse malito. D. José se desplazó a Haría para atenderlo; al entrar en la casa, un hijo del aquejado le dijo: “espere D. José, que bajamos a mi padre del Sobrado” [habitación en 2ª planta, con acceso mediante escalera muy inclinada, difícil de remontar, y menos por el médico que padecía un defecto físico en una pierna que le imposibilita subir la empinada escalera], y D. José exclamó: ¡alto, no muevan a ‘mi enfermo'!. ¡Traigan una soga y súbanme! Así lo hicieron, recetó al nonagenario, que le pervivió 5 años, y lo bajaron... con la misma soga.