Los soldaditos de Juan
Por Mare Cabrera
De vez en cuando una encuentra casos personales, vivencias ajenas que hago propias por su dramatismo, curiosidad o capacidad de emocionar. Me pasó hace algún tiempo cuando tuve oportunidad de conocer a una madre joven y de pocos recursos con un hijo al que se le suponía trastorno de espectro autista o funcionamiento autista. La tutora del niño se había reunido con ella hacía poco para explicarle las conductas que había observado en el pequeño, al que llamaremos Juan. Poco expresivo, aislado en clase, tímido, retraído, sin más interés que sus pequeños soldaditos, juguetes que parecían ofrecerle toda la distracción que necesitaba sin contar con los demás.
Estaba preocupada esta madre, soltera y única responsable de Juan. La palabra autismo produce un impacto al oído, se le supone un carácter de irrecuperable que asusta, por eso se evita en las primeras reuniones con los padres de los niños en los que se observan características relacionadas con este trastorno. No facilita el diagnóstico la inexistencia de marcadores biológicos o la levedad de los primeros síntomas, ya que puede deberse simplemente a una timidez excesiva en el mejor de los casos.
Un camino arduo el que se le presentaba a Juan y a su madre. Mucho trabajo por delante para conseguir sacar a flote todo lo mucho y bueno de un niño que no lo necesita compartir con los demás. No tiene siquiera la idea primitiva de "madre" en su cabeza. En cambio, siente vacío, impotencia y miedo a desaparecer, a no existir. Lo que algunos autores llaman "ansiedad catastrófica". Dos palabras terribles que se unen para convertirse en dramáticas.
Tiene suerte este niño de tener una madre como la que tiene y viceversa, de tener unos maestros implicados en su intervención, un equipo psicopedagógico que se ocupa de potenciar lo que tiene dentro. Según me cuenta, cada vez está más dispuesto a compartir. Una sonrisa de Juan vale un tesoro.