La necesidad de un cambio
Por Lorenzo Olarte Cúllen
Dije en cierta ocasión que me sentía mas que legitimado para dar de vez en cuando algún consejillo a quien a la sazón, como Juan Fernando López Aguiar, era “Ministro-candidato”.Desde la mayor humildad, pero también merced a la experiencia de un veterano que, como yo, por razones de edad, podía ser su padre, quien fue compañero de colegio y gran amigo de la infancia y a quien tuve como ejemplar funcionario en el Cabildo por mi presidido. Aunque sea la última vez que lo diga, vuelvo a repetirlo: Nunca lo olvidaré. Hace unos días Juan Andrés Melián y yo -otro entrañable amigo y compañero- lo recordábamos con especial cariño.
Sobre los hombros de López de Aguilar pesó hace meses la enorme responsabilidad derivada del ejercicio de su cargo de Ministro de Justicia -Notario Mayor del Reino- que ostentaba, de lo que cualquier canario, por razón del paisanaje, incluso ubicado en distinta fuerza política, debía sentirse satisfecho. Pero simultáneamente llevaba sobre si la carga adicional de la candidatura presidencial por el PSOE, a mi juicio estéticamente incompatible con la cartera de Justicia, aunque por ministerio de la ley no lo fuera. Una incompatibilidad que, de no dimitir nuestro paisano, tan solo Zapatero a la mayor brevedad debía y podía impedir que subsistiera, aunque pese a ello se prolongó mas de la cuenta, ubicándolo mas tarde, contra su voluntad, como candidato -que fracasaría en el empeño de otros, por lo tanto, no en el suyo...- a la Presidencia de la Comunidad Autónoma de Canarias. Que es algo más que la del Gobierno, en lo que ojalá el flamante Presidente Rivero sea capaz de distinguir adecuadamente.
Censuré públicamente a Juan Fernando porque en momentos estelares de su actividad ministerial no se distinguía precisamente por su mesura verbal, por cuya razón un amplio sector de la opinión pública, aunque por pura ignorancia, venía señalándole con su dedo acusador como “el Ministro de los Jueces”, que eran los que estaban conociendo de numerosos actos realizados en varias instituciones por numerosos cargos públicos no socialistas y que, al contrario que los fiscales, que quieren desembarazarse de ella, no tenían la menor relación ni dependencia, ni directa ni mediata, con el Ministerio de Justicia.
Dije también -e insisto en ello- que la opinión pública muchas veces se vuelve cual boomerang contra quienes quieren conformarla a su conveniencia, por lo que tanto los encartados y sospechosos de la comisión de feos delitos, como los líderes de las respectivas fuerzas políticas que les arropaban, venían señalando reiteradamente al entonces Ministro, aunque no lo fuera, como motor de aquellas acciones policiales, fiscales y judiciales, señalamiento -decía yo y también en ello insisto- que no era bueno para nadie. Ni para las instituciones, ni para el Ministro, ni para su propio partido. Ni para la sociedad, que no gusta de que se meta a nadie en calabozos o en procesos judiciales merced a previos “estímulos” desde las alturas políticas, en lo que yo no creo, entre otras cosas porque no quiero creer.
Si como Ministro debió ser un ejemplo permanente de prudencia y probidad en el verbo y el actuar, el mejor consejo que puedo darle, ahora que no lo es, es que se comporte siempre como un “ex”; que analice en conciencia el uso que hace de una locuacidad que indudablemente posee, de difícil parangón en el verbo, por brillante, pero excesivamente agresiva por los mil y un “descalificativos” con los que innecesariamente a menudo -casi siempre- suele “adornarla”(?), y que relativamente permisible durante una campaña electoral, terminada ésta debe caracterizarse siempre por la capacidad de diálogo, la tolerancia y la moderación, viendo siempre a quienes representan a “la otra parte”, no como “enemigos” sino como “adversarios”. Si en ello no es posible consensuar nada. Y el consenso lo necesita nuestra sociedad como agua de mayo.
Que tome ejemplo de Jerónimo Saavedra y José Miguel Pérez, por ejemplo, entre otros muchos hombres y mujeres de talante similar con los que por fortuna cuenta el PSOE.
Que borre de su diccionario habitual muchos de los adjetivos innecesarios, siempre descalificativos, que utiliza. Que se muerda la lengua -que aunque algunos lo digan, no se envenenará- para no extrapolar a nuestra tierra canaria la división foránea actualmente existente.
Que de una vez se de cuenta con humildad de que aunque su Partido haya sido el más votado en algunas instituciones, ello no comporta ni haber ganado las Elecciones, ni tener que gobernar forzosamente en las mismas. La Presidencia, que perdió, es un ejemplo; el Cabildo Insular de Gran Canaria, donde ganó Soria, aunque ”a sensu contrario” no deja de ser otro buen ejemplo. Y según la tesis del “señor López” -como le llamaban reiteradamente sus contradictores en el Pleno de la Investidura pauliana- Soria debería ser el actual Presidente cabildicio.
Que recuerde siempre, pues, como supuesto de normalidad democrática, que otros fueron los superiores en el sufragio popular y sin embargo después tuvieron de ceder el Poder al ser derrotados en buena y limpia lid democrática. En Canarias y fuera de Canarias.
Que deje de comportarse como “el primero de la clase”. Y que no se sienta perseguido ni masacrado injustamente porque aunque haya sacado siempre matricula en todas las asignaturas en una, a mitad de tu carrera, le dieron un sonado suspenso. Y además en toda la cresta. Acaso no por méritos de otros sino por deméritos propios, que es lo mas triste de todo.
Si recapacita, si se decide a dejar de ser el Soria de ayer pero corregido y aumentado y en clave socialista, puede superar el reciente suspenso obtenido en la próxima convocatoria. Pero si se empeña en seguir siendo el de siempre y en no cambiar, renunciando a atemperarse al talante de los canarios, pretendiendo que sean los demás quienes se atemperen al suyo, porque cree ser el mas guapo, el mas alto, el mas preparado, el mas inteligente y el mejor.... no solo no aprobará sino que no terminará la Carrera. Y en su carrera habían confiado muchos en su día, aun no siendo socialistas. Incluso yo. Yo, que aunque solo sea por haber sido leal amigo de su padre y mayor, mucho mayor que él, me siento legitimado para darle un buen consejo.
Y, aunque seas agnóstico, Juan Fernando: Si no por amor a Dios, por amor a nuestra tierra, no des lugar a que se instale en la misma la crispación. Esa crispación que, por haberse instalado ya en España, tiene a la Patria que tanto quieres profundamente dividida.