Formas de decir las cosas
Por J. Lavín Alonso
Hay quienes manejan primorosamente la adjetivación y las metáforas; y los admiro por ello... a veces, no siempre. Pero soy del parecer que ciertos hechos o ideas, que tienen mucho que ver con los inciertos y pendulantes tiempos que corren; con la pertinaz y prosaica realidad, han de ser plasmados sobre el papel en la forma mas directa posible, sin cosmética gramatical, sin perífrasis ni circunloquios que resten eficacia al texto. Los preciosismos literarios deben quedar para ocasiones más gratificantes y amenas. Cuestión de puntos de vista, supongo.
El hombre es el único animal que tropieza, no ya una, sino muchas veces, en el mismo tonique, lo que le convierte, en algunos casos concretos y de cierta trascendencia, en portador de ignorancia, atolondramiento o mala fe; o de todo ello a la vez, en deplorable y peligroso cóctel, que a todos perjudica. Ese podría ser el caso del inefable lendacari, que habiendo sido recusado ya una vez en sus pretensiones secesionistas, vuelve a la carga, convenientemente pertrechado de la desfachatez y el victimismo conminatorio propios de su ilegal propósito. Algo parecido ocurre con el clown que se coronó - o lo coronó otro clown - de espinas, quien ha iniciado, o propiciado, que para el caso lo mismo da, una feroz campaña contra un amplio abanico de objetivos, según él, deleznables, cuales son la institución monárquica, la imagen del Rey, la lengua castellana y los simbolismos de España. Estas actividades son compartidas por su conmilitón vasco y por otros epígonos culichiches con resabios de intolerancia totalitaria, creando así una crispación generada por su dogmatismo intransigente, que resulta ser, a su vez, el pecado que achacan a sus adversarios o a quienes tienen el descaro y la osadía de no compartir sus menguados esquemas mentales. Y perdón por la forma de señalar...
Entre estos sujetos y la falta de respuesta adecuada por parte de un Gobierno con distrofia política y anemia de ideas, incapaz de poner coto a una situación que se le está yendo de las manos, están conduciendo a la nave común directamente contra los arrecifes de un desastre de consecuencias imprevisibles. ¿Es que ninguno de ellos ha leído con detenimiento la Constitución y se ha percatado de la existencia del artículo 155 y otros de similar o mayor contundencia aun? ¿O es que la Carta Magna, como así empiezo a sospechar seriamente, es solo un librito sin valor práctico a todos los efectos, válido solo para adornar los estantes de los despachos oficiales o privados?
Llegados a este punto, el lector advertirá que, a pesar de lo dicho al principio, en el texto han aparecido algún que otro adjetivo y una o dos metáforas. Resulta difícil sustraerse a su empleo si queremos que la cosa tenga cierta enjundia, resultado este que puede que ni aun así se consiga. Como sostienen algunos, sin duda bajo el síndrome de Einstein, casi todo es relativo... salvo sus propios dogmas, o sus visiones unilaterales de la Historia común, en forma de memoria demediada.