El vicio de criticar

Era una isla tan pequeña que incluso el Conocimiento tenía restringido su espacio, cualquier nuevo saber desbordaba su capacidad cayendo por sus acantilados hasta perecer ahogado en las aguas de la Incertidumbre producto del Miedo de sus habitantes por perder una Cultura que lo único que intenta es crecer adaptándose a los Nuevos Tiempos, a las Nuevas Ondas, Nuevas Olas. La ola es la continuidad del mar en la orilla como la vida lo es en la historia de la humanidad, cada nueva vida se nutre de la anterior como cada ola que regresa al mar vuelve más tarde convertida en una nueva ola, en una nueva onda, un nuevo Tiempo de Vida.

El tiempo de la gente renovada, la gente que dedica su vida a vivir sin molestar a los demás, sin criticar a nadie, sin mostrar miedo por la novedad, ni codicia por lo ajeno. La gente que ve en un extraño una oportunidad de intercambiar conocimiento y no el miedo a que le roben la vista que no ve más allá de los muros, o los oídos que no oyen encerrados, o el tacto helado sobre las piedras mohosas, o la palabras silenciadas tras las puertas de esta fortaleza que defiende una isla tan pequeña que el único vicio permitido, para no molestar a los demás porque todos hacen lo mismo, es el de criticar, criticar sin más.

Era una isla tan pequeña y tan pobre en letras, que no habiendo suficientes si quiera para escribir sus nombres, sus gentes tenían que recurrir al anonimato para expresar sus pareceres, sobre ésta u otra opinión. Desde la sombra y el cobijo del sinsaber, envidioso padre sin mujer a la que querer, lanzan o proclaman sus afiladas palabras de destrucción, y todo por no ser como él. Uno que critica lo que pienso, lo que visto, lo que escribo, incluso lo que sueño, por no ser, como él, de esta tierra anclada en el pasado de Casas sin Luces, de Mares sin Orillas en las que recalar el Conocimiento que por sus aguas pasa camino de otro lugar que le de cobijo.

Era ésta una isla tan pequeña que alrededor creció otra más grande y nueva nutriéndose del saber que persistentemente a sus costas llegaba. Con el tiempo, la que se hace llamar Nuestra, solo dueña de tres cabezas simplonas, quedó olvidada en las paredes de un museo muerto.

Y... quien quiera entender que lo entienda y el que no que me critique sin más.

Ignacio Pacheco Cabrera, 11 de Agosto de 2011.