El escorpión y la rana

Por J. Lavín Alonso

En cierta ocasión un errabundo escorpión se vio n la necesidad de tener que vadear un caudaloso rió, pero como no sabía nadar miró a su alrededor en busca de ayuda, que acertó a ser una rana que pasaba por allí - a veces uno está en el lugar equivocado, en el momento inadecuado. No dudó en proponerle que lo llevase a la otra orilla sobre sui lomo. La rana se opuso alegando que podría clavarle el aguijón, a lo que el escorpión repuso: “¿Cómo voy a hacerte eso, me ahogaría al morir tú?”. Este argumento pareció convencer a la rana y aceptó el trato.

A mitad de la travesía, el escorpión levantó la cola y clavó su mortal dardo en el crédulo anfibio. “¿Porqué ha hecho eso?”, preguntó, atónita, la ranita; “Lo siento, pero actuar así está en mi naturaleza”. La cuestión ahora es encajar a los protagonistas de esta pequeña, pero significativa, historia, o mejor dicho, a sus epígonos, en el lugar adecuado de nuestro panorama político, económico y social.

¿Quién es aquí la rana y quien el escorpión? Si hemos de juzgar por lo que está apareciendo a diario en los diversos medios, o por lo que se oye y comenta en los distintos mentideros patrios, tengo la impresión de que la ranita es una sola: la Nación; en tanto que el papel del escorpión corresponde a muchos protagonistas.

Para conocer la nómina de estos últimos en sus diversas y prescindibles variantes basta con acudir a las fuentes antes citadas. En ellas encontraremos una cumplida reseña de esta patulea, cuyo mejor caldo de cultivo los constituyen las cloacas del poder, aderezado aquel con unos toques de corrupción, arribismo, tráfico de influencias y nepotismo. Y allí permanecen, dedicados a sus deleznables tejemanejes, hasta que un buen día la diosa Justicia sacude su aparente letargo, baja apenas la venda que cubre sus ojos, observa a la tal jauría - o parte de ella - y descarga el mandoble que blande en su mano, acabando así con tanta infamia logrera. O sea.

En estos últimos tiempos apenas hay día en el que uno no se entregue a la cotidiana tarea de informarse, con el ánimo pleno de curiosidad, preguntándose ¿a quien habrán trincado ahora? Como dijo un conocido muñidor de la polititeca nacional del primer tercio del siglo pasado: ¡Qué tropa...!

Quizá no se ajusten estas líneas al amable ambiente navideño que impregna estos días, pero tampoco los desafueros de estros artrópodos ponzoñosos, que esquilman lo esquilmable ante el altar del dios Mamón, descansan en su labor depredadora. Al contrario que las estrofas del viejo tango: el músculo duerme, la ambición no descansa... En todo caso, que cada palo aguante su vela y reine la paz en los corazones de las gentes, de otras gentes, de buena voluntad. Hace poco leí en estas mismas páginas una frase de Woody Allen que, desde luego, hago mía: El futuro me preocupa, al fin y al cabo es donde voy a pasar el resto de mi vida. Entre tanto, mis mejores deseos de felicidad para todos y esperemos con serenidad al 2007, que promete venir cargado de sorpresas y emociones.