Carta abierta al periodista perdido

Por Juan Carlos Rey

Estimados responsables de los grandes medios de comunicación:

Me dirijo a ustedes desde esta modesta tribuna de este modesto diario local para manifestar mi más sentido pésame por el fallecimiento de una profesión a la que muchos incautos nos seguimos aferrando como se aferra el desconsolado viudo al brazo del amor de su vida que acaba de llevarse la parca.

Es triste reconocer que la profesión está muerta. Y lo está por el empeño que han tenido ustedes en mezclar el periodismo con la economía y la política, un cóctel molotov que ha provocado un estallido de mediocridad e indignidad entre aquéllos que no han querido apartarse de la senda programada.

Qué difícil resulta explicar a los más jóvenes e ingenuos compañeros eso de la línea editorial, se lo aseguro. Qué complicado resulta en ocasiones justificar lo injustificable, hacer ver que no existe medio de comunicación en el mundo que trabaje con entera libertad, todo, además, cuando la mayoría de sus trabajadores se llenan la boca abanderando una independencia que ninguno tiene. Qué raro es ver a prestigiosos y bienpagados “profesionales” que de forma machacona se convierten en protagonistas de la información, incumpliendo una de las máximas de un oficio que requiere ante todo discreción, que se basa en el arte de hacer entender y transmitir que cualquier cosa es noticia antes que uno mismo.

Me resulta insólito comprobar que acontecimientos como la comparecencia del ex presidente del Gobierno José María Aznar López ante la comisión parlamentaria que trata de poner algo de luz en el trasfondo político de lo que sucedió la triste mañana del 11 de marzo de 2004 se transforman en una pelea de perros sarnosos que tratan de morder al adversario -y a ser posible destrozarlo- únicamente para poder seguir chupando el hueso que la mano de sus amos les pone en la boca después de cada trifulca.

Aunque tengo mi lista de favoritos entre los más desvergonzados, no quiero centrarme en ningún periodista ni en ningún medio en particular para que no se entienda la epístola como un ataque personal. Sólo subrayaré lo deleznable que resulta el ejemplo que se está dando a la sociedad y a las generaciones futuras, que deben pensar que cuando uno termina la carrera de Periodismo inmediatamente después se tiene que afiliar a un partido político, aquel que sufrague y costee la línea editorial del medio que lo contrata, si es que ocurre algo así en este oficio de okupas de la peor especie que pululan entre nosotros dando encima lecciones de la intachable conducta que no tienen. Escuchando los análisis tan dispares que se hacen de un mismo acontecimiento, la vehemencia con la que se defienden unos u otros argumentos -insisto que siempre, y salvo rarísimas excepciones, a favor del partido político o del grupo empresarial que paga los sueldos-, uno no tiene otro remedio que llevarse las manos a la cabeza y preguntarse dónde carajo está la profesión que tan dignamente representaban Lou Grant en la ficción televisiva o Primera plana en la prodigiosa mente de Billy Wilder.

Los periodistas de los grandes medios, muchos de ellos quemados dinosaurios incapaces de mandarse a mudar para permitir la entrada de savia nueva, han perdido la perspectiva de la realidad. Viven en una especie de burbuja y se piensan que aquellos que les escuchan o les leen tienen que compartir sus teledirigidos pensamientos. Va siendo hora de que esto cambie. Pero, estimados capitostes, únicamente se podría dar el milagro de la resurrección si realmente existiera interés por liberar a los amordazados y maniatados compañeros que todavía se resisten a ser la voz de su amo del yugo del “opina como nosotros o te marchas a la calle”, eso si además esos mismos compañeros se dan cuenta de que la libertad de expresión comienza por uno mismo, en el instante en el que se da cuenta de lo que es realmente la independencia. Una cosa es cumplir con el medio, y otra muy distinta es servir al medio.

Se despide atentamente un periodista que lo quiere seguir siendo.