sábado. 12.10.2024

“Nos falta fuerza moral para engrandecernos”

Hace tiempo que vivimos en un vacío desolador; se descubre en los gestos, lo dicen las miradas, se oye en el aire, porque las garras de la crueldad que nos dividen, lo único que hacen es atrofiarnos más y ensordecernos para que la escucha del análogo no armonice con nuestros latidos. Hemos de saber, en todo caso, que la curación germina de nuestro propio espíritu, que requiere hermanarse. Todo está interconectado, es algo innato. Precisamente, la pandemia del coronavirus nos revela la conexión entre la salud humana y la naturaleza. Estamos todos sobre la misma nube y en la misma barca. En consecuencia, nuestra relación no puede ser ambigua, requiere que lo auténtico se abrace con los dones del talento, que es lo que en realidad nos embellece como humanos seres vivos. No podemos transitar por esta vida como seres impersonales, ha de existir una relación humana, que es la que verdaderamente nos hace crecer y avanzar como especie pensante. La irresponsabilidad nos está empequeñeciendo. Sin compromiso hacia nuestra misión cooperante quizá no merezcamos vivir. Creo que nos falta fuerza moral para engrandecernos. Pensemos que somos la memoria que poseemos y vivimos, con la responsabilidad que asumimos y la servidumbre donada. Desde luego, esta mundanidad que hoy gobierna nos está enjaulando en sus doctrinas individualistas, sin opción a poder liberarnos de la falsedad. Los garrotes del mundo nos aprisionan. Cada día somos menos libres. Nos han dejado sin autonomía, al menos para buscar la verdad, elemento esencial de la comunicación humana. Tampoco podemos coexistir como islas, el libre intercambio de pensamientos y opiniones es uno de los sensatos abecedarios más preciados por el individuo.

Tampoco es cuestión de acostumbrarse a lo que hacen ciertos sectores sociales, transmitiendo únicamente aquello que halaga los oídos. Lo normal es discrepar, debatir, y buscar entre todos la orientación debida. Necesitamos regresar a nuestra propia libertad, cuestión que no es nada fácil. Cada cual ha de confluir con su identidad en la mejora de ese ansiado bien colectivo, recordando que la seguridad alimentaria y los medios de subsistencia de millones de personas en todo el planeta dependen de algo tan básico, como nuestros bosques, como el agua que mana de la naturaleza; de ahí, la importancia de conservar y utilizar de manera sostenible los recursos naturales, reconociendo de una vez por todas, que la salud de las gentes está vinculada a la salud de los ecosistemas. No se entiende una humanidad que no protege aquello que le sustenta, se acaba destruyendo así misma. No dejemos que la falta de espíritu imaginativo y colaborador se interponga en nuestro camino. Lo prioritario es mantener vivos los pulmones del planeta. Podría decirse que la protección y la mejora de la fauna y flora silvestre es una de las formas más rentables de luchar contra este calentamiento global. Mal que nos pese, la calidad del agua que bebemos, los alimentos que consumimos y el aire que respiramos depende de ese hábitat natural interrelacionado, que hoy demanda otros modos de vivir más con el entorno y otras maneras de actuación más acordes con la consideración a esa biodiversidad que nos acompaña. De lo contrario, continuarán haciéndose realidad, para nuestro dolor, los modelos de pronóstico que vaticinaban eventos catastróficos de alcance global. Por ello, partamos de nuestro propio hogar para activar el orden en nuestras vidas, hacernos más humanos, que son cualidades tan necesarias como la formación y el talento.

Todo lo dicho no basta para manifestar lo natural que es hacer familia con nuestra propia naturaleza. Porque no podremos alentar nada, sin un camino de fidelidad y de entrega recíproca entre todos. Sin ir más lejos del lugar en el que uno vive, la esperanza de vida en España se ha acortado nueve meses a causa del covid-19. La muerte de tantas personas mayores en residencias, hospitales e incluso en la soledad de sus propias casas, ha sido uno de los factores clave para este retroceso. Tanto la desmoralización como la deshumanización se han acelerado hasta el extremo de causar enormes sufrimientos en el linaje humano, atacando al mismo tiempo la dignidad de las personas y nuestro espacio común, para mantener la dominación exclusiva de don dinero, que únicamente garantiza los privilegios de unos pocos. Sea como fuere, lo que no es de recibo es quedarse paralizados por el miedo o aprisionados en el conflicto de la crisis, es menester tomar fuerzas y cambiar rumbos, apoyándonos unos en otros, sin negarnos a nosotros mismos. Lo importante es despertar y resistir. Hay que pasar del espíritu indiferente, hipócrita o intolerante, a otro aliento más clemente, respetuoso y responsable, sobre todo para luchar por la justicia social, protegiendo la madre tierra y acompañando a los migrantes, en esa cultura espiritual del abrazo que todos requerimos para armonizar nuestro propio andar por este planeta. No olvidemos que nadie puede llegar a la cima armado sólo de talento, esa capacidad requiere de otras sumas para transformar el ambiente y renacer en un nuevo curso de encuentros existenciales, que es lo que en realidad nos da ingenio para cohabitar y entenderse.

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