jueves. 28.03.2024

Una causa muy importante en el origen, desarrollo y mantenimiento de esta crisis total, financiera, laboral, alimentaria, ecológica, energética y moral, en la que estamos sumidos y de la que no se vislumbra final, ha sido y sigue siendo el papel desempeñado por las Ciencias Sociales (CS).

Llama extraordinariamente la atención que en los últimos decenios se han producido espectaculares avances en las ciencias naturales, como la medicina, biología, la neurociencia, la genética y la ingeniería que han servido para mejorar el bienestar de la especie humana; muy distinto a lo ocurrido con el estancamiento de la economía, la historia, la politología, la antropología y la sociología, entre otras disciplinas encuadradas en el ámbito de las CS, que mayoritariamente, no solo no han contribuido a mejorar el bienestar humano, sino que muy al contrario han servido para empeorarlo, justificando y legitimando el sistema capitalista versión neoliberal, con las consiguientes dosis de injusticia y explotación para la gran mayoría de la humanidad. La dirección que han tomado las CS es el de estar al servicio del propio sistema. El mismo que permite, sin que le importe, 1.500 millones de hambrientos, el que destroza irremisiblemente el planeta tierra, el que regala a fondos de inversión y sociedades de capital de riesgo los medios que antes, en manos públicas, buscaban el bienestar colectivo; el que mantiene a millones de parados justificados por el mantenimiento del dogma de la consolidación fiscal, o el que entrega a unas pocas personas tanta renta como a la mitad de la humanidad.

Se han olvidado sin razón de cuestiones que podrían cambiar radicalmente las situaciones de injusticia social. Como señala Juan Carlos Monedero, hay miles de tesis doctorales sobre magnitudes monetarias y mercados de equilibrio --inservibles para predecir crisis económicas, como tampoco supieron predecir la crisis financiera los cientos de economistas del FMI presidido por el gran Rodrigo Rato--, o sobre sistemas electorales que invitan a la sumisión, pero son muy pocas las que cuestionen el estatus institucional, que abran caminos alternativos o que inviten a la desobediencia ciudadana. Hay asuntos olvidados: ¿Cómo es posible en la crisis actual que los ricos sean cada vez más ricos? ¿Qué relación hay entre la riqueza del Norte y la pobreza del Sur? ¿Y entre las desregulaciones llevadas a cabo por los diferentes gobiernos, incluidos los socialdemócratas, y la crisis financiera? ¿Cómo es posible el mantenimiento durante tanto tiempo de la consolidación fiscal, cuando un estudio del FMI sobre 173 países entre 1978 y 2009 confirmó sus efectos negativos sobre la economía? ¿Es compatible la democracia con el capitalismo? Tal como demostrara Ellen Meiksins Wood, la incompatibilidad entre el capitalismo y la democracia es estructural, creciente e incorregible. Si aquella se atenuó durante el “capitalismo keynesiano” en los Treinta Años Gloriosos tras el fin de la II Guerra Mundial, a partir de la crisis de ese patrón de acumulación y la restauración neoconservadora que le sucedió, las contradicciones entre capitalismo y democracia solo se profundizaron y no hay perspectivas de retorno a aquella época. La democracia y el capitalismo es en todo caso un matrimonio muy mal avenido, un arreglo de conveniencia frágil y coyuntural. La libertad de mercado, pilar del sistema capitalista, es una necesidad, dijo Hayek; la democracia, una conveniencia. La primera es imprescindible, la segunda es aceptable en la medida que no perjudique a la primera. El capitalismo prioriza la ganancia y el beneficio sobre los derechos de las personas.

Es un sarcasmo que lo que se interpreta como "grandes hallazgos" de las CS en las últimas décadas, sean cuestiones que sabe una persona normal. Como, por ejemplo, el gran descubrimiento, la aversión a la pérdida, esto es, la constatación de que nos duele más perder 100 euros que la alegría obtenida si los ganáramos, descubierta por Daniel Kahneman, Nobel de Economía en 2002. O la verificación de la importancia de las emociones en la toma de decisiones, incluidas las económicas, algo que ya señaló Keynes o Spinoza hace más de trescientos años.

Dentro de las CS es sobre todo la economía la que se ha vendido al gran capital. Joaquín Estefanía en su libro La economía del miedo indica que en unas declaraciones, el biógrafo canónico de Keynes, Robert Skidelski, calificaba a los economistas hegemónicos de "mayordomos intelectuales de los poderosos" porque han respaldado las opiniones de estos siempre que ha sido necesario, con el objeto de que se adecuaran a los estados de ánimo dominantes. Poderosas entidades financieras y empresariales encargan a prestigiosos economistas, catedráticos de relumbrón de universidades públicas y privadas, y con extraordinarios e interminables curriculums, informes divulgados por los medios de comunicación, con el objetivo de vaticinar la quiebra de nuestra Seguridad Social, si no se emprenden determinas reformas, reformas que van siempre en la misma dirección, la de beneficiar a la gran banca y las grandes aseguradoras, en detrimento de la mayoría de la ciudadanía. Sus previsiones han resultado equivocadas una vez tras otra, y sin embargo, a pesar de sus errores indiscutibles, les siguen contratando las mismas entidades. Estas actuaciones de las CS además de perversas y faltas de ética, suponen una auténtica prostitución. Mas, en nuestro sistema todo tiene un precio. A estos economistas desalmados les recuerdo las palabras de Keynes, el cual siempre creyó en las ideas, persuadido de que se paga un alto precio por las falsas y que las adecuadas son aquellas que ayudan a resolver los problemas acuciantes de su tiempo (del nuestro también), el de la pobreza y del desempleo. Al fin y al cabo, la calidad de una teoría se trasluce en la capacidad que tenga de dar alguna luz a los temas que importan de verdad, al incidir sobre el margen de libertad y nivel de vida que disfrutemos.

Mas la realidad es la que es. Estamos en un régimen plutocrático, que recuerda el Medievo. ¿Cómo lo hemos aceptado? ¿Cómo se nos ha colado en casa, de forma que al final hemos terminado convirtiéndonos en sus presos? ¿Cómo ha logrado ser tan hegemónico el neoliberalismo, si son tan evidentes los perjuicios causados a la gran mayoría? ¿Qué clase de ideología es la del neoliberalismo que ha legitimado una aristocracia con el visto bueno de la gran mayoría? ¿Por qué se identifica una gran parte de la población con la violencia económica y estatal que el líder reaccionario, tipo Trump, encarna como representante de una clase neoliberal corrupta? Las respuestas a estas preguntas quizá estén en la servidumbre voluntarias de las Ciencias Sociales, que es lo que he expuesto en las líneas precedentes.

Servidumbre voluntaria de las Ciencias Sociales
Comentarios