jueves. 28.03.2024

Gracias infinitas Papá, descansa en paz

En memoria de Alfonso Salebe

Foto en mi último viaje a ColombiaDe izquierda a derecha, los nietos del desaparecido Alfonso Salebe, Mateo y Alejo Alonso, el hijo del fallecido y autor de este artículo, el periodista Alex Salebe, y su mi padre, en un vieja reciente desde Lanzarote a Colombia.

Inimaginable que el verbo disfrutar podía asociarlo directamente a nobleza, amor, fuerza, lucidez o sentido de la realidad, valores claramente insuficientes para  dibujar la personalidad e integridad de mi padre, Alfonso Enrique Salebe Senior (DEP).

Estaba enfermito por una disfagia (dificultad para tragar alimentos sólidos y líquidos) y otras patologías derivadas de ella y de su avanzada edad, pero estable y muy bien atendido y mimado en casa por mi madre, Irma, su compañera de viaje por más de 50 años y mentora junto a él de nuestro hogar; mi hermana Astrid; y mi joven sobrino Alejo. La dedicación y cuidados de los tres a pie de cama y el acompañamiento familiar fueron tan importantes como la atención profesional domiciliaria y en clínica durante el trance final de su vida.

Complicaciones sobrevenidas obligaron a su traslado urgente a un centro asistencial especializado de Barranquilla (Col). Me encontraba en Tenerife pasando días de asueto al lado de mi familia. —Territorio desconocido para mí—, balbuceo por videollamada, sin perder su exquisito y medido vocabulario. —Sí, estuviste en Lanzarote, pero no en Tenerife—, contesté. — ¡Disfruten! —, replicó.  Y así como nunca imaginé que su “disfruten” pudiera convertirse en segundos en un compendio de valores ejemplares, tampoco sospeché que una palabra que augura tan buenos deseos pudiera hacerme llorar tanto.

A pesar de su estado crítico, pero clarividente hasta dos días antes de su deceso, el lunes 17 de agosto de 2020, a los 96 años de edad, fue capaz de tolerar  el fastidio que le provocaba la mascarilla de oxígeno y comunicarse para no dejar de expresar sentimientos paridos del alma: “hijo te quiero con todo mi corazón”.  Lo hizo durante toda su vida. Hijos, nietos, bisnietos, sobrinos y demás familiares podemos dar fe de ello, sin titubear.

El coronavirus impidió mi viaje desde Canarias (doce horas de vuelo) y el de mi hermana Martha desde Miami (dos horas y media). Las restricciones son iguales con independencia de los kilómetros de distancia, otro escarmiento del covid - 19.  Nos queda la tranquilidad que lo intentamos y que él lo entendió, muy a pesar de la situación que padecía.

— Es una calamidad —, me dijo sobre la pandemia en una de las videollamadas. Nos dio pena porque expresaba querer ver “frente a frente” a todos sus hijos: Iván, Edgardo, Martha, Astrid, Ivonne (DEP) y yo.

La manifestación de experiencias y recuerdos positivos sobre una persona afloran en el momento del fallecimiento y del duelo. Familiares y allegados lo hicimos recordando la figura de mi padre durante la ceremonia de despedida, participada mayoritariamente de forma virtual.

Pero es que de niño, de joven y de adulto, recuerdo a todos, a familiares, amigos, conocidos y compañeros de estudio y de trabajo, algunos de ellos discípulos suyos, elogiando en vida las virtudes de su persona. Educado, responsable, respetuoso, consagrado a la familia, comprometido con  su trabajo, solidario, agradecido con los demás, disciplinado, buen consejero, siempre lo escuchamos con atención y hasta el final,  y para los más cercanos, un marido, padre, abuelo, tío, primo y cuñado excepcional.

Nos enseñó, entre otras muchas cosas buenas, que no hay medios hermanos, hay hermanos, y que familia  es familia, no en vano mi hijo Mateo y mi sobrino Alejo llaman a su abuelo ‘El Patrón’, como consideración de persona modélica. “No tengo miedo a la muerte, tengo miedo a dejar la familia”, dijo en su lecho de enfermo a una terapeuta especialista en cuidados paliativos.

Riquísima herencia inmaterial sin beneficio de inventario que atesoramos, que seguimos aprovechando y sentimos la obligación de transmitir  al relevo generacional de la familia. ‘Estudia, trabaja y sé gente primero, allí está la salvación”, lo resume de maravilla en diez palabras el cantautor panameño Rubén Blades en unas de sus letras sociales.

Después de un paso efímero por la industria cervecera Águila de Barranquilla y quizá alguna otra vinculación de trabajo que no recuerdo, continuó su andadura laboral como cajero en el Banco de la República, banco central de Colombia, hasta llegar por méritos propios a la jefatura del Departamento Internacional de la entidad. Más de treinta y cinco años de intachable carrera como funcionario y servidor público que finalizó con una más que merecida jubilación. 

Fue brillante además como alumno del Colegio Salesiano, donde le permitieron hacer, y aprobó, dos cursos en un solo año lectivo. En el  emblemático edificio del barrio San Roque estudió y cosechó grandes amistades. La Asociación de Exalumnos Salesianos de Barranquilla no tardó esta misma semana en rendirle homenaje póstumo, también lo había hecho en vida hace unos años, reconociendo públicamente su cooperación  en la causa salesiana y su esfuerzo por la integración entre compañeros.   Lo hizo igualmente en el colectivo de jubilados del Banco de la República.

Estimo, cómo no, el regalo más preciado que pudo ofrecernos: la educación en casa, la más importante, y la formación académica, ¡nada menos! Su valor y trascendencia para mí son incalculables, aunque dentro del estado de bienestar también recuerdo con alegría inolvidables vivencias de ocio.

Me gustaba salir con él y con mi madre a paseos en fincas y otras reuniones culturales, festivas y no festivas y viajes de amigos y familia que eran como aulas lúdicas de la universidad de la vida. Me divertía hasta más no poder y siento que aprendí muchísimo escuchando e interactuando con gente mayor que yo.

También recojo de mi viejo la pasión por el fútbol, el gusto por el béisbol  y el  placer por la gastronomía autóctona y de otras regiones.  Fueron muchas tardes y noches de alegrías y tristezas en los estadios y jornadas de risas y de buen comer.

En ratos de celebraciones, la música formaba parte del regocijo. Le gustaba especialmente la música del maestro Pacho Galán, rey del merecumbé, ritmo que mezcla la cumbia y el merengue colombiano. Vestido de impoluta camisa guayabera, también bailaba   con mi madre temas predilectos de las orquestas venezolanas Los Melódicos y La Billos Caracas Boys, agrupaciones que marcaron era en Latinoamérica.

Me queda un cúmulo de experiencias, emociones y sentimientos por escribir. Repasando los mensajes de condolencias y muestras de cariño y admiración enviados por familiares, amigos y conocidos que disfrutaron de su compañía en distintas épocas y ámbitos, confirmo que me quedo corto en el dibujo de su perfil de vida, pero lo hago sentidamente desde el amor y el corazón. Gracias infinitas Papá, descansa en paz.

Nota final: En nombre de la familia, agradezco todo el apoyo personal, notas escritas, palabras de viva voz y mensajes públicos de solidaridad que demuestran  el aprecio a mi padre y el buen recuerdo que deja entre quienes lo conocieron y compartieron con  él.

Por Alex Salebe Rodríguez

Gracias infinitas Papá, descansa en paz
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