viernes. 29.03.2024

La fuerza de la palabra frente a la tozudez del poder

La producción de un segundo de televisión cuesta muchísimo dinero así que hacer buen uso del tiempo no solo supone cuidar la caja sino garantizar mensajes contundentes que calen en el telespectador, sea cual sea la esencia del contenido: artístico, informativo, didáctico, cultural, de entretenimiento, publicitario, político, deportivo u otro.

Es un postulado que aprendí, acentué y mantengo entre ceja y ceja a partir de mi experiencia como productor de documentales culturales en Colombia, género que no es prioridad para teles, productoras y ni siquiera para los gobiernos, de tal forma que el dinero no sobra y hay que hacer verdaderas maravillas, aquí y allá, para llevar a cabo proyectos televisivos culturales. Y en el cine, ni hablar, porque ya sería como elucubrar sobre la conquista de Marte.

Me conmovió el discurso de la activista negra oriunda del Bronx neoyorquino, Tamika D. Mallory, que con su cara de niña buena y 39 años de edad dio una lección de elocuencia durante una de las interminables jornadas de protestas por el asesinato en USA del ciudadano George Floyd a manos, o mejor, del cerebro, que es el que dicta las órdenes, y de la rodilla izquierda de un policía de Mineápolis ante la mirada cómplice de sus compañeros, blancos, de servicio.

Fueron escasamente tres minutos imperantes de la fuerza de la palabra. Un solo plano, sin luces de relleno, sin maquillaje, sin atrezo, sin edición, sin recursos de imágenes y sin música de apoyo. Solo ella, la “ingenua” Tamika, poseída de una dicción impecable largando verdades como puños, dejó petrificada a la asistencia y a televisiones del mundo y plataformas digitales que no se cansan de reproducir sus palabras en inglés subtituladas en varios idiomas, mucho más efectivas y efectistas que las arengas incendiarias del Tío Sam, agazapado en el búnker de la Casa Blanca tirando a diestra y siniestra sin dar la cara a través de su “valiente” arma de twitter, comportamiento que ya causa fuertes críticas incluso entre sus fieles filas republicanas.

La diatriba de Tamika tiene varios registros. En mi artículo de la semana pasada hablaba de la valía de la lectura entre líneas, aquí, como en otros tantos mensajes audiovisuales que recibimos a diario, es fundamental no solo ver y oír, sino interpretar las imágenes y escuchar.

Para empezar, la activista, sin querer queriendo, suelta en una sola frase la nefasta gestión de USA en la crisis del covid personificada en el Tío Sam y el desamparo de colectivos vulnerables: “está muriendo gente negra en el estado de emergencia”. Si bien es cierto que la comunidad afroamericana ha sido de las más afectadas, como la latina, especialmente en Nueva York, el nuevo coranavirus se ha cargado la vida de negros y blancos. En una situación de pandemia como la actual, cuando se es pobre o excluido el color no te exime de la muerte. A las fosas comunes han ido unos y otros.

Segunda reflexión de Tamika, que dada la repercusión mediática perfectamente pudiéramos situar en horario televisivo de máxima audiencia ‘prime time’ : “no podemos tratar esto como un incidente aislado. La razón de que ardan edificios no es solo por nuestro hermano George Floyd. ¡Arden porque la gente de Minnesota, la gente de Nueva York, la gente de California, de Memphis, la gente del país entero, dice basta ya, ya es suficiente!”.

No interpreto sus palabras como una exaltación de la violencia, al contrario, es un llamamiento a contenerla si la contextualizamos en toda su dimensión; prosigue: “hay una forma fácil de pararlos. Arresten a los policías, acusad a los policías, no solo a algunos, sino en todo el país donde torturan a negros”. Y remate de campanillas siempre haciendo buen uso de los silencios y de la expresión no verbal: “la tierra de la libertad para todos, no ha sido libre para la gente negra, y estamos cansados. Nosotros no somos los saqueadores, América ha saqueado a la gente negra”.

Repasando este discurso me acordé del discurso simplón del Rey de España, del jefe del Estado, cuando apenas estallaba la crisis del coronavirus y se había destapado casi al tiempo, ¿casualidad?, el escándalo de la Casa Real por el supuesto cobro de una comisión millonaria por parte de su padre, el Rey emérito Juan Carlos I, a Arabia Saudí a cuenta del contrato de construcción del tren de alta velocidad a La Meca. Ya ni nos acordamos de este hecho.

Y al hilo de la actualidad, qué bien que llega la sentencia de Tamika D. Mallory cuando dice al poder que “si quieren que hagamos mejor las cosas, pues haced mejor las cosas ustedes”. Lo de toda la vida que nos han enseñado padres y abuelos, a predicar con el ejemplo. La inteligencia y la fuerza de la palabra, sin armas, vuelve a ganarle la partida a la obstinación parlanchina del poder.

La fuerza de la palabra frente a la tozudez del poder
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