viernes. 19.04.2024

Podría ser un cuento de Julio Verne pero es una aventura de nuestros días. El pasado 21 de mayo arribaba a Lanzarote Capuchine Trochet, una joven periodista de 30 años que decidió vivir por si misma una proeza que pocos hombres curtidos en la mar se atreverían a llevar a cabo.

Viaja sola en un barco de 9 metros de largo por 2 de ancho fabricado con yute, una fibra sacada de una planta en Bangladesh y lo hace sin ayuda de tecnología. Salió de Francia el 17 de noviembre de 2011 y no sabe cuándo podrá culminar este reto que la llevará a Estados Unidos y que desembocará en el país del sur de Asia en el que se fabricó la embarcación.

Dice que no es un reto personal y que cuando tenga miedo abandonará pero no deja de ser admirable que después de estar postrada ocho meses en un hospital sin poder caminar, decidiera rehabilitar este barco que le trajo un amigo, como forma de rehabilitarse a si misma y que después se planteara esta aventura marina, teniendo en cuenta que en su familia no había tradición marinera.

Vive en Bretaña y algo conocía de las mareas pero tuvo que prepararse a fondo para vivir momentos como tormentas en mitad del océano o temporadas en las que no tenía a nadie con quien hablar ni su familia sabía si estaba viva o muerta.

Quiere concienciar a la población de la importancia de la utilización de la planta del yute en un país que tras el tsunami está completamente empobrecido y al que se le está obligando a importar la carísima fibra de vidrio en lugar de poder utilizar sus recursos naturales.

“La travesía está siendo muy dura porque el Mediterráneo no es fácil y con mi embaracación, Tara Tarí, que es tan pequeña, tengo que ir con mucho cuidado”, relataba en el programa Así son las Cosas de Crónicas Radio.

Recuerda que hace unos dos años fue un amigo suyo quien construyó en Bangladesh el barco, todo fabricado con material reciclable. Él navegó desde Asia hasta Francia y ella tuvo que coger el testigo para poner en perfecto estado de navegación el navío.

Explica que “después de ocho meses en una cama de hospital, sólo podía pensar en aire puro del mar y navegar”. No se lo planteó como un reto sino como un sueño ya que “no se puede desafiar al mar o al viento sino de respetar a los elementos”.

Cuando empezó a remodelar el barco, no podía ni caminar. “Yo reparaba el barco pero el barco también me reparaba a mi”, dice.

En cuanto a su preparación a la hora de salir a navegar en solitario, destaca que el barco no tiene ningún aparato electrónico así que lo que ha tenido que investigar ha sido todo lo relacionado con el mar. Reconoce que lo más duro fue la primera vez que salió a navegar y mucho más, la primera noche, pero una vez superado el miedo, fue la práctica la que le fue enseñando.

Sus amigos no podían creer que pudiera llevar a cabo una aventura de semejante calado pero cuando llegó a Barcelona en noviembre, se dieron cuenta de que sí era capaz. Su familia está preocupada pero mucho más feliz que cuando la veían tumbada en el hospital.

Para llegar a Lanzarote salió de la Línea de la Concepción y tardó once días. En esta ocasión tuvo que acompañarla un amigo porque la travesía en el Estrecho de Gibraltar era muy complicada. Hay que tener en cuenta que los pronósticos meteorológicos se quedan desfasados cuando está en el mar y no tiene ningún aparato electrónico con el que guiarse. No lleva teléfono y nadie sabía dónde está durante días.

Esta circunstancia ha motivado que para la travesía del Atlántico sí se haya planteado viajar con un barco de apoyo o con un móvil con el que comunicarse.

Dormir 10 minutos por la noche

10 minutos. Ese era el tiempo que podía dormir cada noche. Sin tecnología en el pequeño barco, nadie la puede avisar de si se acerca otra embarcación, hay una boya o cambia el tiempo, así que no queda otra. Hay que estar despierta.

En el Estrecho de Gibraltar llegó un viento fuerte 24 horas antes de lo que decía el parte meteorológico. Esto le hizo vivir el momento más peligroso de su gesta. “El barco se tumbó y fue muy duro”.

Hay que tener en cuenta que el navío es como una canoa de 9 metros de largo por 2 de ancho y construido con un material muy fino. Espera que en la travesía por el océano pueda tener períodos de media hora para dormir. Se alimenta con latas de atún y millo y pasta china, que pesa poca y necesita poco agua. No puede cargar muchos kilos porque el verdadero problema es que se rompa el casco de la embarcación. A veces pesca para cenar.

Dice que no le ha costado mantener el equilibrio emocional después de tantas horas sola en el mar. Asegura que tiene tantas cosas de las que ocuparse que no tiene tiempo para pensar en la dureza del proyecto ni para sentirse sola.

“Lo mejor de todo está siendo que he podido tener tiempo para saber qué es lo importante en la vida”, explica. Cuenta que ahora sí sabe lo que necesita para ser feliz. Le cuesta más encontrar lo peor. De hecho, sólo se le ocurren las tormentas o las noches de 14 horas en invierno.

De momento, piensa pasar una temporada en Lanzarote hasta que llegue el buen tiempo para navegar. Quiere llegar a Estados Unidos, donde seguramente dará algunas conferencias para concienciar sobre la importancia de la utilización de los recursos naturales y de allí a la cuna de Tara Tari, Bangladesh.

“Todos necesitamos aventuras para soñar y yo estoy viviendo la mía”. Esa es Capuchine Trochet.

Lanzarote acoge a una aventurera digna de Julio Verne
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